MAURICIO MESCHOULAM

Una camioneta y un par de cuchillos. Cuando existe el nivel de radicalización, la inspiración, la convicción de que el acto que se va a cometer tiene sentido religioso, moral, social y/o político, todo lo que hace falta es una camioneta y un par de cuchillos para atacar el corazón de una de las más importantes capitales del mundo.

El nivel de atracción mediática que generó el atentado del jueves, así como los impactos psicológicos y políticos que desató, no son proporcionales a los recursos que el atacante, aparentemente solitario, empleó. Vivimos tiempos en que el mecanismo de contagio de estrés colectivo no opera utilizando únicamente a los medios tradicionales, sino también a redes sociales que mediante aparatos móviles conectan al instante a millones de individuos ubicados en todo el planeta.

Solo este último elemento marca toda la diferencia entre atentados de antes como el del 9/11 o como los de Madrid en 2004 o la misma Londres en 2005, y los atentados de hoy, muchos de los cuales solo necesitan un par de cuchillos o una camioneta para conseguir su objetivo. De modo que, si algo hay que extraer de este triste evento, son las lecciones. Procuro señalar solo algunas, vistas desde el país en el que vivimos:

Primera, si el terrorismo no es combatido desde sus causas raíz, esta clase de violencia encontrará siempre medios para manifestarse. Medidas de seguridad como desnudar pasajeros que buscan viajar por vacaciones o negocios, documentar sus aparatos electrónicos, espiar redes sociales, elevar las alertas terroristas a veces durante días o semanas, pueden ser medidas que funcionan, pero solo a veces y de manera limitada. Es más, se puede desactivar 13, 20 o 100 atentados y desmantelar 1000 células. Pero mientras exista la intención de cometer ataques terroristas, la creatividad humana ideará modos de esquivar todas las barreras que pongamos. Quizás el terrorista ya no secuestrará aviones o colocará bombas en ellos, pero ahora disparará desde el estacionamiento o en el área de documentación. Quizás ya no buscará explotar embajadas o penetrar espacios con alta vigilancia, pero ahora atacará a personas en centros comerciales, en plazas públicas, en desfiles o en puentes. Ello implica que nuestra creatividad debe superar a la de los atacantes, pero para ello, debe enfocarse hacia los sitios materiales, virtuales y psicológicos de donde el terrorismo emerge. El tema se ha venido estudiando desde hace tiempo; lo que se ha hecho de manera superficial, insuficiente o a veces incluso se ha ignorado, es atender las recomendaciones que proceden de esos estudios.

Segunda, a pesar de que discursos como el de Trump o Le Pen así lo proclamen, los males no siempre vienen de fuera. La grandísima mayoría de ataques terroristas posteriores al 9/11, como el de Londres hace unos días, es perpetrada por ciudadanos de los países atacados. De modo que cerrar las fronteras, prohibir la entrada a refugiados, restringir la migración en cualquiera de sus formas, no resuelve la raíz del problema.

Tercera, el terrorismo no es un fenómeno uniforme, sino complejo, que presenta diferentes elementos, motivaciones, métodos y características, dependiendo de la región y país donde se comete. Es verdad que en países occidentales hemos atestiguado una des-sofisticación en los ataques. Esto se debe a las numerosas medidas de seguridad implementadas, las cuales difícilmente permiten atentados del nivel de coordinación y complejidad del terrorismo de la década pasada. Es por ello que, en los últimos años, en países occidentales, el 70% de muertes por terrorismo es producto de ataques perpetrados por lobos solitarios. En esos países se ha estudiado el fenómeno de la radicalización hasta el cansancio, su correlación con factores socioeconómicos, exclusión y nivel de marginación, factores que sí están presentes en buena medida. Sin embargo, menos del 2% de muertes por terrorismo se produce en países miembros de la OCDE. En esas otras partes donde se produce el otro 98% de muertes por terrorismo, las características de los ataques, los métodos empleados y los motores para cometerlos parecen diferir notablemente. Allá, importa mucho más la presencia de inestabilidad, de conflicto, de violencia cometida por los gobiernos locales o la debilidad de las instituciones para hacer cumplir la ley y/o respetar los derechos religiosos, políticos o sociales de las personas, así como la presencia de otros factores como corrupción, redes de crimen organizado, factores que nos recuerdan mucho más a nuestro país, en donde la violencia tiene caras distintas, pero que igual mata y produce miedo todos los días.

Sin embargo, y esta es la quinta lección, en un mundo como el actual, todos esos elementos terminan interconectándose. Sin la intervención estadounidense y el conflicto en Irak no se puede entender a ISI (el nombre anterior de ISIS). Sin la guerra siria, no se puede entender su separación de Al Qaeda, su crecimiento, su cambio de nombre a ISIS y la fundación de su “califato”. Sin esos factores no se puede entender su expansión a 28 países diferentes a través de filiales y células, y sin esa expansión no se puede entender su éxito mediático, su poder de atracción, su capacidad para entusiasmar a miles de seguidores en todo el planeta, algunos de los cuales proceden de Europa y llegan a sus filas para prepararse, combatir y/o regresar para cometer ataques en los sitios de donde vienen; o bien, quienes desde su hogar, a través de sus contactos en redes o en sitios de Internet, se inspiran para un día decidir tomar una camioneta, un par de cuchillos y secuestrar la atención del mundo entero durante horas, días, o semanas.

Del mismo modo, sin la suma de elementos anteriores es imposible comprender cómo y por qué es que el terrorismo ha crecido como ha crecido. Si eso no se entiende, entonces tampoco se puede entender a una importante fracción del voto duro de Trump (96% de quienes decían que votarían por ese candidato se mostraban ansiosos por la posibilidad de ser directamente afectados por un ataque terrorista próximamente). Y si no entendemos eso, entonces tampoco entendemos el impacto que todo ello tuvo sobre el resultado electoral en Estados Unidos, sobre el diseño de su política exterior, y sobre la manera en que Trump entreteje ese miedo con otras cuestiones relativas a la migración que procede de nuestro país. De forma que este es el sexto aprendizaje: México no es una isla vacunada de todo lo que sucede en sitios lejanos.

 

 

 

Fuente:eluniversal.com.mx