En el mundo actual estamos tan acostumbrados a sentir que nuestro trabajo únicamente tiene sentido si ofrece una ganancia material. Difícilmente pensamos en estudiar, rezar, meditar o cualquier otra actividad espiritual como trabajo y por eso mismo no entendemos que toma tiempo y esfuerzo obtener frutos de estas actividades.

Sin embargo, el Talmud nos enseña otra perspectiva; nos hace ver que el premio de nuestro trabajo está en el presente, en el momento mismo en que esforzamos; a través de sus narraciones los sabios nos enseñan que el trabajar es tan importante como cualquier otra actividad espiritual aunque nosotros mismos no lleguemos a disfrutar de los resultados materiales de nuestro trabajo.

La siguiente historia habla sobre este tema y es un aliento para que trabajemos ya sea por nosotros o por nuestros hijos. Esperamos la disfruten.

El anciano y la higuera.

Un anciano, que estaba cavando un agujero en el suelo para plantar una higuera, llamó la atención e un gran emperador que, yendo de viaje, acertó a pasar por allí con su comitiva.

El emperador ordenó que se detuviera la caravana y le dijo al anciano que se acercara.

– Anciano, ¿por qué estás haciendo un esfuerzo tan grande para plantar ese árbol? Supongo que serás consciente de que, a tu edad, es poco probable que te beneficies de tu trabajo comiendo los frutos del árbol.
El anciano sonrió y, sabiamente, respondió:
– Si D-os quiere que llegue a probar sus frutos, así lo haré. Y si no, mi trabajo no habrá sido en vano, pues mis hijos cosecharán sus frutos.

Pasaron los años y, de nuevo, el emperador y su comitiva pasaron junto al campo del anciano. El emperador se sorprendió de ver todavía allí al anciano, y éste, al ver al gran señor, se presentó ante él con una cesta llena de higos.

El anciano le recordó al emperador que era el mismo que años atrás, estaba plantando la higuera cuando pasó la comitiva.

– Me sentiría honrado, Majestad – le dijo -, si aceptara algunos higos de aquel árbol que, ahora, está en todo su esplendor.

Aquello agradó tanto al emperador que, a cambio, ordenó a sus sirvientes que llenaran de oro la cesta del anciano.

Pero, desde su propio campo, la esposa de un vecino del viejo estaba observando el encuentro, y se fue corriendo hacia su casa para decirle a su marido:

– Rápido. Llena una cesta con higos y ofrécela al emperador. Parece ser que le gusta tanto el producto de esta región, que está recompensando a sus labradores con cestas de oro.

El hombre hizo lo que le decía la mujer, y le llevó la cesta de higos al emperador con la esperanza de recibir a cambio otra cesta de oro. Pero, en vez de esto, el soberano se enfadó tanto por la insolencia del hombre que ordenó a sus cortesanos que le arrojaran los higos. Magullado y lleno de cardenales, el hombre volvió junto con su mujer diciendo:

– He tenido suerte de sobrevivir. Si le hubiera llevado al emperador una cesta llena de higos, uvas, dátiles y manzanas, en lugar de sólo higos, me habría matado con mis propias frutas.

Fuente Talmúdica: Vayikra Rabbah 25
Fuente: Parábolas del Talmud.