JACOBO KÖNIGSBERG PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

UN SOCIO PESADO

Simón Narfeld, distraído por la plática con su tío, había olvidado la existencia de este componente ignorado de su personalidad, su Alter Ego, que a partir de la pérdida de su Yo, se había tornado molesto, con sus absurdos desplantes y reclamaciones como el de pedirle ir al exilio.
– ¿Qué quieres? – musitó, casi sin mover los labios, temeroso de que la gente pensara que estaba loco al hablar solo. (Aunque, pensándolo bien, desde la invención de los teléfonos” de manos libres”, con audífonos incrustándose en los oídos y bocina en la solapa, cualquiera puede hablar a gritos y gesticular solo en la calle como loco, sin que a nadie le extrañe).

Te pregunté. Repitió la sombra. – ¿Qué si estás listo para iniciar nuestro exilio? Vagando sin rumbo para encontrar lo que perdiste tan estúpidamente en la cama, nuestro Yo.

¿Nuestro? – Reclamó Simón.

Nuestro porque sin él no puedo retornar a mi tranquilo lugar en la sombra.

Ya bastantes problemas tengo, para cargar contigo. – Dijo tajante Simón.

No tienes más remedio. Vamos a recorrer mundo hasta encontrarlo. Al fin ya resolviste el problema económico. – Oyó decir entre risitas.

¿Qué, vamos a ir de Shtetl en Shtetl”, de pueblito en pueblito? – ¿Vamos a empezar con Cuautitlán? – Simón no lo tomó en serio.

Podría ser un buen principio, Simón, pero no creo que lo encuentres por allá. México no es como era Galitzia ni Lituania. En esta ciudad caben todos los pueblitos y pueblotes de aquellas y sobra espacio y gente. No te preocupes, acá cada oficina, cada fábrica, cada cantina, club o restaurante es un pueblito, un Shtetl, de aquellos que a veces era de contados habitantes y no todos se llevaban con todos, aunque se conociera de vista.

¿Qué propones?

Nuestro Yo no ha salido de la metrópolis, simplemente vamos a buscarlo y ¡De que lo encontramos, lo encontramos! Donde esté.

Bueno, – Contemporizó – estás loco, pero lo que propones me suena interesante.

Más loco estás tú, que perdiste nuestro Yo en la cama.

No me lo recuerdes. Que me dan escalofríos.

Es tu bronca, tu idiotez nos perjudicó a los tres.

¿Los tres?

Los tres estábamos en problemas: Nuestro yo, tú y yo.
Siguieron caminando, Simón y su sombra. Suena absurdo. ¿Es posible que alguien camine sin sombra? Pero así fue, la sombra sí, el Yo no.

Llegaron inconscientemente al edificio donde habitaba Simón. Este consultó su reloj, era demasiado temprano para subir al departamento. No se detuvo. Cuando llegó a la avenida Mazaryk, que de alguna manera lo atraía por el lujo en sus tiendas a aparadores.

¿De qué vivirán?, están vacías. Se dijo y siguió paseando.

Algunas cuadras más adelante doblaron a la derecha y se encontró con las aceras invadidas por decenas de mesas y más de la mitad de ellas ocupadas por parroquianos. ¡Antes de la una de la tarde!

¿Qué hace tanta gente en la calle a estas horas, no es ni sábado ni domingo ni día festivo? – ¿Qué no trabajan?

Se preguntó al verlos platicar sin prisas. Leer los periódicos, resolver sus crucigramas y acertijos. Jugar con sus computadoras de bolsillo. Conversar por los teléfonos celulares. Todo despreocupadamente, tomando café, algún refresco y otros más desayunando los huevos al gusto. ¡A estas horas!

¡Increíble!. – Dijo – No lo comprendo. ¿De qué viven?, son jóvenes ¿Qué no trabajan? ¿Cómo pueden estar así, sin hacer nada? ¿Los mantendrán sus padres o viven de sus rentas?

Vaya, al fin empiezas a despertar, dijo encaramándosele en la cabeza el Alter Ego.

Para que veas lo que es la vida. ¡La buena vida! La otra, la mala ¡No es vida!, fue la que tú tuviste. Te la pasaste en la oficina visitando las bodegas, checando en el andén cargas y descargas. Entre fierros.

Mi padre decía: “Hay que vigilar los fierros del Almacén, porque de cien fierros, se hace un peso”. Era cuando los centavos valían. – Rememoró Simón.

Lo que fue, se fue. – Replicó el otro.

Viró a la izquierda y vio más mesas en la banqueta. Caminó entre ellas, esquivándolas como entre la maleza, siguió avanzando. En la siguiente calle también había mesas, menos que en la anterior, aunque con buena cantidad de clientes.

Un muchacho con una guitarra cantaba mientras la rasgaba, anhelando unas monedas por su insulso acto. Siguió de frente y al llegar a la esquina atravesó el arroyo. Deambuló un centenar de metros y se encontró frente al Parque Polanco. Buscó una banca sombrada para meditar.

Cuanta gente ociosa. ¿Tendré que sumarme a ella? – Se preguntó – ¿Podré resistirlo?

¡Tendrás! – Aseveró el Alter Ego.Aunque no estarás ocioso, no se te olvide que estaremos muy ocupados buscando el Yo que perdiste. – Agregó riendo.

¿Estaremos? Estás presumiendo como la mosca en los cuernos del buey; “estamos arando”.

Sí, estamos buscando, socio.

Simón comprendió que tenía que vérselas con un socio muy duro y que no sería nada fácil librarse de él. No era sólo asunto de plantearle: El consabido “¿Me compras o te compro?”. Estaba más que casado con él, era más que ineludible ¡ineluctante! Imposible luchar y librarse de él. ¡Era su sombra y más!

Bien – Dijo cruzándose de brazos – Empecemos a buscar desde aquí. ¿Dónde quedó mi Yo?

Nuestro.

Bueno, ¿Dónde? ¿En qué parque?

Y se quedó mirando a su sombra.