Enlace Judío – El Secretario de Estado de Estados Unidos Rex Tillerson llegó a Moscú para reunirse con Putin, con la apuesta de que este impredecible nuevo presidente, que ya ha demostrado su disposición a tomar acciones militares, le da a Estados Unidos una muy necesaria ventaja para acabar con el derramamiento de sangre en Siria.

Sin embargo, no hay garantías de que los argumentos de Tillerson tendrán mejores resultados  que el fracasado esfuerzo de la administración Obama para alejar a Rusia de su aliado sirio. La misión de Tillerson, a unos días de que 59 misiles Tomahawk golpearan una base aérea siria, también conlleva serios riesgos: Si Rusia ignora las advertencias, el presidente Donald Trump podría verse obligado a efectuar otra demostración de fuerza en Siria o arriesgarse a ver menguada su credibilidad.

Esperan que el gobierno ruso concluya que se han alineado con un socio poco confiable, Bashar al-Assad. “El reinado de la familia Assad está llegando a su fin”, predijo con confianza.

Pero eso fue lo mismo que dijo el presidente Barack Obama durante años, sólo para ver cómo Assad sigue en el poder tras el término de su propio mandato. Y la naciente política de la administración de Trump en Siria parece ser cada vez más la misma que Obama empleó sin éxito: persuadir a Rusia, el aliado más firme de Assad, de abandonarlo.

Los paralelos no han pasado desapercibidos al presidente ruso Vladimir Putin, y funcionarios estadounidenses han acusado a sus militares de tener conocimiento del reciente ataque con armas químicas antes de que ocurriera y tratar de ayudar a ocultarlo. Pidiendo una investigación de la ONU, Putin sostuvo que fueron los oponentes de Assad quienes usaron armas químicas.

“Ya lo hemos visto todo”, dijo Putin, el líder ruso recordó a los reporteros las acusaciones infundadas de armas iraquíes de destrucción masiva, usadas para justificar la invasión de Estados Unidos en 2003.

La creciente disputa sobre los acontecimientos de la semana pasada en la ciudad siria de Khan Sheikhoun ha empujado a Washington y Moscú a un nivel de tensión que raramente se había visto desde el final de la Guerra Fría. La animosidad es especialmente notable dada la especulación generalizada de que Trump, quien elogió a Putin durante su campaña, buscaría el acercamiento con Moscú.

Incluso en Siria, las posiciones parecían endurecerse. Pero desde el ataque, el jueves pasado, Tillerson y otros funcionarios estadounidenses parecen haber vuelto a la retórica de la administración pasada de insistir en que Assad debe salir, sin plantear ninguna estrategia para lograrlo.

El cambio de postura de la administración Trump, aparentemente impulsado en parte por la respuesta emocional del presidente a las imágenes de las víctimas de armas químicas, también sirve a otro propósito: elimina la percepción de cercanía entre Trump y Moscú. Mientras el FBI y varios comités del Congreso investigan posibles lazos entre Rusia y la campaña de Trump, el presidente puede señalar a su postura dura contra Assad como nueva evidencia de que está dispuesto a enfrentarse a Putin.

Mientras Tillerson aterrizaba en Moscú, altos funcionarios de la Casa Blanca informaron a periodistas sobre la desclasificación de documentos de inteligencia estadounidenses que refutaban la afirmación de Rusia de que rebeldes habían sido responsables del ataque con armas químicas. En un memorándum de cuatro páginas, Estados Unidos acusó a Rusia de orquestar una campaña de desinformación y ayudar a Siria a ocultar el horrible ataque, en que murieron más de 80 personas.

El secretario de Defensa, Jim Mattis, dijo a periodistas en el Pentágono: “Está muy claro quién planificó este ataque, quién autorizó este ataque y quién orquestó este ataque”.

El gobierno de Putin se ha declarado indignado por las acusaciones públicas de la administración Trump, y aún más por la intervención militar estadounidense en Siria.

Con información de Times of Israel y RT