En Pésaj tomamos el carpas (verdura) y lo remojamos dos veces en agua con sal para representar las lágrimas que nuestros antepasados derramaron miles de años atrás. Sin embargo, no se nos dice cuándo vertieron esas lágrimas: bien pudo haber sido en Egipto gracias a los trabajos obligados con los que eran atormentados por el faraón, o al enfrentar el desierto cuando añoraban “sentarse al pie de las ollas de carne”. No sabemos si lloraron al dejar la esclavitud o al perder la libertad. Sin embargo, de lo que sí podemos estar seguros es que en el seder de Pésaj, libertad y esclavitud, dulce y amargo, pobre y rico, oculto y revelado se entremezclan continuamente donde uno se confunde con el otro y el movimiento obliga a la persona a definirse.

Los ritos de Pésaj han de ser una de las practicas más enigmáticas que se hayan realizado en la historia del judaísmo; podría decirse que comienzan con la quema del jametz (pan prohibido) y terminan con el aficomán (pan que debe ingerirse) o que inicia en el kidush, la santificación del día con vino y finaliza con la copa de Eliahu Anaví (Elías el profeta).

En el primer ciclo lo iniciamos deshaciéndonos de un alimento que no podemos consumir porque está prohibido consumirlo y termina con un alimento que debemos consumir porque adquiere santidad. Mientras que el segundo ciclo comienza con una bebida que servimos y bebemos y termina con una bebida que servimos como ofrecimiento y que no ingerimos. Los dos ciclos representan el camino que todo judío puede recorrer cuando decide salir de la esclavitud en busca de la libertad.

El primer aspecto que es notorio a primera vista es que ese camino está oculto. Hay que buscar el jametz y hay que buscar el aficomán. ¿Qué quiere decir esto? ¿por qué la búsqueda?, ¿qué representamos cada vez que ponemos en escena el juego de perder y encontrar cosas durante Pésaj?

Del jametz a la matzá: nuestra libertad está en nuestros defectos.

Lo cierto es que no es claro, entre el jametz y la matzá uno representa la esclavitud y otro representa la libertad. Aunque como todo en este día no es evidente cuál es cuál, le corresponde a cada individuo definirlo:

La matzá es el pan ácimo, un pan al que no se le permite leudar, en la Hagadá se le llama “el pan de la pobreza”, y al mismo tiempo es “el pan de nuestra libertad”. No es claro si es el pan que nuestros antepasados comieron al ser esclavos en Egipto o el pan que comieron cuando fueron liberados.

Es decir, no es claro si la matzá es un pan que no pudo leudar porque los trabajos excesivos que exigía el faraón no les permitían tener tiempo para dejar la masa reposar o si es un pan que no pudo leudar porque los judíos tenían tanta urgencia y ansias de salir a la libertad que ni siquiera dejaron tiempo suficiente para que el pan leudara. Finalmente, no sabemos si comemos matzá para representar la esclavitud que nuestros antepasados vivieron o para representar su libertad.

Tampoco lo sabemos al dejar de comer jametz. Éste, es cualquier tipo de harina, levadura, panqué o pan que no sea matzá. Usualmente se usa para honrar el Shabat y las fiestas; es muestra de abundancia y de riqueza. Sin embargo, en Pésaj también se convierte en símbolo de esclavitud porque es lo único que puede llegar a romper tu voluntad; es lo único que puede convertirse en una tentación verdaderamente fuerte durante la semana de Pésaj.

No comer jametz es la prohibición más importante durante esos días y comerlo tiene implicaciones rabínicas fortísimas. Dentro del contexto de una persona que ha decidido seguir las mitzvot (mandamientos toraicos), comer jametz implica que no reconoces a D-os, ni a la salida de Egipto y que no eres capaz de dominar tus deseos físicos para darles un sentido superior. Es decir, implica que sigues siendo esclavo de tus caprichos; que te quedaste en Egipto.

Mientras que comer matzá te reta diariamente. Te obliga a recordar la Torá con cada bocado y a superarte física y espiritualmente. Tras una semana de auto limitación diaria, uno adquiere cierta fuerza de voluntad que sin esta práctica no sería posible. La matzá representa la aceptación de D-os y la Torá y el infinito agradecimiento que uno puede sentir por haber sido liberado de Egipto; el contarse a sí mismo dentro del pueblo judío.

Sin embargo, con el tiempo tanto jametz como matzá han sido interpretadas de numerosas formas; la que encuentro más interesante es aquella donde se dice que ambas, juntas, representan las características internas que conforman nuestro carácter, en hebreo se llaman midot. Dentro del judaísmo se piensa que las virtudes y los defectos de una persona surgen de la misma raíz espiritual que forma la personalidad del individuo. La palabra midá, que es cualidad, literalmente quiere decir medida. Es decir no hay nada intrínsecamente malo dentro de la persona, ni nada intrínsecamente bueno. Lo que lo hace bueno o malo es la forma en la que se usa: la medida. Tu defecto con otra dirección se vuelve tu virtud.

Jametz y matzá están hechas de la misma forma: harina y agua. Lo único que cambia es el tiempo que se deja a la masa reposar, la medida. Si se usan en el momento que deben ser usados sirven para honrar a D-os y para crecer internamente; sin embargo, si se usan en el momento indebido y de forma indebida desacralizan Su nombre y ocasionan daño a quién las usa.

La libertad de Pésaj consiste en conocernos, en buscar el jametz y la matzá dentro de nosotros; en buscar aquello que nos separa de D-os, atrevernos a ver nuestros defectos y luchar para convertirlos en virtudes. En hacer que el pan de la esclavitud se vuelva el pan de la libertad.

Del kidush a la quinta copa del séder: Exilio y Redención

En este proceso se encuentran las dos libertades que celebramos en Pésaj: la libertad por la cual luchamos al salir de Egipto y la libertad por la cual debemos luchar diariamente. La matzá es a la vez el pan de nuestro pasado y el pan de nuestro presente. Sin embargo, este simbolismo también se ve reflejado en las cinco copas de vino que servimos en el séder de Pésaj.

En el kidush (la primer copa), santificamos el día como un recuerdo de la liberación que vivimos de Egipto y después durante el séder bebemos tres copas de vino extras que sumadas a las del kidush cuentan cuatro. Cada una de ellas representa cuatro formas o fases de libertad que debemos de alcanzar antes de que llegue el Mesías y seamos merecedores de la Redención final.

En el judaísmo se considera que nuestra libertad es incompleta hasta que cada individuo haya logrado auto perfeccionarse al punto tal de haber roto todas las ataduras físicas y espirituales que lo separan de D-os. Esto se representa en la quinta copa que servimos.

Es una copa que al igual que el jametz no bebemos, sin embargo, a diferencia del jametz no la bebemos porque estamos esperando que Eliahu Anaví (Elías el profeta) nos la ofrezca cuando logremos traer la Torá a este mundo.

Para lograr ese objetivo debemos conocernos; conocer nuestra tradición y conocer a fondo la Torá oral y la Torá escrita. Todo el séder gira alrededor de cuatro preguntas y de la importancia de la duda porque la pregunta y la duda es el inicio de cualquier conocimiento: sólo a través de preguntar podemos descubrir la verdad y sólo a través de cuestionar a la tradición y los preceptos podemos hacerlos nuestros. Al mismo tiempo, no hay forma de que conozcamos nuestros defectos y los redirijamos si no nos atrevemos a explorarlos. Por eso la pregunta y la búsqueda son las dos figuras centrales de la liberación de Egipto y el rito de Pésaj.

El séder concluye con el aficomán que comemos. La respuesta que se le debe dar al hijo sabio es “no pruebes nada después del aficomán

El aficomán es una matzá que al inicio del séder se guarda en una cubierta y se esconde. Los niños de la casa deben buscarlo para que todos podamos comer de él. Una vez que se encuentra, en toda la noche no podemos comer nada más. Para rab Bery Grenshfeld lo que el aficomán representa es la respuesta interna a nuestras preguntas: el pedazo de verdad que alcanzamos tras estudiar la Torá, el momento de santidad que vivimos cuando hacemos una mitzvá (mandamiento toraico), cuando rezamos, cuando estamos con D-os. Una vez que encontramos esa respuesta, una vez que compartimos Su compañía, no debemos ir más allá, debemos quedarnos con Él.

Beberemos de la copa de la Redención cuando hayamos buscado nuestro jametz interno (nuestros defectos), lo hayamos quemado en una ofrenda, hayamos luchado por la matzá que nos alimenta (las mitzvot) y hayamos podido quedarnos con el sabor del aficomán en la boca; con la paz que otorga el encuentro con D-os.

Antes de ese momento los invito a que sigamos buscando.