Una de las cosas que hacen del judaísmo una tradición fuerte es que reconoce los errores humanos. Para la Torá el hombre se encuentra entre el ángel y la bestia. Sin embargo, es superior a ambos ya que el ángel fue creado perfecto y por ello no puede perfeccionarse, no puede tener libre albedrío porque jamás entenderá la naturaleza de la tentación y la separación de D-os. Mientras que las bestias ni siquiera llegan a tener razón, no pueden conocer a D-os porque sus actos son instintivos no tienen ningún tipo de ética ni moral; no pueden ser responsables de sus acciones.

El hombre en cambio es la criatura escogida por D-os, porque siendo un ser limitado, un ser con instintos y necesidades físicas, puede darles un sentido nuevo y transformar un mundo imperfecto en un mundo digno de ser habitado por D-os. El hombre es el único ser que puede ser libre porque es el único ser que tiene poder de elección.

El rabino Yacov Menken en este discurso nos habla de la importancia de reconocer nuestros errores y de aceptarlos. Es más, la misma Torá los reconoce, para él ni el juez es perfecto en este planeta.

No hay ángeles en la Tierra

En esta semana comenzamos a leer Vaikrá o Levítico, que es el tercer libro del Pentateuco. Se empezó a conocer con el nombre de “Levítico”, porque una parte importante del texto se refiere a los servicios que realizaban los cohanim (sacerdotes) en el Templo. Éstos eran descendientes de Aharon HaCohén (Aharon El sacerdote) proveniente de la tribu de Levi.

Al inicio del libro, las primeras ofrendas que se señalan son aquellas que se deben realizar cuando uno o varios individuos cometieron una trasgresión seria por negligencia. Por ejemplo, olvidar que determinado tipo de comportamiento no estaba permitido. La Torá prescribe distintas ofrendas dependiendo de quién cometió el pecado: hay una ofrenda especial si la cometió el Sumo Sacerdote; hay una para “todo Israel,” la cual se refiere a una ofrenda que se debía hacer si el Sanedrín, la Corte Suprema, se equivocaba al ejecutar una ley y descubría su error una vez hecho el daño; existe otra ofrenda especial para el rey y una para el judío común.

Lo que este pasaje muestra es que mucho antes de la época moderna el pueblo judío tenía balance de poderes. Nadie tenía poder absoluto; el rey David estaba obligado a consultar sus decisiones con el Cohén Gadol (el Sumo Sacerdote) y con el Sanedrín (la corte rabínica).

Pero inclusive aún más importante: todos tenían que verificar su conducta, una vez hecha, incluso el rey; incluso el Sanedrín. No existe nada que pueda equivalerse a la bula papal en el judaísmo; ni un individuo puede evitar cometer trasgresiones.

No podríamos buscar mejore testimonios de que nadie es perfecto. Todo el mundo comete errores. Así que nadie debería de perder la esperanza en el futuro cuando mira su propio pasado. Nada se interpone en la vía de aquel que sinceramente quiere regresar al camino correcto, D-os siempre va a aceptar a la persona que se arrepiente de forma sincera. Y como lo vimos en este pasaje, todos cometemos errores, ¡inclusive los jueces!

Fuente: Project Genesis

Escrito por rab. Yacov Menken, traducido por Aranza Gleason