ORLY AZOULAY

Si el presidente de Estados Unidos comprendiera que lo que Abbas exige es justo lo que Netanyahu no quiere y no puede aceptar, sabría que no tiene sentido poner pie en el pantano del Medio Oriente. Pero Trump, cuyo poder está en su ignorancia, no dejará que los detalles se interpongan en su camino.

Donald Trump carece de conocimientos profundos sobre las raíces del conflicto israelí-palestino, su historia y los grandes sueños que fueron destruidos. Desconoce las emociones que crean la animosidad e ignora las injusticias que se han causado durante décadas. En un breve informe, ha oído hablar, con impaciencia, de los ríos de sangre que han alimentado las interminables batallas sobre la tierra y el honor.

Y realmente no le importa. Su ambición es anotar un impresionante logro de política exterior, un éxito propio, que podrá poner su nombre en letras doradas, como le gusta hacerlo. Después de poco más de 100 días de una presidencia caótica, con una baja aprobación sin precedentes, Trump necesita desesperadamente una victoria.

Por alguna razón, marcó al Medio Oriente como su primer objetivo: comenzó a presionar por un acuerdo, que, en su opinión, es el único que se puede alcanzar, en un intento de mostrar al mundo no sólo quién manda sino también que el gran Donald es el único que puede triunfar donde los demás han fracasado. El conflicto, para él es un acuerdo inmobiliario: una hectárea aquí y otra allá, y algo grande se presentará súbitamente entre Israel y los palestinos.

Después de que los presidentes estadounidenses han fracasado en su objetivo de lograr un avance y ayudar a las partes en conflicto a alcanzar un acuerdo de paz, Trump entró en el ring como un caballo relinchante. En su encuentro con el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, este miércoles, difundió en todas direcciones algo que esta región maltratada carece hace años: optimismo y esperanza. No dijo cómo lo haría, no presentó un plan ni describió el acuerdo que tiene en mente, no dijo quién tendría que hacer concesiones ni dónde. Todo lo que hizo fue lanzar palabras al aire como: un acuerdo exitoso, algo nuevo, la paz para todos los niños de la región, calma, compromiso, el fin de la violencia, el fin del odio, el momento ha llegado. Música para los oídos de una región cuyos habitantes están seguros de que el mundo se ha olvidado de ellos por mucho tiempo.

Otros han pronunciado estas palabras antes que él, pero Trump las dijo sin predicar, sin levantar un dedo acusador. No dijo quiénes eran los buenos y los malos, no intentó esbozar fronteras prematuramente o dividir a Jerusalem antes de ponerlo sobre la mesa de negociaciones. Lo está haciendo a su manera, como solía hacer cuando construía rascacielos: él es el es el que corta el listón rojo de los negocios exitosos, y ahora ha llegado a un barrio difícil.

El desanimado Abbas yacía a su lado, apoyado sobre sus papeles. El tiempo y la larga lucha parecían haber dejado su huella en él. Con los años, se han hecho suficientes promesas y se han construido castillos en el aire. Parecía un guerrero agotado. Había algo desgarrador en sus intentos de alabar al presidente estadounidense por su liderazgo y valor. Así fue como se preparó para la reunión, recibió instrucciones de darle a Trump lo que más le gusta: un gran estímulo a su ego.

Sin embargo, eso no es lo único que lo trajo a la reunión. A diferencia de Trump, que ha mantenido sus cartas ocultas, Abbas puso sobre la mesa, frente a los medios de comunicación, la única solución posible por lo que a él respecta: dos Estados, Jerusalem oriental como la capital de Palestina, las fronteras de 1967, una solución al problema de los refugiados y un reconocimiento israelí del Estado de Palestina.

Si el presidente de Estados Unidos comprendiera que lo que Abbas exige es justo lo que Netanyahu no quiere y no puede aceptar, sabría que no tiene sentido poner pie en el pantano del Medio Oriente. Pero Trump, cuyo poder está en su ignorancia, no ha estudiado nada a fondo y por lo tanto posee el optimismo de las personas sin conocimiento: éll no deja que los detalles se interpongan en su camino. Está seguro de que si se ofrece a sí mismo como intermediario, las partes harán lo que él diga. Está acostumbrado a ello desde su época como el rey de los negocios. Con el entusiasmo de un niño que acaba de recibir un juguete nuevo, toma el conflicto con ambas manos y promete hacer todo lo que está en su poder para lograr un acuerdo de paz. Tal vez este enfoque funcione, después de que todo lo demás ha fallado.

Y si el nuevo juguete de Trump se rompe en pedazos, no será tan malo para él. Encontrará otro juguete. Mientras tanto, seguiremos sangrando por los líderes que carecen de coraje o sabiduría y que no les importa darse contra la pared, junto con nosotros.

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