JACOBO KÖNIGSBERG PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

DESFILE DE YOES

Simón, al perder su Yo, dejó sin cobijo, no sólo a su Alter Ego, sino a un número no definido de otros Yoes que conforman su personalidad. Dos de éstos ya brotaron de lo más profundo de su ser. Uno trabajador y el otro amoroso. Alter con su carácter cínico y sombrío los ha querido poner en ridículo y en parte lo ha logrado. Trabajador y Responsable fueron abatidos con relativa facilidad sin oponer gran resistencia, quizás porque, en lo íntimo Simón estaba cansado de su puntillosa laboriosidad y deseaba liberarse del prusiano, que había en él y lo pisó con su bota toda su vida.

Con el Yo Amoroso, la cosa fue diferente. De lo más profundo brincó indómito Yo Atávico. Personificación de la naturaleza irracional, salvaje, intuitiva e imprevisiblemente instintiva de Simón.

Alter, sombra impalpable, se sobresaltó como quien ve surgir un fantoche, al quitar la tapa de una caja de regalos.

El primer impulso de Atávico fue el de reconocerse en su prole, sangre de su sangre. Difícilmente Simón podría reprochar algo a sus hijos, nietos y sobrinos nietos. Todo era ternura y amor. Había lazos de identidad difíciles de explicar.

El Yo Amoroso fue revitalizado con esta inesperada aparición. El amor, como el agua, fluye de arriba abajo. De abuelos a hijos y nietos, a pesar de los escollos que pudieran interponer los progenitores de éstos.

Alter, de pronto, no supo qué hacer con el Yo Amoroso fortalecido. Este también se sintió más seguro y se alegró por el apoyo, alegría que duró poco, porque Atávico, impredecible y voluble, vio dos muchachas con minifalda y en la contemplación de pantorrillas y muslos sintió ganas de aullar como lobo olvidándose del amor filial.

Alter soltó la carcajada, ante la debilidad del supuesto aliado del Yo Amoroso. Este se desplomó, Atávico llamó al Yo Lujurioso para que lo apoyara pero cuando las jóvenes dieron la vuelta en una esquina, Atávico y Lujurioso se quedaron bramando y resollando sin recordar por qué. De esta explosión lujuriosa tan sólo les quedó cierto cosquilleo indefinido.

Alter pensó en cómo aplacar a estos arrebatados integrantes de la personalidad de Simón, cuando surgió otro que se encargó de hacerlo, el Yo Pundonoroso avergonzado por los exabruptos de aquellos. ¿Qué pensarían tu nuera y tu hijo si cedieras a las explosivas pretensiones de esos? ¡Se sentirían avergonzados por tu conducta, Simón! Tendrían una muy justificada razón para alejarte de los niños! Deberías serenarlos a toda costa.

Hacerlo fue fácil. Apeló al instintivo amor que sentían por los chicos y lo logró en segundos.

Reprimidos ante el atónito Alter que había pensado en ellos como posibles aliados para fastidiar a Simón, a quién señalaba como el culpable, de haber perdido al Yo, su luminoso complemento.

¿Qué tan consciente estaba Simón Narfeld de esta situación, cuando ni siquiera sospechaba la existencia de sus múltiples Yoes?

Sin embargo, como ya se mencionó, algunos de éstos se enfrentaban y discutían con Alter, el Viejo. Cada uno desde su propia faceta, la cual podría recibir luz y reflejarla en cierta dirección o permanecer en la penumbra.

En Pundonoroso se adivinaban los genes de su padre, Moisés, estricto, puntilloso, exigente del cumplimiento de las reglas, no menos que lo hacía el profeta y legislador cuyo nombre llevaba. Cuando veía al joven Simón echando una mirada lasciva a una muchacha o alguna de las empleadas, le decía en Yidish: ¿Qué harás si se te acuesta y la dejas preñada?

Eran los tiempos en que casi todas las farmacias se negaban a vender condones y no se hablaba de anticonceptivos. Añadía:

– No te metas sano a la cama de un enfermo. No busques problemas.

La mirada acusadora del padre se quedó grabada en Simón y la misma se encargaba de que cumpliera sus compromisos y entregara cuentas exactas a propios y extraños.

– Puedes o no regalarles un peso, le decía, pero no puedes quitarles un centavo.

– “La utilidad en la venta del producto es tanto por ciento y te la deben respetar. Si no, que busquen en otra parte. Respétalos y te respetarán”.
Alter pensó que sería Pundonoroso presa fácil y empezó exigiéndole la restitución del Yo Luminoso:

– Han perdido tontamente mi complemento y bien sabes que sin él no puedo funcionar. Él es el fondo claro sobre el que imprimo mi sombra para crear el claroscuro que forma las cosas físicas o abstractas. – Dijo muy seguro de sí.

– Y tú lo indujiste a vagar para buscarlo y prometiste que irían juntos y no he visto que cumplas. Me reservo el derecho de juzgar hasta ver pruebas y resultados. -Dijo Ponderoso y se esfumó.

Alter quedó mudo y después de que Simón preocupado, fue a sentarse a la mesa de un café volvió a asediarlo.
Pero Narfeld, contemplando las nubes, por encima de las copas de los árboles y la azotea, estaba sumido en un estado de ensoñación, en el que hacía mucho tiempo no se encontraba. Rara vez veía los atardeceres estando al pendiente del tránsito cuando regresaba de Tlalnepantla. En múltiples ocasiones salía de “Rodamientos” cuando ya había oscurecido.

Ahora su Yo Sereno gozaba los cambios de color del cielo y la incidencia del sol en las nubes. Primero con un fondo azul, después dorado y aquellas pasando del rosa al lila y al morado. Todo acompañado de una suave música que salía del restaurante y el trinar de los pájaros entre el fragor del tránsito. Sintió que algo renacía en él y era otro ser ignorado por años. El Yo Soñador se posesionó de él. Alter no pudo sacarlo de ese estado y se desvaneció. Simón estuvo así hasta el anochecer cuando retornó a su casa a cenar y a dormir.