IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Acaba de anunciarse el premio Princesa de Asturias en Comunicaciones y Humanidades 2017, y resulta que se le ha otorgado al humor judío.

Es decir, se le ha otorgado al ya mítico grupo argentino musical y de comedia Les Luthiers, que a punto de cumplir 50 años de actividades, sigue vigente en el gusto del público debido a que una nueva generación de jóvenes apenas los empieza a descubrir. Por ello, sus últimos espectáculos —basados exclusivamente en antologías de su amplísimo repertorio— están logrando llenos totales en todos los lugares en donde se presentan.

Todo comenzó en 1965, cuando un grupo de jóvenes estudiantes de diferentes facultades universitarias empezaron a armar shows cómicos-musicales para divertir a los asistentes a los festivales corales. Un joven hijo de refugiados catalanes, Gerardo Masana, tuvo una de las mejores ocurrencias posibles: ponerle música de estilo barroco al texto de la propaganda de un producto contra el estreñimiento. De allí nació la Cantata Modatón (nombre luego ajustado a Cantata Laxatón, para evitar problemas legales con el nombre del producto; de click aquí para escucharla). Tenía un plus que acentuaba la ridiculez del evento: se usaban instrumentos inventados por los propios ejecutantes (instrumentos ridículos, por supuesto, como los Yerbomatófoni D’Amore, hechos a partir de mates, el típico utensilio gauchesco para consumir hierba mate) El éxito fue tal que el número se tuvo que repetir en diversos lugares, y de repente este grupo de aspirantes a ingenieros y notarios se encontró trabajando como músicos y humoristas.

En ese momento, el grupo se presentaba con el nombre de I Musicisti (un juego de palabras en español e italiano que se podría traducir como “Los Musichistes”). En 1967, las diferencias de opinión entre los miembros provocaron una ruptura, y Gerardo Masana decidió abandonarlo. Marcos Mundstock, Jorge Marona, Carlos Núñez Cortés y Daniel Rabinovich decidieron seguirlo, y tomaron el nombre Les Luthiers, con el que siguen trabajando hasta el día de hoy.

En 1971 se agregaron al grupo Ernesto Acher y Carlos López Puccio, pero en 1973 falleció de leucemia Gerardo Masana, y el grupo se quedó en manos de… puros judíos (el periodista Daniel Samper nos explica que los orígenes étnico-culturales del grupo no eran difíciles de definir: el verdadero nombre de Carlos Núñez Cortés es Carlos Núñez Alazdraki, y junto con Carlos López Puccio es judío por parte de la mamá, que es por donde los judíos somos judíos; Samper explica que con el único que tuvo problemas para verificar su origen fue con Daniel Abraham Rabinovich, y llegó a la conclusión de que “podría” ser judío).

Esta formación se mantuvo hasta 1986, cuando Erenesto Acher abandonó el grupo. Sin embargo, los otros cinco integrantes se mantuvieron hasta 2015, cuando Daniel Rabinovich tuvo que reducir su participación, primero por problemas de salud, y finalmente por su fallecimiento. Su lugar fue tomado por Horacio Turano y Martín O’Connor, que ya venían colaborando con el grupo desde el año 2000, supliendo a quienes se tuvieran que ausentar por causas diversas.

El humor característico de Les Luthiers se forjó, entonces, entre 1971 y 2015. Y se puede afirmar que es un humor característicamente judío.

¿Por qué? Porque su distintivo es la deconstrucción del lenguaje.

El idioma hebreo se escribe sin vocales. Este es un factor que influye mucho en la programación neurolingüística de los judíos, debido a que el proceso de escritura-lectura obliga a las personas a aplicar procesos muy distintos a los que caracterizan a los parlantes de los idiomas derivados del latín, el griego o las lenguas germánicas.

El detalle es que en estos idiomas, toda la información puede ser debidamente codificada en un texto escrito. De hecho, el griego y el latín —base de la cultura occidental moderna— son idiomas de una sorprendente precisión. Por lo tanto, el proceso de escritura-lectura bien realizado consiste en expresar correctamente lo que se quiere decir, y luego leerlo correctamente. Si esto se logra, el mensaje se transmite sin errores posibles (por supuesto, existen las libertades poéticas o las posibilidades de jugar con el lenguaje, pero son justo eso: posibilidades; el idioma, como tal, no las requiere).

En cambio, en el hebreo suceden otro tipo de situaciones: un mismo texto puede tener en un momento dado dos, tres o incluso más lecturas posibles, porque las vocales no están escritas, y porque algunas letras pueden ser leídas de diferentes maneras (como la Vav, que puede ser U, O, o V).

En consecuencia, el lector debe disponer de un bagaje previo que le permite inferir de qué se trata lo que está leyendo. Es decir, no recupera la información, sino que la reconstruye.

Por ello, resulta inevitable que el proceso de transmisión de la información en hebreo nunca busque la precisión al 100%, porque quienes hablan, escriben y leen hebreo saben que hay un margen que, en mayor o menor grado, hará que cada lector reconstruya el texto de acuerdo a su capacidad de comprensión (sobre todo cuando se trata de situaciones como los verbos en participio, por ejemplo).

Eso ha condicionado al lector judío (educado en los modos del hebreo, pero radicado en el mundo occidental desde hace casi dos mil años) a volverse un especialista en la polisemia. Es decir, en la detección de dobles o triples sentidos en donde no necesariamente los hay.

Por ello, el humor característicamente judío siempre ha tenido el sello de la deconstrucción del lenguaje: hacerle ver al público que aunque en occidente se escriban todas las vocales, una frase puede decir más cosas de las que aparenta, o puede estructurarse de un modo que a nadie se le habría ocurrido.

Por ejemplo: la pieza instrumental Papa Garland had a hat and a jazz band and a mat and a black fat cat, tiene un estrambótico título en inglés conformado por palabras que sólo usan la vocal A. Por supuesto, se elaboró en ese idioma porque en español hubiera sido imposible: “Papa Garland tenía un ombrero, una banda de jazz, un tapete y un gato gordo y negro”.

Pero no: eso también se puede hacer con el español. El texto introductorio para la pieza es el siguiente: “Acá va la aclamada banda grabada para agasajar al jazz. Banda para pasarla hasta gastar la placa, hará cantar, danzar, saltar, hasta a las almas más apagadas. Va a atrapar a las masas, hará ganar plata a carradas, alcanzará la fama, agradará mucho”.

Más frecuente es el otro tipo de distorsión: lograr que una cosa diga más de lo que parece decir. Un ejemplo inmejorable son las cuartetas cantadas por dos charros en la Serenata Mariachi. Mientras se disputan el amor de una mujer, el primero canta:

“Siento que me atan a ti
Tu sonrisa y esos dientes
El perfil de tu nariz
Y tus pechos inocentes”

El otro canta su propia cuarteta:

Tus adorados cabellos
Oscuros, desordenados
Clara imagen de un anzuelo
Que yo mordí fascinado”

Luego, los dos intentan imponerse y cantan al mismo tiempo, alternando cada frase de su cuarteta. El resultado es insultante y obsceno:

“Siento que me atan a ti
Tus adorados cabellos
Tu sonrisa y esos dientes
Oscuros, desordenados
El perfil de tu nariz
Clara imagen de un anzuelo
Y tus pechos inocentes
Que yo mordí fascinado”

Se repite en el llamado Canon Regio. Una estrofa que estaba pensada para halagar a una reina medieval dice lo siguiente:

“El día en que te conocí me pareció muy grande
Tu inteligencia
Vi tu nariz diminuta
Vi tu cabellera
Cayendo sobre tu cintura
Vi tus pechos maternales”

Pero el rey se obstina en que sus juglares canten a dos voces, y les pide que hagan un canon con la canción. Uno comienza con el texto, el otro lo va repitiendo y ajustando a la música, y el resultado es un desastre:

“El día en que te conocí me pareció
El día en que te conocí
Muy grande
Me pareció
Tu inteligencia
Muy grande
Vi tu nariz
Tu inteligencia
Diminuta
Vi tu nariz
Vi tu cabellera
Diminuta
Cayendo sobre tu cintura
Vi tu cabellera
Vi tus pechos
Cayendo sobre tu cintura”

O simplemente manipular el discurso como en las típicas introducciones de Marcos Mundstock. Por ejemplo: “Algunos especialistas sostienen que los animales son sensibles a la música. Johann Sebastian Mastropiero entre ellos. Entre los espcialistas…” (dicho con tono de aclaración).

O esta otra: “… una anciana de 108 años, a la cual descubrió en una de sus investigaciones arqueológicas. La mujer parecía confundirse con el paisaje. Le dijo ‘mira ese algarrobo’, señalando un guanaco (pelícano). Efectivamente, la mujer se confundía con el paisaje…”.

Pero acaso el clímax de su creatividad en materia de destrucción del lenguaje llegó con el “tarareo conceptual” usado en el show Lutherapias. La idea es simple: no usar tarareos como “tarará”, “lalalá” o similares, sino aprovechar las últimas sílabas de los versos de los que se está cantando.

El resultado es una genialidad: ya no se trata de torcer el lenguaje para lograr que diga otra cosa (como en las obscenidades del Canon Regio o la Serenata Mariachi), sino simplemente lograr que el lenguaje no diga nada. Absolutamente nada.

Se anticipa cuando Mundstock finge leer un libro y cita una canción “famosa” donde Johann Sebastian Mastropiero ya habría usado el tatareo conceptual. La canción se llama “la Excursión de los Estudiantes” y la frase dice “ya pararon para comprar queso, y ahora pararán para pan, pararán para pan”. Es apenas el anticipo para lo que se viene en el Aria Agraria, que llega al clímax en su tercera estrofa:

“Cultivarán las flores
De todos los colores
La lívida caléndula
La lila y el lívido alhelí
La lila color de lila
Y la rara lila blanca
La lila color de lila
Y la rara lila blanca
La rara lila la rara lila
La lila lila y la rara lila
La lila lívida la lila lívida y la rara lila”

Frase final que da lo mismo que decir “lararalila lararalila lalilalila y lararalila lalilalirilalalilalirilaylararalila”.

¿De dónde sacan semejantes ideas? Según ellos mismos han confesado, de las propias tonterías que se les ocurren mientras platican y con las que se mueren de risa ellos mismos.

Muy judío el estilo: por algún accidente alguno de ellos leyó algo sobre flores, se encontró con que había lilas lilas y lilas blancas (muy raras), y se dobló de risa. Sin leer ningún chiste. ¿De qué se rió? De que su programación neurolingüística, heredada de un idioma que se escribe sin vocales, de inmediato vio algo absolutamente absurdo en ello: la lila lila y la rara lila, que dicho rápido es lo mismo que nada: lalilalilailararalila.

Y así empieza una canción (en realidad, así empezaron sus mejores shows).

Su fascinación por la destrucción del lenguaj no se limitó al español. También se extendió al ucraniano con la canción Oy Gadoñaya, de poeta ucranio anónimo, dedicada por Mastropiero a su empleada doméstica ucraniana llamada Natasha Frotalascova, y que con palabras en español debidamente pronunciadas con una marcación exagerada fingen ser un verso ucraniano (según la presentación, la interpreta el Coro de los Barqueros del Vólgota):

“Próspera piraña
Ñosis niña extraña
Traes a la cigüeña
La bestia primigenia
Próstata en desgracia
Cruda idiosincracia
Viva el Zar Nicolaievich
Vamos, vamos a Miami Beach
Viva el Zar Nicolaievich
Vamos, vamos a Miami Beach
¡Hey!”

O la Bossa Nostra, en un portugués brasilero más apócrifo que una moneda de tres dólares hecha con madera:

“Oh sol quemanchi y arghenti
Oh sol cocineiro da genchi
Oh sol tan firme y bruñido
Oh sol ghi foco encendido
Que quemas al apellido
Oh sol oh sol sostenido
O sol
O sol bemol”

Una extraña mezcla de sonoridades chinas y japonesas (porque las canta la esposa del Agregado Comercial de la Emabajada del Chinapón) tampoco se salvan:

“Ikebana chowen lai
Harakiri tobogán
Camiseta chimpancé panzón
Matahari salpicón
Honolulu Tucumán
Walkie Talkie chimpancé pim pon
Cham Pi Ñón”

Pero acaso el mayor mérito de Les Luthiers es que, más allá del estilo de humor que construyen, lo hacen de un modo inteligente. Por eso, los que somos sus fans desde los años 70’s (o antes) no nos cansamos de escuchar y ver una y otra vez los mismos sketches y las mismas canciones que nos han hecho reír durante más de 40 años; y las nuevas generaciones que acaso conocían lo que habían hecho de finales de los 90’s para acá, no dejan de sorprenderse ahora que en las últimas giras están reciclando sus éxitos más añejos.

Sin duda, la huella que han dejado en la cultura hispana es definitiva, contundente, absoluta.

Y vaya uno a saber qué más se traigan entre manos. Si algún día ven a alguno de ellos hojeando un periódico normal, común y corriente, y de repente notan que empieza a doblarse de la risa, es porque ya encontró en alguna página la segunda, tercera o cuarta lectura, esa que no se le ocurriría a nadie que no tuviera ancestros que escribían sin vocales.

Con un poco de suerte, eso que parecería sólo una tontería simpática terminará en el escenario, provocando las carcajadas de miles y miles de personas en dos continentes.