HERNÁN FELMAN

Mayo de 1967, los comentarios periodísticos anunciaban una Guerra inminente en el Medio
Oriente, el movimiento Sionista en ebullición, una Guerra pondría en peligro la desaparición del
Estado de Israel.

Nosotros, que nacimos con el Estado de Israel, no conocimos ninguna realidad fuera de la
existencia del Estado Judío, esa seguridad que hoy vemos como trivial, era de todos modos, una
realidad relativamente nueva para nuestros padres y abuelos.

Y ahora, mayo de 1967, una vez más, una oscura nube, cubre el cielo del mundo judío y pone en
duda la misma continuidad del Estado de Israel.

Los macabros chistes que rondaban en esos días en Israel decían que ya había un cartel en el
aeropuerto Ben Gurión que pedía que “el último en abandonar el país, que apagase la luz…”

Veníamos de una época difícil para el judaísmo argentino, movimientos neonazis levantaban la
cabeza, Tacuara la GRN (guardia restauradora nacionalista) con sus vestimentas especiales, su
peinado “a la gomina” y el saludo Nazi, traían demasiados frescos recuerdos de la bestia nazi que
hiciera estragos en nuestro pueblo. Aun así, cuando participábamos en sus manifestaciones para
enterarnos que decían, cantábamos junto con ellos “judíos a Israel” era eso lo que nosotros,
activistas sionistas en la Argentina, pensábamos que era el mejor futuro para nosotros, nuestras
familias, y para el resto del Pueblo judío.

Ellos deseaban expulsarnos, nosotros pensábamos en la aliá como el medio necesario para volver
a ser un pueblo normal en su tierra.

Esos días de tensa espera en el mes de mayo nos sirvieron para tomar nuestra decisión, tomando
en cuenta la situación; ¿Qué alternativa teníamos? Sólo una, prepararnos a viajar a Israel y
ofrecernos de voluntarios y así reemplazar a las decenas de miles de israelíes que deberían
abandonar sus hogares y trabajos con el fin de servir al Estado de Israel y a sus fuerzas armadas.

Hablamos con nuestros padres, Tzipora Z”L (mi novia de esos tiempos, y luego mi querida mujer
por casi 40 años) y yo. Éramos menores de edad y sin el permiso de nuestros padres no podríamos
salir de la Argentina. Sus respuestas fueron claras: No, no firmaremos los poderes para
permitirles viajar… Pocos días más tarde ante nuestra insistencia, amenazas y llanto, empezamos
a desmoronar los muros que nuestros padres construyeron. Sí, nos costó mucho, pero el día 5 de
junio nuestros padres firmaron el anhelado permiso. ¡Mis suegros firmaron el permiso a dos de
sus hijas!, la hermana de Tzipora, se unió al viaje también.

Un párrafo debe ser dedicado a nuestros padres, una firma de ese tenor ante la proximidad de
una Guerra que podría “borrar del mapa” a Israel es una firma heróica que hasta hoy, admiro y
agradezco a mis padres y los que con el tiempo se convirtieron en mis suegros, por habernos
permitido cumplir con nuestros ideales. Imagino la preocupación y dolor con el que firmaron ante
un escribano esos poderes en un momento de tanta incertidumbre.

Solo el 7 de junio, pudimos subir a un avión que nos llevara a Rio de Janeiro a fin de alcanzar el
barco Theodor Herzl que nos llevaría a Israel. Ese día se publicaba en la Argentina noticias que
hablaban de grandes daños a lo largo y ancho del Estado de Israel. ¡Nuestro país ardía en llamas!

Es importante destacar la solidaridad de la comunidad Judía de la Argentina que en 24 horas puso
en marcha centros de distribución de ropa y artículos adecuados a los voluntarios, una corta
visita y salimos equipados adecuadamente para nuestra misión.

La comunidad judía de Rio de Janeiro, nos recibió con los brazos abiertos y nos alojaron en sus
casas por la noche y nos llevaron a la mañana a abordar el barco.

Todo ello para llegar a Israel… Cuando todo había ya terminado con el triunfo impensable del
Tzahal a todos los ejércitos vecinos.

Ya las primeras buenas noticias nos alcanzaron al abordar el Teodor Herzl, y en un par de días
comenzamos a entender que todo había ya terminado. No podré ocultar, que en alguna medida
nos “desilusionamos” queríamos ser héroes y colaborar con el esfuerzo de nuestro pueblo y nos
encontramos en un paseo marítimo de 20 días por el mar Atlántico y el mar Mediterráneo.

La entrada a Haifa fue una de las experiencias sionistas más fuertes que viví en mi vida, la orquesta
del barco, tocando el Hatikva y nosotros y los trabajadores del puerto en firmes, entonando
nuestro emocionante himno. Cuanto lloramos de emoción, cuan impacientes estábamos por comenzar nuestra tarea…

Fuimos destinados, por ser un garín del Movimiento Betar, a Mevoot Betar en las colinas de
Jerusalém, una Tiulit nos estaba esperando, debíamos apurarno, era viernes y deberíamos llegar al
meshek antes de Shabat.

Nos esperaban en Mevoot Betar con varias casas destinadas a nuestro alojamiento y una de ellas
destinada a ser nuestro comedor. Para los voluntarios que fueron destinados a Kibutzim, las
cosas eran más fáciles, nosotros, los únicos destinados a un Moshav Shitufi, debimos establecer
una rutina distinta ya que no había un comedor comunitario, todos, en forma rotativa, nos
hicimos cargo de cocinar para todo el grupo.

Al amanecer del Shabat, decidimos llegar de algún modo a Jerusalem, ya no teníamos paciencia,
queríamos llegar a ella, recorrer sus calles, sentir sus olores, sentirnos en casa… Afortunadamente
tanto Tzipora como Dora sabían hebreo a la perfección, nos explicaron dónde ir a fin de viajar “a
dedo” a Jerusalém, y así lo hicimos.

En ese cruce de caminos tuve mi primera experiencia con la sociedad israelí, dos jóvenes israelíes,
aproximadamente de nuestra edad, esperando también a alguien que los llevase, preguntaron a
las mujeres que hacíamos, a que vinimos, Pronto la conversación paso a gritos, yo no entendía
una sóla palabra, quería saber de qué se trataba. Pero en vano, tanto Tzipora como Dora estaban
furiosas.

En definitiva, cuando me explicaron lo que pasó, entendí que esos dos jóvenes no entendían quién
nos necesitaba acá, todo nuestro viaje había sido un despilfarro de dinero, ellos no necesitaban
ninguna ayuda de los judíos del mundo, prueba de ello, ¡llegamos demasiado tarde!

Al llegar a Jerusalém ya sabíamos que ser voluntarios no era tan heroico como nosotros
pensábamos. Ya no nos apuramos a informar a que vinimos a nuestros interlocutores.

¡Hasta hoy recuerdo la gran emoción de pasear por las calles de Jerusalem! A pesar de ser Shabat
había un clima de fiesta por las calles difícil de explicar…

Al día siguiente, de acuerdo con las instrucciones recibidas, concluimos nuestro desayuno a las
cinco de la mañana y ya, de inmediato vinieron a buscarnos para cumplir nuestra primera misión
en el meshek.

En Mevoot Betar había una gran cantidad de gallineros productores de huevos, uno de los
productos integrantes de la dieta de las gallinas era la harina de pescado.
Acababa de llegar un camión cargado a tope de bolsas de 50 kilos de esa “simpática” harina, ¿quien
mejor que nosotros para descargar dicho camión?

Yo, que en total pesaba 58 Kilos, y que odiaba (hasta el día de hoy) pescado, fui el primero en
caerme cuando pusieron en mis hombres la primera bolsa. Ya alrededor nuestro habían más de
20 espectadores de entre los javerim del meshek, no pasó mucho tiempo hasta que todos se
revolcaran de risa ante ese espectáculo. Aun así concluimos nuestra misión de la que nos costó
recuperarnos un par de días, hasta hoy, en momentos de nostalgia recuerdo el olor del que me
costó desprenderme sólo al cabo de unos días con la ayuda de kilos de jabón.

Pero no todo fue bolsas de harina de pescado, también había un criadero de nutrias, plantaciones
de duraznos y cerezas. Fui destinado a trabajar en el centro de selección y embalaje de las frutas y rápidamente me convertí en ayudante del responsable dellugar.

En definitiva, reemplazamos a gran parte de los hombres del meshek que aún estaban
enrolados. Si cumplimos una importante misión y aportamos nuestro grano de arena, llegamos
tarde a la Guerra, pero a tiempo de ayudar y cumplir misiones civiles necesarias que no podían
hacer aquellos que aún estaban en el ejército.

A los pocos días de nuestro arribo, fuimos informados que se efectuaría una marcha
del Movimiento Betar, la cual saldría de la puerta de Jafa hasta el Muro de los Lamentos
encabezada por Menájem Beguin.

Esta inolvidable marcha con nuestros uniformes de Betar y acompañados por nuestro líder fue
también otro de los hitos de ese viaje. Shir Betar, Hatikva, el Kótel Hamaaravi. Nosotros éramos
parte de ese acto histórico!

Éramos parte de miles de voluntarios de todo el mundo que dejaron estudios, familias, en muchos
casos parejas a fin de asegurar la continuidad judía y expresar nuestra solidaridad con nuestro
Estado de Israel.

Pero no todas fueron experiencias “nacionales”, junto a Felix (z”l) otro componente del garín,
decidimos hacer en Mevoot Betar el Bar Mitzva que no hiciéramos a los 13 años.

¡Hasta hoy recuerdo a todos los javerim del Moshav tirándonos caramelos al fin de nuestro Bar
Mitzva a los 18 años! Hasta hoy me conmuevo al memorarlo.

A los 6 meses retornamos a la Argentina, habíamos prometido a nuestros padres que volveríamos,
los intentos de los javerim del Moshav de convencernos para quedarnos no nos hicieron fácil la
decisión, pero no podíamos fallar a nuestros padres.

Volvimos con la seguridad que nos casaríamos en un par de años y volveríamos de inmediato a
Israel… Nuestra Aliá se concretó al fin, sólo al cabo de 15 largos años, con 2 hijos, Gustavo de 12
años y Carina de 8.

Sí, han pasado ya 50 años, toda una vida, el Estado de Israel, aun hoy está amenazado, las guerras
no han terminado, lamentablemente yo no veo un horizonte de paz verdadera, nuestros
enemigos visten hoy ropas de antisionistas, pero la verdad es otra, sigue el antisemitismo en
muchos rincones del planeta levantando sus garras; Veo con preocupación lo que sucede en
EEUU, en Francia y en tantos otros lugares.

La paz, en nuestra región, será posible sólo cuando los palestinos, y el mundo árabe, comprendan
que estamos aquí para siempre, que este pujante país, seguirá siendo el Estado Judío que el
movimiento Sionista y sus líderes, Herzl, Jabotinsky, Ben Gurion y Menajem Beguin soñaron y
ayudaron a construir.

El mismo sentimiento de voluntarismo sigue, hasta hoy día, marcando mis pasos.
No vine a este país únicamente a vivir, vine a Israel a cambiar la realidad, a mejorarla, a seguir
aportando para el fortalecimiento de nuestro país y así fomentar su desarrollo.
mi actuación en el KKL es la cristalización del sueño de ser parte de esta mágica utopía la cual se
convirtió en realidad, el Estado de Israel.