CRISTINA SEN

La antropóloga israelí Elly Teman explica el papel de las mujeres gestantes mediante subrogación en un país donde la natalidad y la religión confluyen.

“He dado a luz una madre, he dado a luz una familia feliz”. Elly Teman es una antropóloga israelí que desde hace años estudia la maternidad subrogada en su país, donde las connotaciones nacionales y religiosas aportan una perspectiva diferente. Ella ha puesto el foco del análisis en los sentimientos de estas mujeres que “alquilan” su vientre y que, según explica, no desarrollan un vínculo con el bebé que portan, sino con la madre. Las gestantes, dice, están dando lo mejor a la sociedad, una sociedad en la que confluyen el judaísmo y el discurso nacional del Estado.

En Israel, explica, no ser madre está mal visto. La política estatal es muy natalista y la maternidad se ha visto a lo largo de la historia como un elemento fundamental en la supervivencia del pueblo judío. Muestra de ello son las políticas públicas de ayuda a la reproducción asistida. El Estado de Israel afrontó el debate sobre la maternidad subrogada en 1996 estableciendo un marco legal muy claro y que, en cualquier caso, señala Teman, evita la explotación de la gestante.

La pareja que quiere acceder a la maternidad subrogada debe ser heterosexual –el debate sobre las parejas homosexuales está abierto– y debe buscar una mujer israelí. Asimismo, la religión de la madre y de la mujer gestante debe ser la misma, ya que el judaísmo se transmite por la vía materna. Una mujer judía, por ejemplo, no podrá recurrir a una musulmana ni viceversa. Cada contrato ha de tener el sello del Estado, que vela mediante un comité especial también por la estabilidad psicológica de las personas que inician un proceso. Los gastos hospitalarios están sufragados por la sanidad pública, mientras que los futuros padres pagan a la agencia que hace de intermediaria y a la mujer gestante unos 40.000 euros.

Es importante conocer el contexto sociopolítico, señala Elly Teman, para después profundizar en la relación que van a establecer estas dos mujeres, en lo que significa sobre todo para aquella que va a llevar a cabo un embarazo. Teman rechaza utilizar símiles tecnológicos, por eso habla del viente de esa mujer como un “horno” que cocina con unos elementos que no son suyos pero para “dar vida” a los demás, “crear una nueva familia”.

Como el camino hasta tener la autorización y lograr el embarazo es largo, las dos mujeres se van a conocer, van a ir juntas al hospital. “La madre que no está embarazada quiere vivir el proceso, y a la mujer gestante le interesa compartir un proceso que tiene su punto culminante en el parto”, indica. Son relaciones humanas, complejas, y se debe señalar, prosigue, que una madre subrogada en Israel lo dice con orgullo.

¿Pero qué pasa tras el nacimiento? En el momento del nacimiento hay muchas mujeres que dejan sostener al bebé a las madres subrogadas en señal de agradecimiento. Otras pueden empezar a sentir miedo, miedo a que quien ha dado a luz sienta un vínculo. Pero la realidad, sostiene la antropóloga, es que lo que cuenta para las madres subrogadas es el vínculo con la madre, la necesidad de que se reconozca su aportación.

Tras años de investigación, sostiene que un 60% de las mujeres que han pasado por este proceso desde un lado y otro mantienen la relación durante los primeros años, y algunas siempre. Un 30% aproximadamente se distancia en lo que Teman califica de “divorcio” debido a la intensidad del lazo que han establecido. Y este es el lazo en el que la antropóloga pone el foco asegurando que mucho se ha teorizado sobre estas mujeres pero se ha hablado muy poco con ellas. En Israel se producen unos 40 nacimientos por maternidad subrogada al año.

“La mujer gestante considera que da a luz una madre, una familia feliz, no un bebé”.

Fuente: La Vanguardia – Traducción: Silvia Schnessel –  Reproducción autorizada con la mención: © EnlaceJudíoMéxico