La guerra y el motivo detrás de ella causaron la ocupación–no al revés

CLIFFORD D. MAY

Hace cincuenta años esta semana, el joven estado de Israel enfrentó la amenaza de exterminio – un segundo Holocausto judío en un solo siglo. El presidente egipcio Gamal Abdel Nasser dijo con franqueza lo que imaginaban él y otros líderes árabes. “Nuestro objetivo básico será la destrucción de Israel,” dijo.

“Hora de destruir la presencia sionista en la patria árabe,” repitió Hafez al-Assad, ministro de defensa de Siria, que más tarde se convertiría en su dictador. El presidente iraquí Abdul Salam Arif agregó: “Nuestro objetivo será borrar a Israel de la faz del mapa.”

Su confianza era justificable. Las fuerzas árabes no sólo superaban en número a las de Israel, ellas también tenían cinco veces más tanques y más de cuatro veces de aviones. El 31 de mayo de 1967, una caricatura en Al Jarida, un diario libanés, mostraba una figura con una gran nariz ganchuda y vistiendo una estrella de David parada al borde de la tabla de un barco. Le apuntaban ocho cañones. Etiquetas en árabe los identificaban como las armas de Egipto, Siria, Irak, Jordania, Líbano, Arabia Saudita, Sudán y Argelia.

La guerra comenzó el 5 de junio. Tres días después, en el diario egipcio Al Goumhourya, otra caricatura mostraba tres serpientes entrelazadas – una con una bandera estadounidense, una con una bandera inglesa y una con una Estrella de David. Una bayoneta está siendo hundida en la serpiente israelí. La nota al pie dice: “Guerra Santa.”

Pero el 10 de junio, esa guerra llegó a un final repentino. Los que habían tenido intención de exterminar a los israelíes fueron derrotados rotundamente. Yitzhak Rabin, entonces jefe del ejército de las Fuerzas de Defensa Israelíes, más tarde primer ministro, dio un nombre modesto al conflicto: la Guerra de los Seis Días. El Presidente Nasser la llamó al-Naksa, la inversión.

De otras maneras, también, pronto se volvió claro que esta no sería la última guerra combatida para aniquilar la patria reestablecida del pueblo judío. El 1 de septiembre, en una cumbre árabe en Jartum, fue aprobada una resolución proclamando lo que sería conocido como los “Tres No”: no a la paz con Israel, no al reconocimiento de Israel, no a las negociaciones con Israel.

No obstante, algunos israelíes pensaron que el resultado de la guerra presentaba una oportunidad única de resolver lo que entonces era conocido como el conflicto árabe-israelí. Ellos habían capturado el Sinaí y Gaza de Egipto, la Margen Occidental de Jordania, y el Golán de Siria. Tal vez podían negociar esos territorios para un fin a las hostilidades.

El principio de “tierra por paz” sería establecido formalmente en la resolución 242 del Consejo de Seguridad de ONU, aprobada en noviembre de 1967. Finalmente, los israelíes se retiraron del Sinaí a cambio de un tratado de paz con Egipto.

Durante las décadas por venir, una “solución de dos estados” pareció la respuesta obvia a lo que se volvió conocido como el conflicto palestino-israelí. Y en muchas ocasiones, los israelíes hicieron ofertas específicas de independencia a los líderes palestinos. Cada vez, sin embargo, esos líderes rechazaron, no poniendo ninguna contraoferta sobre la mesa.

Y en el 2005, el entonces primer ministro israelí Ariel Sharón se embarcó en un experimento audaz. A pesar de la vehemente oposición interna, él se retiró de Gaza basado en esta teoría simple: Si el obstáculo para la paz con los palestinos era la “ocupación” por parte de Israel de territorios que los palestinos querían para un estado propio, renunciar a uno de estos territorios debería aliviar las tensiones y, con el tiempo, llevar a progreso significativo.

El experimento fracasó. Al cabo de dos años, Hamás, un grupo terrorista islámico y filial de la Hermandad Musulmana, había asumido el control de Gaza y comenzó a disparar misiles a Israel. Un bloqueo a Gaza fue la respuesta a esos ataques y consiguientes – no la causa.

A pesar de esta historia, algunos de los amigos de largo tiempo del Presidente Trump están ahora asesorándolo que él tiene una oportunidad única de negociar “el acuerdo final” — un acuerdo de estatus final entre Israel y los palestinos. Ellos señalan que el Medio Oriente está cambiando. Los estados árabes suníes son amenazados por el Irán persa chií que tiene tropas en Irak y Siria, apoya a los rebeldes huzíes en Yemen y financia y da órdenes a Hezbola, la milicia más poderosa en Líbano. El Estado Islámico, al Qaeda y otros grupos yihadistas salafistas presentan también un peligro.

Los gobernantes de los estados suníes son también lo suficientemente inteligentes para reconocer que los israelíes nunca pondrían un misil en sus mesas de desayuno sin causa. ¿Por qué no hacer que esos estados presionen a los palestinos para negociar, ofrecer concesiones y, finalmente, resolver el conflicto?

El problema con esta teoría es que no supera los mayores obstáculos que se encuentran en el camino a un proceso de paz exitoso. Entre ellos: Hamás ve cada pulgada de Israel como “territorio ocupado” y, más significativamente, como una dote de Ala para los musulmanes. No es concebible que Hamás reconociera o pudiera reconocer el derecho a existir de un estado judío.

En cuanto al Presidente Mahmud Abás de la Autoridad Palestina, él también ha declarado que no puede aceptar a Israel como el estado-nación soberano del pueblo judío. No obstante ese hecho inconveniente, ¿podría él asumir los compromisos necesarios para asegurar que la Margen Occidental, luego de una retirada israelí, no se convertiría en otro refugio terrorista – éste dentro del alcance de mortero de los más grandes centros de población y aeropuerto internacional de Israel? ¿Y si él fuera a ejercer tal liderazgo, lo seguiría una masa crítica de palestinos?

Si, como creo, la respuesta a ambas preguntas es no, el Presidente Trump estaría desperdiciando tiempo precioso y capital político tratando de hacer algo más – en este momento — que mitigar el conflicto palestino-israelí. Hace medio siglo, el sueño de Nasser de destruir a Israel fue diferido. La triste verdad es que éste persiste. Hasta que eso cambie, una paz seria y duradera seguirá estando fuera del alcance.

Fuente: The Washington Times- Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México