En cierta ocasión, se le aproximó al rabí José una mujer que le preguntó:

– ¿Es cierto que D-os le llevó seis días crear el mundo?
– Sí, es cierto – respondió
– Entonces, rabí, dígame qué ha estado haciendo D-os desde entonces.

La pregunta de la mujer tomó por sorpresa al gran rabí. Reflexionó durante unos instantes, y después, con cierta euforia respondió:

– ¿Qué ha estado haciendo? ¡Pues se ha estado ocupando de emparejar a la gente! ¿Sabía usted que, antes de cada nuevo nacimiento, D-os tiene que decidir quién se casará con quién? Y ésta no es una tarea fácil. De hecho a los ojos de D-os es tan difícil como abrir el Mar Rojo.

Pero la mujer no parecía creerse aquello de que la labor del casamentero fuera tan difícil como decía el rabí José; y para demostrarle su error, decidió hacerlo mejor mejor que el Creador. Para ello, emparejó a mil hombres con mil mujeres, los cuales, se casaron todos el mismo día. La muje disfrutaba con su increíble logo, pero su alegría no iba a durar mucho, pues, al día siguiente, los dos mil hombres y mujeres protestaron por habérseles emparejado tan mal.

La mujer volvió al rabí José y le confesó:
– Tenía usted razón. Está claro que los buenos matrimonios se tienen que decidir en el Cielo.
– Sí – coincidió el rabí. – Pero, por muy bien emparejados que estén, marido y mujer tendrán que esforzarse para hacer que su matrimonio funcione, para que así pueda ser consagrado aquí en la tierra.

Fuente talmúdica: Pesikat Buber 11b – 12 a
Fuente: Parábolas del Talmud