YORAM YOVELL

Las diferencias entre los israelíes sobre el enfoque correcto que debe adoptar Israel en el conflicto con los palestinos parten de la siguiente pregunta: ¿En qué condiciones los árabes palestinos, que están ahora bajo el dominio directo o indirecto de Israel, abandonarían el camino de la resistencia violenta y vivirían en paz – o al menos en tranquilad – con nosotros? ¿Existen esas condiciones?

Hay quienes creen, y yo entre ellos, que poner fin a la ocupación es un interés existencial de Israel. Según este enfoque, el fin del dominio israelí sobre las vidas de los palestinos que viven en Judea, Samaria y la Franja de Gaza no es un precio a pagar en un acuerdo, sino más bien su mayor recompensa. El destino mismo de este país está vinculado con el fin de la ocupación. En mi opinión, debemos esforzarnos incansablemente por lograr ese objetivo, con determinación, sensibilidad, con un acuerdo y el apoyo a nivel nacional, regional e internacional. El resto es opcional.

Pero esta opinión es sostenida por una minoría de los judíos en Israel. La mayoría ve el final de la ocupación y la retirada israelí como un precio a pagar – tolerable o intolerable – por un futuro acuerdo político con los palestinos. La mayoría de los judíos que están dispuestos en principio a un acuerdo de este tipo – y siguen siendo la mayoría – desean pagar el menor precio posible. Les gustaría preservar el dominio israelí sobre la máxima cantidad de territorio que fue liberado / conquistado en la Guerra de los Seis Días, con el mínimo de derechos civiles para los palestinos que viven allí. Una serie de soluciones creativas han surgido en este tema que pueden considerarse mágicas: los palestinos seguirían ahí, pero podríamos pretender que no están.

Una importante minoría judía incluso cree que es posible y deseable mantener el dominio israelí sobre todo el territorio de Judea y Samaria y sobre todos los palestinos que viven allí indefinidamente y tal vez incluso volver a la Franja de Gaza. Parte de esta minoría cree que con el tiempo, los palestinos aceptarán su destino y dejarán de resistirse. Otros piensan que los palestinos continuarán su resistencia violenta ante la presencia judía en la Tierra de Israel, y por lo tanto, debemos aprender a vivir con esta situación, por la espada, y no dejarnos llevar por dulces ilusiones de paz y coexistencia.

Todos estos enfoques plantean la cuestión del futuro estatus de los palestinos en Judea y Samaria. ¿Acaso deben ser anexados, concederles la ciudadanía, o basta con una combinación de bienestar económico (“tendrían algo que perder”) y fuerza militar (“serían disuadidos”) para generar la calma que permita el continuo dominio de Israel sobre la zona? O quizás es irrelevante qué derechos obtengan, ya que de cualquier manera no cesarán la violencia, así que es mejor no darles nada y seguir absorbiendo a judíos en Judea y Samaria?

No mencionaré aquí los aspectos morales, diplomáticos y militares de este dilema tan esencial, sino que me centraré en una “pequeña” pregunta: ¿Qué se requiere para que los palestinos vivan con nosotros en paz o tranquilidad? No soy político ni historiador, sino médico y neurobiólogo. La ciencia se rige por un enfoque reduccionista, que aspira desglosar grandes e insolubles temas en preguntas pequeñas y bien definidas, y luego intenta responderlas a través de experimentos y observaciones.

En mi opinión, es posible anticipar el comportamiento de los palestinos, después de la firma de un futuro acuerdo con razonable de certeza, debido a un experimento naturalista no intencionado que ha tenido lugar en Israel durante los últimos 70 años.

En 1948, aproximadamente 1.2 millón de árabes vivían en el oeste de Palestina, es decir, entre el mar Mediterráneo y el río Jordán, la gran mayoría de ellos eran musulmanes. La Guerra de la Independencia (que los palestinos denominan “Nakba”, o catástrofe) y la Guerra de los Seis Días de 1967 (“Naksa”) generaron grandes cambios en la vida y el estatus de estas personas y sus descendientes.

Los palestinos que viven actualmente en esa misma zona se dividen en tres grupos: palestinos ciudadanos de Israel; palestinos de Judea, Samaria y la Franja de Gaza; y palestinos de Jerusalén Este y las aldeas vecinas (“en la Jerusalén unificada”). Estos tres grupos son sujetos experimentales. Observémoslos, examinemos sus actitudes hacia el Estado judío.

En mi opinión – que por alguna razón irrita tanto a judíos como a palestinos – los palestinos de Israel son uno de los mayores logros del país. “Nuestros” palestinos son una minoría nacional con conciencia política e identidad nacional; en general, han recibido una educación y hablan hebreo. Son una minoría heterogénea con un discurso interno vibrante, y la abrumadora mayoría de ellos están comprometidos a vivir en paz con nosotros. Tal como lo expresó tan bien el columnista de Haaretz Sayed Kashua, la mayor pesadilla de la comunidad palestina de Israel es que los liberemos del gobierno judío y que los entreguemos – junto con los pueblos y ciudades en los que radican – a un futuro Estado palestino en Judea, Samaria y Gaza (como sugieren Arnon Soffer, profesor de geografía en la Universidad Hebrea, y el ministro de Defensa Avigdor Lieberman en el “Plan Soffer / Lieberman” que propone un intercambio territorial y demográfico). Los palestinos israelíes están consternados ante la discriminación sistemática e incitación contra ellos por parte del actual gobierno. Sin embargo, conocen las reglas de la democracia, y están plenamente conscientes de las enormes diferencias entre Israel y los países árabes.

Es esencial que comprendamos e interioricemos el hecho de que estos palestinos han aceptado nuestra existencia, y están dispuestos a vivir con nosotros en paz. Pese a que la minoría árabe en Israel está saturada de armas legales y principalmente ilegales, esas armas casi nunca están dirigidas a los judíos, sino a otros árabes.

Los líderes de los palestinos de Israel, personas como Ahmad Tibi y Ayman Odeh de la Lista Árabe Conjunta, no son sionistas devotos, pero se oponen a una lucha armada por parte de su público contra su país. También piden a la Policía de Israel cumplir con su deber y desarmar a los delincuentes en sus comunidades. Esa realidad, así como el terrible temor del Plan Soffer/Lieberman, expone la paradoja de los palestinos de Israel: No están necesariamente enamorados de nosotros los judíos, pero saben quiénes somos y no están dispuestos a separarse de nosotros bajo ninguna circunstancia.

He trabajado durante muchos años en la Universidad de Haifa, donde un cuarto de los estudiantes y muchos de los profesores son palestinos israelíes. En la universidad, así como en todos los hospitales de Israel, se puede ver a diario cómo judíos y árabes viven juntos, trabajan juntos y sueñan juntos, no siempre los mismos sueños, pero casi siempre en paz y cooperación, y a veces en amistad también. La historia del profesor. Ahmed Eid, jefe del departamento de cirugía general en el Hospital Hadassah del Monte Scopus en Jerusalén, que encendió una antorcha en Yom Haatzmaut, es la historia de éxito del Estado de Israel y “sus” palestinos. No todo es dulzura y luz entre nosotros, pero hay tranquilidad, paz y esperanza.
Los palestinos de Judea, Samaria y la Franja de Gaza son el segundo grupo en nuestro experimento naturalista. En resumen, y en general, estos palestinos son enemigos. Muchos de ellos nos odian intensamente, y una creciente minoría de ellos está dispuesta a sacrificar sus vidas para matarnos. La mayoría no habla hebreo, no conoce a judíos fuera de soldados y colonos, y casi todos están inundados de la virulenta incitación contra nosotros en los medios de comunicación y en las redes sociales. Casi todos ellos son muy pobres; algunas familias han vivido en campamentos de refugiados por tres generaciones; son impotentes contra nosotros y carecen de derechos; esperan en los controles de seguridad día con día, y están llenos de rabia.

No entraré al tema de si podría haber sido posible mantener una ocupación que hubiese traído otro resultado. Sólo digo que esta es la situación actual, y es poco probable que más fuerza traiga un cambio positivo. Después de todo, los “derrotamos” una y otra vez (dos intifadas, operaciones como Escudo Defensivo, Plomo Fundido y Margen Protector – qué sigue?). Sin embargo, a pesar de todas nuestras victorias en Gaza, Hebrón y Cisjordania, aún están dispuestos a matar y morir, lo que me lleva al tercer grupo experimental.

Los palestinos de la Jerusalén “unificada” y sus aldeas vecinas: En mi opinión, este es el grupo más interesante con respecto a las condiciones necesarias para lograr la paz y la tranquilidad entre judíos y palestinos. La situación económica y personal de los palestinos de Jerusalén unificada es mucho mejor que la de sus hermanos en Cisjordania y similar a la de los palestinos israelíes: tienen seguro médico están protegidos por la Ley Nacional de Salud. Reciben subsidios del Instituto de Seguro Nacional (Hamossad Lebituaj Leumi), muchos hablan hebreo, trabajan, estudian, viajan por Israel y se mueven entre judíos sin impedimentos.

Es cierto que el nivel de servicios municipales y civiles que reciben de las autoridades – ya sea saneamiento, educación o desarrollo ambiental – está muy por debajo de los servicios que reciben sus vecinos judíos en la parte occidental de la ciudad, pero lo mismo ocurre en la mayoría de las comunidades árabes israelíes.

Entonces, ¿a quién se parecen los palestinos de la llamada Jerusalén unificada, que se difieren de los palestinos de Israel cultural y cívicamente? ¿A quién se parecen los palestinos que reciben subsidios del Instituto de Seguro Nacional y llevan una tarjeta de identificación israelí azul, pero que no tienen derecho a votar en las elecciones de la Knesset y no tienen pasaporte israelí? A una distancia de 200 metros, en línea recta, desde el hospital Hadassah del Monte Scopus se encuentra la aldea de Isawiye, que fue anexada a Israel en 1967, y que hoy se encuentra dentro de los límites municipales de Jerusalén. Un conductor judío que entra por equivocación al pueblo puede pagar con su vida. Amigos palestinos me han comentado que temen entrar al pueblo, por miedo a ser confundidos con judíos.

Fadi al-Qanbar, el terrorista que en enero asesinó a cadetes del ejército israelí en el paseo de Armon Hanatziv de Jerusalén, venía de Jabal Mukkaber, otra aldea de Jerusalén Oriental, y llevaba una tarjeta de identificación azul. En resumen, después de 50 años de anexión y sin derecho a votar por la Knesset, la mayoría de los palestinos de Jerusalén, que reciben estipendios y tienen tarjeta de identificación israelí, se parecen a sus hermanos que viven del otro lado de la barrera de separación, en su odio hacia nosotros. Esa es la realidad, y haríamos bien en comenzar a preguntarnos por qué es así.

Soy un orgulloso jerosolimitano, la sexta generación de la ciudad. El festival alrededor del 50 aniversario de la reunificación de la ciudad – celebrado con discursos emotivos, desfiles de banderas y fuegos artificiales – terminó recientemente. Hoy en día, “Jerusalén unificada, la ciudad que fue reunificada”, existe sólo en la retórica hueca de unos pocos políticos que creen erróneamente que sus ciudadanos son más burdos o más débiles que ellos.

¿Entonces que? Esa es la pregunta del millón de dólares de los últimos 50 años, y en mi opinión ya se ha escrito demasiado acerca de ella.

Los rumores sobre la muerte de la solución de dos Estados son un deseo de los que quieren hacer magia: los palestinos seguirían ahí, pero podríamos pretender que no están. Simplemente no hay otra alternativa a la solución de dos Estados. Debemos agradecer a Dios que existe la Iniciativa de Paz Árabe (la iniciativa de la Liga Árabe de 2002, que recientemente ha sido refrendada) y debemos aceptarla. Debemos retirarnos de la mayor parte de Judea y Samaria, evacuar con sensibilidad y amar a los 50.000 judíos idealistas que viven en esas áreas, anexar los principales bloques de asentamientos, donde viven más de medio millón de judíos, permitir intercambios territoriales en el sur de Judea y el Neguev occidental, y comprender con pesar que la Jerusalén unificada es una ilusión obsoleta.

En Jerusalén, lo que es judío seguirá siendo Israel, y lo que es palestino será parte del Estado Palestino. La policía y el ejército seguirán siendo nuestros, y la barrera de separación permanecerá intacta, al menos en los primeros años, como una frontera donde el paso está supeditado al control de seguridad israelí. La mayoría de los Estados árabes y casi todos los países de la ONU apoyarán un acuerdo de este tipo.

¿Y el Estado palestino? En mi opinión, no hay otra opción más que dejar que los palestinos de Judea, Samaria y Gaza establezcan su Estado y debemos bajar nuestras expectativas sobre los posibles resultados. Una rápida mirada a lo que está sucediendo en Oriente Medio da lugar a conclusiones sombrías sobre la capacidad de los árabes y los palestinos en particular, de gobernarse democrática y no violentamente.

Por lo tanto, el Estado palestino está destinado a ser un “Estado menos” – sin un ejército verdadero, sin armas pesadas y sin control de su espacio aéreo y cruces fronterizos. La experiencia del gobierno de Hamas en la Franja de Gaza y la Autoridad Palestina sugiere que Palestina probablemente será un país de tercer mundo. Será un Estado extinto, con una rampante corrupción gubernamental, ejecuciones, instigación, milicias armadas rivales, o con un gobierno central violento y desinhibido. Tendremos que hacer frente a todo eso. No será agradable, pero es algo que podemos manejar fácilmente.

Creo que podemos hacer frente a todo esto con éxito, y sin embargo sé que hoy por hoy no queremos intentarlo. En este sentido, el gobierno actual refleja la voluntad de la mayoría de los judíos en Israel.

Pero, como optimista incorregible, creo que lo que no hace el sentido común, lo hará el tiempo. Aquí hay democracia y libertad de expresión, y los israelíes son menos tontos de lo que su actual liderazgo piensa. El actual primer ministro será eventualmente reemplazado por alguien más valiente, que tal vez esté dispuesto a asumir el riesgo de ser asesinado (como lo hicieron Yitzhak Rabin, Charles de Gaulle, Menachem Begin, Anwar Sadat y el Rey Hussein).

En última instancia, la sociedad israelí es lo suficientemente fuerte para sostener tal acuerdo, con sus consecuencias – si tenemos un líder digno de su nombre.

El profesor Yoram Yovell es psiquiatra e investigador en la División de Neurociencias Clínicas del Hospital Hadassah Ein Karem de Jerusalén.

Fuente: Haaretz / Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico