En su artículo Esvásticas en el Palau de la Música publicado por El Periódico el 22 de mayo del presente año, Anna Abella habla de la presencia nazi en Barcelona basada en el libro ‘Nazis a Barcelona’ que documenta la presencia fascista en la ciudad entre 1939 y 1945 a través de 300 fotografías, entre ellas las de la visita de Himmler, y actos con fotografías de Hitler.

La autora se pregunta qué habrá pasado por la mente de Heinrich Himmler, Reichsführer y líder de las SS, adalid y defensor de la pureza de la raza aria, al contemplar de cerca y erguida sobre él a la Moreneta, la venerada virgen negra de Montserrat, mientras lo que él realmente buscaba era el Santo Grial. El histórico momento, de impagable valor documental, queda registrado en una fotografía pertenece a una serie inédita del archivo de los Pérez de Rozas que documenta la visita del dirigente nazi al monasterio, durante el viaje que realizó a Barcelona siendo agasajado por todas y cada una de las autoridades franquistas locales.

No menos impactantes, continúa el artículo, son las fotografías de las esvásticas gigantes que decoraban la fachada del Parlamento catalán cuando éste acogió en sus salas, en 1942, la enorme Exposición de Arquitectura Moderna Alemana (comisariada por Albert Speer, ministro y arquitecto de cabecera de Hitler), o las imágenes que dan fe de los multitudinarios actos de celebración, un año tras otro, de 1939 a 1945, del cumpleaños del Führer y otras fechas del calendario nazi con grandes retratos suyos, esvásticas y brazos en alto haciendo el saludo nazi, en escenarios emblemáticos como el modernista Palau de la Música Catalana, el cine Coliseum o el Teatre Tívoli.

Explica la autora que el archivo de los Pérez de Rozas es una selección de unas 300 fotografías, cuyos orígenes son diversos archivos públicos de toda Catalunya, obtenidas por los historiadores Mireia Capdevila y Francesc Vilanova. Las imágenes, analizadas con informaciones aparecidas en la prensa de la época, documentan la actividad fascista que se llevó a cabo en la ciudad durante la segunda guerra mundial, mientras se encontraba controlada por un régimen franquista solo oficialmente neutral. El libro ‘Nazis a Barcelona’, que llegó a las librerías coeditado por L’Avenç, el Ayuntamiento de Barcelona y la Fundació Pi i Sunyer, es el resultado de esa investigación.

BRANGULÍ / ARXIU NACIONAL DE CATALUNYA Fachada del Parlament, ornamentada con esvásticas, con motivo de la Exposición de Arquitectura Moderna Alemana que acogió en octubre de 1942, en una imagen del libro ‘Nazis a Barcelona’.

“Hubo un interés por parte del régimen de Franco de hacer visibles cuáles eran los nuevos amigos -alemanes e italianos- de las nuevas autoridades. Lo hicieron a través de una prensa absolutamente sometida al adoctrinamiento del poder político y mostraron que esos amigos podían convivir con la Barcelona oficial, es decir el Ayuntamiento, el Ateneu, la Universitat…”, cita la autora a Vilanova. La ciudad, que recibía continuas delegaciones de ambos países, cedía espacios públicos gratuitamente para actos, exposiciones y manifestaciones fascistas a las potencias que les habían ayudado en la guerra civil contra la República.

“Aquella colonia alemana se calcula en unas 3.000 personas, la mayoría profesionales y empresarios de clase media –añade Vilanova-. Era una comunidad muy motivada con lo que pasaba en su país y en la guerra, muy disciplinada y participativa en todos los actos, como las concentraciones escolares de las Juventudes Hitlerianas (espejo para el Frente de Juventudes de Falange)”.

CIUDAD “ALIADÓFILA”

Pero según el historiador, aquella Barcelona de la primera posguerra, “aún en plena represión, racionamiento y miseria, hundida y aislada, que había perdido mucha población entre muertos, exiliados y encarcelados, era una sociedad ocupada y depurada. Un informe de Falange denunciaba que era muy aliadófila y nada germanófila. La gente estaba más preocupada por subsistir y vivía de espaldas a aquellas dinámicas, participó muy poco en aquellos actos, excepto en momentos puntuales como la salida de la División Azul, la Exposición de Arquitectura, que visitaron 30.000 personas, o la gran movilización en 1939 para la visita del conde Ciano”.

Ciano, yerno de Mussolini y ministro de Exteriores italiano, iba constantemente acompañado por el cuñado de Franco y también ministro, Ramón Serrano Suñer. El recorrido que hicieron desde el puerto, pasando por las Ramblas (en una imagen se lo ve frente al Liceu), el paseo de Gràcia o Pedralbes, con las calles totalmente engalanadas, fue “apoteósico”, dice Abella, en loor de multitudes “vitoreando a Italia y a España, al Duce y a Franco”, con “ramos de flores y guirnaldas”, según refleja la prensa de entonces, diarios como ‘Solidaridad Nacional’ o ‘La Vanguardia Española’.

LOS PECADOS DE LA “CIUDAD ROJA”

“Por un lado aquellos actos querían mostrar la presencia fascista y visualizar la alianza con Franco. Por otro, enseñar la expiación de Barcelona como ‘ciudad roja’. Atrás quedaban los pecados de ser izquierdista, republicana y catalanista”, resalta Vilanova. La presencia fascista italiana estaba en pleno esplendor en Barcelona, que a partir de 1943, con la caída de Mussolini, comenzó a desaparecer. Al igual que las manifestaciones nazis a partir de 1944, cuando la derrota de Alemania en la guerra era ya visible. Paulatinamente fueron dando paso a una mayor presencia en la prensa de actos británicos, mostrando el giro de intereses del régimen.

Himmler, ante la Moreneta, la virgen negra de Montserrat, durante la visita que hizo a Barcelona en 1940, en una de las inquietantes fotos inéditas rescatadas en el libro ‘Nazis a Barcelona’, de Mireia Capdevila i Francesc Vilanova.

“Himmler era arrogante, antipático, altivo y despectivo”, recordaba el padre Ripol, que acompañó al líder de las SS en su visita a Montserrat. Sin embargo, “el acontecimiento internacional más importante que vivió Barcelona durante la segunda guerra mundial” fue recibir a Himmler, que costó al ayuntamiento la entonces considerable cantidad de 14.367 pesetas. Para los historiadores de la Pi i Sunyer, se trataba de una visita de Estado, “más discreta en términos populares que la de Ciano”. Himmler fue recibido en el aeródromo del Prat y se hospedó en el Ritz. Le llevaron al Poble Espanyol y a la checa museizada de la calle Vallmajor. Allí, el director falangista de ‘Solidaridad Nacional’ Luys Santa Marina, le contó “los suplicios que los rojos cometían allí con los detenidos”, a lo que el líder nazi “dijo que no cabía en imaginación alguna la criminalidad de los rojos españoles”.

EL SANTO GRIAL Y EL CADÁVER ÍBERO

El artículo continúa describiendo la visita de Himmler, que fue llevado de ahí a Montserrat, donde el abad Escarré encargó al padre Andreu Ripol, el único que hablaba alemán, que hiciera de cicerone. Al parecer lo hizo a regañadientes, según explica Capdevila. La visita le resultó incómoda y definía a Himmler como arrogante, antipático, altivo, incómodo en el trato y despectivo. “Hubo momentos de mucha tensión por sus pretensiones pseudointelectuales y las motivaciones esotéricas que ocultaba la visita”. La situación fue tensa, tanto que el Reichsführer dijo al padre Ripol: “Veo que no nos pondremos de acuerdo. Cuando llegue a Alemania le enviaré un ‘Mein Kampf’ para que lo lea y luego hablaremos”. La historiadora revela que el libro nunca llegó.

Según Vilanova, que cita ‘El plan maestro’, de Heather Pringle, la visita de Himmler va más allá de su probable interés por si el Santo Grial pudiera ocultarse en Montserrat, quizá el Montsalvat de las leyendas artúricas. “Tiene una lógica siniestra e inquietante que liga con el nazismo. Como hizo el día antes en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, se interesó por los vestigios íberos por su relación con los godos, uno de los puntales de la raza germánica”. Le llamó la atención un esqueleto íbero del museo del monasterio: “Es el cadáver de un nórdico”, afirmó.

El paraninfo de la Universitat de Barcelona acogiendo la Exposición del Libro Alemán. (Colección Merletti / IEFC)

No se sabe qué fue del busto de Hitler que, tras la caída del líder nazi, adornó el paraninfo de la Universitat de Barcelona junto al de Franco en la Exposición del Libro Alemán, de 1941. También en esta ocasión grandes esvásticas decoraba la fachada. La exposición exhibía tres ejemplares de ‘Mein Kampt’, uno de ellos, según los historiadores, es el que se conserva en la Biblioteca de Catalunya. Pero al igual que el busto, desapareció otro libro: el de condolencias por “el glorioso caído Adolfo Hitler” en el consulado alemán a primeros de mayo de 1945, tras su suicidio. Según ‘Solidaridad Nacional’, 12.000 personas habían hecho largas colas, “con el dolor impreso en el rostro”, para dejar su firma en él.

Fuente: El Periódico