Corría el año 1939 y Lilly Cassirer Neubauer no tenía tiempo que perder. Debía conseguir cuanto antes un visado falso para salir de Alemania. La aristócrata se dio cuenta al instante de que nada la salvaría de ser deportada a un campo de concentración, excepto ese papel. Abundaban entonces el expolio y requisas de las SS a los judíos de la ciudad y debía darse prisa. El visado costaba dinero, y mucho. Así que decidió malvender el cuadro para salvar la vida y pagar el documento. Le dieron 360 dólares por él. A cambio, consiguió sus papeles.

KARINA SAINZ BORGO

El Pissarro, que quedó en el camino como un daño colateral de lo que podría haber sido una muerte segura, volvió a ser noticia en estos días cuando un juez de California reabrió el caso y pidió al museo Thyssen de Madrid –donde se exhibe en la actualidad- su devolución a la familia.

Rue St. Honoré, aprés-midi. Effet de pluie(Calle St. Honoré por la tarde. Efecto de lluvia), del pintor impresionista Camille Pissarro, es una de las muchas obras de arte que vagan en la memoria de un crimen sin reparación posible: la persecución de la que fueron objeto sus dueños. Acaso por eso todo cuanto rodea esta pintura, ésta regresa siempre como un oleaje. La historia en concreto de este Pissarro es larga y accidentada. El lienzo forma parte de la exposición de la colección permanente del museo Thyssen desde el año 1992. Al año siguiente, ésta fue expuesta durante algún tiempo sin levantar polémica. En el año 2000, mientras el fotógrafo Claude Cassirer, nieto de Lilly Cassirer paseaba por la primera planta del museo, descubrió el lienzo que había pertenecido a su abuela, así que decidió acudir a los tribunales y exigir su inmediata devolución.

Una larga historia (legal)

La demanda original fue presentada por Cassirer, residente de La Mesa (California) en 2005. Cassirer, que falleció en septiembre de 2010 a los 89 años, exigió una y otra vez a la Fundación Colección Thyssen-Bornemisza y al Reino de España que le entregaran el preciado Pissarro pero no tuvo éxito. Tras su muerte, sus herederos mantuvieron el caso abierto al considerar que por haber pertenecido a Lilly Cassirer Neubauer, abuela de Claude Cassirer, ellos debían seguir adelante y así fue. En el año 2015, el juez John F. Walter, del Tribunal de Distrito, finalmente rechazó el reclamo interpuesto por los familiares de Lilly Cassirer, y negó cualquier devolución o compensación por daños y perjuicios. Las cosas sin embargo han dado un vuelco esta semana, cuando la Corte de Apelaciones de San Francisco, en Estados Unidos, reabrió el caso del cuadro, actualmente está valorado en 30 millones de dólares, y revoca la del juez Walter.

La historia de reclamaciones judiciales de este lienzo viene de lejos y tiene no pocos episodios. Tras la guerra, Lilly Cassirer exigió al gobierno federal alemán la devolución de la obra. Este la reconoció como su propietaria legal y le entregó 120,000 marcos como compensación. El Pissarro apareció en EE.UU. en 1951, cuando fue comprado por el coleccionista de arte Sydney Brody. Casi 30 años más tarde, el cuadro fue adquirido por el barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza, concretamente en el año 1976; el valor de compra llegó a los 276,000 dólares. En todos esos años, la obra permaneció como parte de la colección particular del barón. Con la compra que hizo el Estado español de ésta, en 1992, la pieza salió a la luz pública y comenzó el largo proceso de reclamación.

En los últimos cinco años, el expediente del cuadro ha avanzado a golpe de carpetazos y reaperturas. En junio de 2012, el caso fue rechazado por el tribunal estatal al entender que se trataba de un asunto de competencia federal. Tres años más tarde, tras la apelación, se consideró que primaba la aplicación de la legislación española y que por tanto no se devolvería la obra. El tribunal indicó, asimismo, que las leyes españolas tenían primacía porque, “a pesar de que la relación de los demandantes con California es significativa, la relación de la pintura con California no lo es”. Ahora, las cosas podrían cambiar.

Esta semana, los Cassirers, que han sido apoyados por la Federación Judía del Condado de San Diego y en España cuentan con el respaldo de la Comunidad Judía de Madrid y la Federación de Comunidades Judías de España (apersonados en el procedimiento en contra del Thyssen), sostienen que el museo español ignoró varias señales que demostrarían que la obra había sido robada, como una etiqueta que estaría en una de las esquinas del cuadro en las que ponía ‘Berlín’.

El argumento que usa el museo para reafirmarse en su posición, que ha hecho pública, es ésta: “El Barón Thyssen-Bornemisza adquirió la pintura de buena fe en 1976 y la Fundación, a su vez, compró la pintura de buena fe en 1993 -donde ha estado siempre en exhibición al público-“, asegura el museo en su comunicado en el cual aseguran que la institución sigue confiando en que la propiedad de la pintura será confirmada una vez más.

Una fiesta con 180 judíos asesinados…

Seis años después de que Lilly Cassirer Neubauer malvendiera su Pissarro para pagar su falso visado, tuvo lugar una de las historias más oscuras de la familia Thyssen. En la noche del 24 al 25 de marzo de 1945, Margit von Thyssen y su marido, el conde húngaro Ivan Batthyány, invitaron a su castillo a los jefes locales del partido nazi, a miembros de la policía política, de la Gestapo, de las SS y de las Juventudes Hitlerianas. Comenzaron descorchando champaña y terminaron ante una fosa abierta, rematando de un disparo a 180 judíos. ¿Qué ocurrió aquella noche? ¿Fue el alcohol? ¿O las demasiadas copas sólo agitaron algo que ya estaba ahí? Sacha Batthyany, sobrino-nieto de la hermana del barón, quiso saber qué había ocurrido aquella noche, así que guiado por el diario de su abuela reconstruyó lo ocurrido en el libro La matanza de Rechnitz: Historia de mi familia (Seix Barral), el cual fue editado hace pocos meses en España con traducción de Fernando Aramburu.

“Margit era la Thyssen multimillonaria y alemana; él, el conde húngaro venido a menos. Era alta, con un torso robusto sobre piernas delgadas. En mi recuerdo lleva siempre un vestido abotonado hasta el cuello y fulares de seda con dibujos de caballos”, escribe Sacha Batthyány, quien, al extraer de sus recuerdos la imagen de su tía, aboceta la oscura anécdota de aquella fecha. “Después de su muerte, raras veces hablábamos de ella y mis recuerdos relativos a los almuerzos en el restaurante se difuminaron hasta el día en que, leyendo el periódico, tuve noticia de aquella localidad austriaca llamada Rechnitz. De una fiesta. De una matanza. De ciento ochenta judíos que, antes de ser asesinados, tuvieron que desnudarse para que sus cadáveres se descompusieran con mayor rapidez. ¿Y tía Margit? Estaba envuelta en el asunto”.

Todo ocurrió, según cuenta Batthyány, en cuestión de segundos. Mientras disfrutaban de la velada, los comensales comentaron que a la ciudad habían llegado cerca de 200 judíos de Hungría para cavar una zanja que permitiera frenar el avance del Ejército Rojo. La mayoría estaban enfermos de tifus, relata el libro. Trece de los invitados a la fiesta, enardecidos y presa de una extraña euforia, se apuntaron al plan. Eran las once de la noche. Ni siquiera se quitaron el frac.Así que se presentaron en el lugar y les dieron muerte.

La familia Thyssen ha tenido que hacer frente en más de una ocasión a las investigaciones y publicaciones que los identifican con el nazismo. Mucho antes que Batthyány, el escritor británico David R. L. Litchfield, en su libro La historia secreta de los Thyssen (Temas de Hoy, 2007) adelantó y describió las conexiones de la familia con los jerarcas del nazismo. Fundada por August Thyssen en el siglo XIX, la familia se dividió en dos ramas, la de los hermanos de Fritz y Heinrich Thyssen, este último el representante de la rama española de la dinastía y que tras asentarse en Hungría, se mudó a Holanda. Al primero se le vincula con el nazismo.

En las páginas de Yo, el barón Thyssen, un volumen de memorias encargado por su viuda, Carmen Thyssen, hay una contribución a la versión oficial de la rama más potable. La biografía retrata a Hans Heinrich August Gábor Tasso Thyssen-Bornemisza de Kaszon, como un “holandés errante”, nacido un pequeño pueblo de pescadores y uno de los más grandes coleccionistas de arte de todos los tiempos y figura ineludible del mecenazgo. El libro, volcado en subrayar la relación del barón con Carmen Cervera, asegura que con tan sólo veintitrés años, y a pesar de ser el menor de cuatro hermanos, tuvo que reconstruir el entramado de las más de cien empresas familiares, una parte de las cuales se había perdido durante la Segunda Guerra Mundial. Fritz Thyssen, en cambio, es reconocido hoy como el único alemán de la familia hasta el punto de describirlo como uno de los que financió el partido nazi alemán (NSDAP) en sus primeros años.

 

 

 

Fuente:vozpopuli.com