Ni siquiera religiosamente bárbaros. Ni siquiera empecinados cavernícolas. Son enfermos. Mentales.

GABRIEL ALBIAC

Esos señores lo llaman minifalda. Pero esos señores son unos psicópatas. Ni siquiera religiosamente bárbaros. Ni siquiera empecinados cavernícolas. Son enfermos. Mentales. Gente que necesita proyectar sobre sus femeninas víctimas el alud de sordidez que exuda una libido putrefacta. Gente así puede darnos un hondo asco. Debe. Compadezcámosla, pese a todo. Su trastorno es incurable. Y triste.

Lo anacrónico de la historia hace su realidad casi inimaginable para nosotros. Pero acaba de suceder. Una joven pasea. Con el atuendo más común que quepa suponer a una criatura de su edad. Callejea por una ciudad vieja, que el sol golpea en pesados tonos ocres; más tarde, se desplaza por lo que se diría un paisaje de dunas. La cámara la sigue en su breve recorrido, que dura apenas medio minuto. Cabellos en melena suelta, camiseta negra de manga corta, falda veraniega en tonos grises estampados, zapatillas deportivas blancas. En el breve instante en el cual vuelve la cabeza hacia la cámara, se aprecian unas gafas de sol. Es todo. O sea, el paradigma de cualquier muchacha en cualquier lugar soleado del planeta.

Pero este lugar soleado es muy distinto. En esta tierra nació y vivió el Profeta, al cual Alá dio instrucciones inquebrantablemente precisas de comportamiento. En lo público como en lo privado. En lo que llamaríamos nosotros público y privado. Nosotros. Porque para los que ejercen allí la teocracia más ruda del mundo, la distinción entre lo público y lo privado es una perversión moral de los infieles. Y el Islam debe protegerse de ella.

El domingo pasado, pocas horas después de haber circulado el video, primero en Snapchat y luego en Twitter, el “Comité para la promoción de la virtud y la prevención del vicio”, policía religiosa de la Arabia Saudita, se lanza a la caza contra la paseante: “La presidencia ha identificado un video de una muchacha con vestidos inadecuados y estamos coordinando con las autoridades su captura”. La ley es, en efecto, inequívoca en lo que concierne al tratamiento de las hembras de la especie humana en territorio saudí: se les exige usar, en los lugares públicos, la abaya y el niqab, que oculten por completo cuerpo y rostro conforme a la norma coránica. Ante ningún hombre que no sea el marido, el padre y los más cercanos parientes, puede dejar una mujer saudí de preservarse oculta.

Identificada como Khulood, la joven del medio minuto de video, era acusada por el virtuoso Comité de haberse hecho fotos “en las que llevaba vestiduras indecentes, faltando así al respeto y violando las enseñanzas del Islam, así como las tradiciones y costumbres del país”. No es un cargo menor. Es una infracción muy grave de la ley. Si es que “ley” resulta expresión adecuada para la aplicación de una norma teocrática.

La televisión saudí anunció anteayer que la joven había sido encarcelada y puesta a disposición judicial. ¿Qué puede sucederle? Conviene recordar el informe del Parlamento Europeo en 2014 sobre la situación de las mujeres saudíes: “Las mujeres no pueden presentar denuncias en comisaría sin la compañía de un tutor. No pueden ser atendidas en las oficinas gubernamentales ni presentar una acción legal o recurrir a los tribunales sin tutor. Los jueces rechazan el testimonio de mujeres en procedimientos penales; algunos les niegan derecho a expresarse y exigen que lleven el niqab para ocultar su rostro… Los tutores pueden secuestrar a las mujeres en una habitación o una casa y prohibirles que salgan”.

Es el precio de pasear en Twitter.