Enlace Judío México.- Su currículum, aunque breve, condensa 50 años, digamos medio siglo, de estudio, trabajo y entrega a la pintura, a la escritura y a la gastronomía, en la que destaca con excelencia.

BECKY RUBINSTEIN

Leamos:

“Es una de las más destacadas artistas de la plástica contemporánea de México; ha recibido significativos premios y reconocimientos, dentro y fuera del país. Su obra está conformada por óleos, dibujos, gráficas, arte objeto y escultura, así como por su celebrada serie de autorretratos. Ha participado en 250 exposiciones individuales y un sinfín de colectivas, realizadas tanto en México como en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica. Ha incursionado, además en la investigación gastronómica, siendo autora ya de más de 30 libros, especialmente sobre la cocina mexicana, varios de ellos premiados en México y en el extranjero. A la vez, participa como articulista de temas políticos y culturales en varios e importantes periódicos y revistas, y desde hace 10 años es co-conductora de “El Sabor del Saber”, en TV Mexiquense, que obtuvo recientemente el Premio Nacional de Periodismo 2016. En el año 2017 recibió la Medalla al Mérito en Artes Visuales por parte de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal y en el mismo año la Secretaría de Cultura junto con el Instituto Nacional de Bellas Artes, le otorgaron un reconocimiento por su trayectoria profesional y los 50 años de presencia en la escena plástica.”

Más allá del “breve currículum” –como se anuncia- se advierten las cualidades humanas y humanistas de una creadora sui generis, quien hizo de la manzana su leitmotiv, su tarjeta de identificación, su ADN irrepetible y sustancioso. Como la manzana edénica, como las que se adquieren en el mercado o la “plaza” o bien, en algún manzano de un rico y surtido huerto–, las que rodean a Martha: las salidas de su pincel, y las que colecciona en cada rincón de su hogar cerca de la montaña, su refugio, y el de los recuerdos más preciados: manzanas regaladas o bien, adquiridas, y que ocupan un importante sitial en su hogar y en su biografía.

Su hogar es cálido, amplio y un tanto laberíntico, mismo que la artista intenta dividir con magnanimidad y sabiduría –porque “le ha quedado grande”, según su propio parecer- imaginamos, en calidad de enorme manzana.

Dueña de estrategias, digamos “pictóricas”, la manzana acompaña lienzos que lucen en casas de su país natal; y muchos -como se dice- en el mundo amplio y ajeno…estrategias no muy alejadas de la cocina: en el caso de Martha la pintura, la escultura y la cocina son artes que se complementan, como el espíritu y la carne que nos conforma en calidad de seres terrenales.

Según Martha, ha vivido intensa y de manera apurada: casada a temprana edad, se declara pintora mientras criaba y engrandecía a dos hijas y se ganaba el pan; su arte le ha dado, literalmente, para comer y ver crecer a sus “retoños”: una de sus hijas, Martha Ortiz Chapa es “gastrónoma estrella”, quien ha hecho vida aparte, inspirada en el modélico ejemplo de su madre, a quien le gusta agasajar a sus comensales, a los que sienta a su mesa como si los conociera de siempre.

Pareciera que los invitados de antes –como el del recién fallecido José Luis Cuevas y su primera esposa Bertha—hubieran dejado su asiento a la serie de comensales que se sientan a la mesa de Martha: adornada con manzanas y flores coloridas, como su arte.

Trabajadora incansable, nace en Monterrey, Nuevo León, sede de empresarios que madrugan para que no los atormente el calor… y paran cuando el sol se ha ido… Obviamente con buenos resultados… Verbigracia, una de las pinturas más atractivas, “adorna” –por decirlo de algún modo- el poemario Entre la piel de una manzana*, acertado diálogo entre la palabra y la imagen. Un velamen del color del cielo cubre, casi en su totalidad, a una mujer-niña parecida a Martha, dueña de ojos grandes y mirar, entre sensual e invitante- donde la manzana ocupa un lugar protagónico. ¿Qué habrá sentido Martha cuando vio una de sus obras en una portada de un libro cuasi edénico, portada, que es puerta y portón y aún portillo, al cielo, a la tierra y a las Bellas Artes que decantan al humano en su pasar por la vida?

Estamos ciertos de que la creatividad de Martha –para quien “Pintar una manzana es recuperar el Paraíso”– ha dado sus frutos para goce de los amantes de la pintura con sustancia –así como de la escultura y la escritura–, como la manzana que logra transformarse, de manera impredecible e inesperada, suscitando el milagro de la correspondencia entre las artes, como en el caso del poemario Entre la piel de una manzana, donde se lee:

Eva sienta a su hombre en la mesa, le sirve el plato de la casa: manzanas en todas formas: asadas, hervidas, en gajos en almíbar en pastel… Dicen que la manzana es multifacética, fruta de mil caras. Sin embargo, no dio la cara cuando Dios exilió a los primeros gurmés malhadados del paraíso*

El arte –diría alguien- se halla al servicio de las obsesiones que nos conforman, verbigracia, al mito bíblico sobre la manzana, que lo mismo inspira a la poesía, a la pintura…Como en este particular caso.

Diremos que Martha Chapa es digna de aparecer en el firmamento estelar al lado de grandes pintores, varones y varonas de nuestro tiempo. Uno de ellos, valga el paréntesis, es Enrique Estrada, eminente artista, amigo y “cófrade” de la pintora neoleonesa, asentada en la ciudad capital, quien “enriqueció” -esa es la palabra adecuada- la sala de su inmensa y barroca vivienda, con presunción de hacienda por su magnitud y sus muebles tallados con maestría, donde la manzana es reina y señora, en convivencia armónica con pinturas agrietadas por los siglos y estampas religiosas de tiempos idos. Hablamos de una pintura al óleo de magnífica hechura, donde aparece una Martha atemporal –guardando las diferencias- reina y señora en el arte y la vida cotidiana, con dos joyas: las de sus ojos de brillante y señorial mirada.

Para concluir traemos a colación un poema más inspirado en el cuadro intitulado “Mi primer manzana” –más no la última” y que dice:

“A falta de un mundo para jugar a las escondidillas, la niña juega con una manzana. Roja, enorme, apetecible… Le da un mordisco y luego otro y otro más. Tras comerse el mundo a mordidas, se envuelve en el azul… Y desde aquel día, se convirtió en pintora de manzanas”.

 

 

 

*Entre la piel de la manzana, p. 38, ed. Letras Vivas, 2 003.
*Poema inédito de la misma autora.