IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO – Recuerdo aquellas épocas en las que las películas de gran éxito eran repuestas en los cines de vez en vez. Por supuesto, no existían los videoclubes y menos aún los portales como Netflix o Claro Video como para ver cualquier cosa desde la comodidad del hogar. Por eso, grandes éxitos de la pantalla grande volvían a los cines cada dos o tres años.

Así fue como vi en algún momento de finales de los 70’s o principios de los 80’s la película original de El Planeta de los Simios, estrenada originalmente en 1968 y dirigida por Franklin Schaffner, basada en la novela homónima de Pierre Boulle. El reparto incluyó como protagonista a Charlton Heston.

El final de esa película es uno de los más impactantes jamás logrados en la historia del cine. Esa escena donde a Heston le permiten huir con un caballo y una muchacha, y el Dr. Zaius se limita a adverir que lo único que va a lograr será encontrarse con la tragedia de su propia historia. Heston finalmente llega a lo que evidentemente es la costa de lo que fue Nueva York, en donde sólo se alcanza a ver la cabeza de la Estatua de la Libertad enterrada en la arena y golpeada por el mar. Y entonces entiende: está en la Tierra, que ha sido barrida por un cataclismo nuclear cuya consecuencia ha sido la inversión de los roles entre los seres humanos y los simios.

Su grito desgarrador en la playa es, fuera de toda duda, un momento histórico en el Séptimo Arte.

Por supuesto, vinieron las secuelas, y en términos generales funcionaron bastante bien. Y es que la novella de Boulle daba mucha tela de dónde cortar, al grado de que las producciones se dieron una tras otra: Regreso al Planeta de los Simios (1970), Huida del Planeta de los Simios (1971), Conquista del Planeta de los Simios (1972), y Batalla por el Planeta de los Simios (1972), algo que ningún productor de secuelas cinematográficas o de trilogías haría hoy en día (Peter Jackson fue el último en intentarlo con la saga de El Señor de los Anillos, y dejó en claro que no lo vuelve a hacer; George Lucas, más inteligentemente, espació sus Episodios de Star Wars con tres años entre cada uno, y si Disney está estrenando una película de Star Wars al año ahora que son dueños de la franquicia, es porque abarcan historias diferentes y porque tienen toda la gente necesaria para que unos no tengan que trabajar bajo la presión de estrenar otra cosa al año siguiente).

Luego vino el desastroso intento de Tim Burton por reactivar la franquicia en 2001. Su remake fue un absoluto desastre: un guión inferior en todo sentido al que uso Schaffner, y un protagonismo excesivo de los efectos especiales. El final, lejos de lograr el mismo impacto que el de la primera película, resultó eso que llamamos en México “un churro”. Se notaba el intento por anticipar lo que serían más películas, pero el proyecto no pasó de allí. Y qué bueno. No valía la pena.

Por eso llamó la atención que en 2011 se anunciara el estreno de Rise of the Planet of the Apes, que en Latinoamérica se llamó El Planeta de los Simios: (R) Evolución, dirigida por Rupper Wyatt y con guion de Amanda Silver y Rick Jaffa. Tuvo un éxito notable, y eso garantizó la viabilidad de la saga, que continuó en 2014 con Dawn of the Planet of the Apes (El Planeta de los Simios: Confrontación), y ahora en 2017 War for the Planet of the Apes (El Planeta de los Simios: Guerra). Las últimas dos películas han sido dirigidas por Matt Reeves, y los guiones han estado a cargo de Marck Bomback, que en Confrontación colaboró con Amanda Silver y Rick Jaffa, y en Guerra lo hizo con Matt Reeves (el director) y Pierre Boulle (interesantísimo: el autor de la novela original).

Esta nueva saga de El Planeta de los Simios ha sido un gran éxito, y se debe a un acierto estratégico: no se intentó repetir la primera película. Es decir, en estricto, no se hizo un remake. Supongo que tomaron en cuenta que justo el gran error de Tim Burton fue intentar eso.

En este caso, Silver, Jaffa, Bomback, Reeves y Boulle, como guionistas, han retomado la premisa básica de la novela (una Tierra post-apocalíptica en la que los simios están sustituyendo a los humanos como especie dominante), y crearon una historia completamente nueva, bien contextualizada al mundo actual (por ejemplo, el declive de los seres humanos ya no es por una guerra nuclear, como en 1968, sino a una epidemia generada por un virus modificado, que al mismo tiempo es lo que detona el salto evolutivo en la inteligencia de los orangutanes, gorilas y chimpancés).

Pero en esta última entrega, se fueron todavía un paso más lejos: incluyeron en la historia una gran cantidad de referencias a lo que llamamos “arquetipos mitológicos”, y las tomaron de uno de los libros que mejor funciona para ello: la Biblia. Y, por supuesto, las obtuvieron del relato más impactante de la Biblia a lo largo de los siglos: el Éxodo.

Las similitudes y referencias comienzan de modo discreto, pero se van acentuando a lo largo de la película. Tras la confrontación inicial, regresan dos simios -uno de ellos, el hijo de César, el líder de la manada- que han ido a investigar un lugar en donde puedan reestablecerse, lejos de los humanos. Es una discreta referencia a Josué y Caleb, los espías bíblicos. Por supuesto, advierten que para llegar a este lugar óptimo para los simios, hay que cruzar el desierto. Otra referencia bíblica, evidentemente.

Sin embargo, sucede algo interesante: en la Biblia, se cruza primero el desierto, y ya en la entrada de Canaán se envían doce espías, de los cuales sólo regresan dos con buenas noticias. Aquí es todo distinto: se envían sólo dos espías, que regresan con buenas noticias, pero la travesía del desierto sería posterior.

Es otro acierto: se toman los arquetipos -dos espías, cruzar el desierto-, pero no se colocan en el mismo orden que en el texto bíblico. Así no se cae en el recurso fácil de simplemente repetir el relato del Éxodo, sino que se deja abierta la posibilidad de elaborar una historia más libre, sin por ello dejar de aprovechar el impacto psicológico que provocan los arquetipos.

Ese uso correcto de los recursos permite que la historia gire en torno a una urgencia de venganza por parte de César -algo que no tiene parangón con el texto bíblico-, pero que a la par se desarrolle eso que en lenguaje común podemos llamar “drama de proporciones bíblicas” en relación a lo que sucede con los demás simios, que son capturados por los soldados de un coronel de evidente pinta neo-nazi, y luego son recluidos en un campo militar convertido en campamento de trabajo forzado, donde luego serán, por supuesto, exterminados.

La referencia al Holocausto es absoluta, especialmente en el aspecto visual: un lugar al norte, nevado, donde sólo hay estructuras de madera, cárceles, zonas de trabajo, soldados y prisioneros.

Ahí se desarrolla un drama en donde se fusionan Holocausto y Éxodo, bien ensamblados gracias al buen oficio de Mark Bomback, el guionista principal, que incluso logra momentos de humor negro maravillosos. Por ejemplo, la escena donde toda la tropa leal al coronel por fin llega al campo de trabajo, los simios prisioneros son testigos de un clásico ritual militar que para nosotros no tiene nada de raro: el jefe del grupo gritando consignas con ritmo marcial, y todos los soldados replicando con gritos.

Pero la escena está tan bien lograda que exhibe cómo esas prácticas cien por ciento humanas no son demasiado diferentes a una bola de gorilas golpeándose el pecho para demostrar su fuerza y su hombría.

Es decir: no somos nada diferentes a los simios encarcelados. Somos, de hecho, tan simios como ellos.

La antítesis está en una escena de una emotividad enorme: Nova, una niña que ha quedado muda a causa de la epidemia que acabó con la humanidad, pero que ahora ha mutado, es adoptada por Maurice, el orangután que en todo momento asiste a César, el líder de los simios. Después de muchas desventuras compartidas, Nova le pregunta a César si ella también es un simio. Es el arquetipo del converso, del que siendo ajeno al pueblo que lucha por su libertad, decide ser parte de ese pueblo y de esa lucha. Es un eco del perfil de Ruth, la nuera de Naomi, prototipo bíblico de quien se integra a una historia por medio de la conversión.

La escena es hermosa, pero el trasfondo es todavía más fuerte: en realidad, todos somos simios, capaces lo mismo de comportarnos bien o mal, con compasión o con crueldad.

La huida de los simios del campo de detención nuevamente fusiona ecos del Holocausto con el Éxodo. Por un lado, la lucha de los que están intentando salvar a los niños; por el otro, la guerra entre dos facciones humanas enemigas que provoca una avalancha devastadora. Justo cuando los simios han logrado ponerse a salvo en las copas de los árboles, el mar -esta vez, hecho nieve- sepulta a los ejércitos humanos, dejando a los simios libres para cruzar el desierto y buscar su Tierra Prometida.

Tal y como puede prever cualquier lector asiduo de la Biblia, César -el líder de los simios desde la primera película- no termina la travesía. Ha salido herido del campo de detención, y apenas logra llegar al monte desde donde se divisa un nuevo lago y un nuevo bosque, donde Nova y los demás simios reconstruirán su vida.

En una clara referencia a Moisés, César muere allí, al pie del destino. Lo ve, pero no lo disfruta. No es su patrimonio, sino su herencia.

Sin duda, es una película que los amantes de la Biblia tienen que ver. No porque intente ser una representación del drama bíblico (como puede verse, los datos se usan de un modo arbitrario porque la historia que se construye no es exactamente la de Moisés), sino porque gira alrededor del mismo asunto: la libertad humana, intrínsecamente relacionada con la forma en la que vemos al “otro”. Si somos capaces de vernos como semejantes, podremos sobrevivir. Si sólo nos vemos como enemigos, la ruta inevitable es la violencia.

Como en tiempos del Éxodo. Como en tiempos del cine.

No hemos cambiado demasiado. Podríamos decir, apelando a la película, que seguimos siendo bastante simios