Enlace Judío México.- Mahmud Abás, el líder que envejece, trató de capitalizar el malestar de su pueblo tomando medidas sin precedentes contra Israel. En su lugar, puede que él haya hecho aún más fuerte la critica contra su régimen.

GRANT RUMLEY

Lo más cerca que llegó el conflicto israelí-palestino a una verdadera tercera intifada, o levantamiento, ocurrió a fines del mes pasado, cuando el líder palestino Mahmud Abás movilizó a elementos de la milicia en las sombras de su partido para realizar protestas generalizadas. De lo que carecieron los ataques con cuchillos por parte de lobos solitarios que han plagado a Israel durante los últimos años—y lo que tuvieron tanto la primera como segunda intifadas—fue liderazgo político y apoyo. Al activar a los tanzim, una facción de su propio partido que Abbas ha luchado por controlar, el presidente palestino estuvo aprobando la agitación de su pueblo.

Fue una medida sin precedentes por parte de Abás. En sus 12 años como Presidente ha luchado con los elementos de su partido que llevaron a cabo ataques durante la segunda intifada, declaró “sagrada” la coordinación en seguridad con Israel, y evitó en gran medida participar en protestas a gran escala. Y aún así, después que Israel inició muchas medidas de seguridad en respuesta a un ataque terrorista en el complejo al-Aqsa en la Ciudad Vieja de Jerusalén, Abás cruzó el Rubicon. Congeló todos los lazos con Israel, incluida la coordinación en seguridad, se reunió con los líderes de las protestas e instó a su gente a marchar en toda plaza pública a lo largo de la Margen Occidental. La crisis fue resuelta finalmente cuando Israel quitó las cámaras de seguridad y abrió Bab al-Hutta (adonde tuvo lugar el ataque), pero el impacto de esta escalada casi-catastrófica persistirá. Los palestinos ven las protestas masivas que sacudieron a Jerusalén como la razón para la aquiescencia de Israel. Cuando se enciendan nuevamente las tensiones, ellos buscarán un liderazgo político dispuesto a apoyarlos en estas tácticas.

Ellos pueden comenzar a buscar liderazgo en otro lado. El anciano Abás se ha vuelto cada vez más autocrático en los últimos años. Ha supervisado una purga dentro de su propio partido, incluida la expulsión de Mohammad Dahlan, un ex jefe de seguridad que hace poco anunció un acuerdo con Hamás, los rivales de Abbas en Gaza. Abbas también ha prohibido la expresión política, arrestando regularmente a estudiantes y cerrando sitios web críticos de su gobierno. Para coronarlo, él pasa la mayoría de su tiempo fuera de la Margen Occidental. Su pueblo ha respondido con niveles variables de agitación: una mayoría de los palestinos quieren que él renuncie, y los campamentos de refugiados en la Margen Occidental se han vuelto puntos de irritación para enfrentamientos con la AP. El campamento Balata en Nablus y el campamento al-Amari entre Jerusalén y Ramala han visto luchas sostenidas contra las fuerzas de la AP en años recientes.

Las políticas de Abás han estado bajo fuerte escrutinio. En los últimos meses ha tratado de subir la presión contra Hamás en Gaza financieramente. Cortó los pagos de la electricidad a los reactores de energía israelíes, dejando a la Franja en la oscuridad durante los días más cálidos de Ramadán. Ha sancionado a líderes de Hamás, detuvo pagos a prisioneros de Hamás, e incluso obligó a sus propios empleados de la AP en Gaza al retiro anticipado. Abás acompañó esta campaña de presión con llamamientos de sus principales asesores a que los gazatíes salgan a las calles y derroquen a Hamás, pero sin ningún resultado. En su lugar, los gazatíes se quedaron en casa y soportaron condiciones devastadoras mientras Hamás suplicaba a Egipto y Dahlan que permitieran importaciones de envíos de emergencia de combustible.

Una mayoría de los palestinos ven las acciones de Abás como un castigo cruel a los palestinos comunes. El ataque terrorista el 14 de julio en al-Aqsa alejó la atención de los palestinos de Gaza y las acciones de Abás allí, y la devolvió a Jerusalén, en donde el liderazgo de la Margen Occidental trató de dirigir los acontecimientos. Pero la relación entre la Autoridad Palestina en Ramala y la población palestina en Jerusalén oriental siempre ha sido turbia. En virtud de los Acuerdos de Oslo, la AP no iba a tener ninguna representación oficial en la ciudad, ya que su estatus iba a ser determinado por medio de negociaciones. En su lugar, tanto la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) como su facción dominante, el partido Fatah, podrían mantener vínculos con la ciudad. Desde los acuerdos, el liderazgo de la AP en Jerusalén se ha vuelto fragmentado. En el apogeo del terrorismo de la segunda intifada, Israel cerró la Casa Oriente, la sede de la OLP en Jerusalén oriental. Los funcionarios de Fatah en Jerusalén se han ido desconectando del resto del liderazgo, debido en parte a las restricciones israelíes sobre el movimiento. Complicando las cosas, algunos de los funcionarios islámicos a cargo del complejo al-Aqsa son nombrados por Jordania, otros por el liderazgo palestino. Todos estos factores han contribuido al aislamiento de Jerusalén oriental. “No hay ningún Fatah o Hamás aquí,” dijo esta semana un jerusalemitano oriental a periodistas. “Sólo la gente.”

La crisis en Jerusalén pone de relieve el hecho simple de la era de Abás: él no controla los hechos en el terreno; más bien ellos lo controlan a él. Fue Abdullah de Jordania quien eludió a la AP para dar forma a un acuerdo con Israel para quitar los detectores de metales. Y fueron los funcionarios islámicos de Jerusalén oriental quienes declararon que fue restablecido el status quo y los musulmanes palestinos podían regresar a rezar al complejo al-Aqsa. Al congelar todos los vínculos con Israel y apoyar a los líderes callejeros dentro de su partido, Abás estuvo quitando todos los frenos para retener alguna semblanza de relevancia.

Pero sus acciones pueden haber corrido el centro de gravedad dentro de su propio partido. Los tres contendientes más probables para reemplazarlo—Marwan Barghouti, Jibril Rajoub, y Mahmoud al-Aloul—todos representan un cambio significativo de poder de regreso a la calle palestina. Y todas las tres figuras tienen conexiones con los tanzim, la facción dentro de Fatah que Abás movilizó esta semana. Barghouti fue el comandante de actividades terroristas de Fatah durante la segunda intifada y sigue siendo muy popular con los palestinos comunes. Rajoub quedó segundo detrás de Barghouti en las elecciones internas del grupo en noviembre y ha concentrado una base de apoyo al dirigir la federación de futbol palestina. Y al-Aloul, el vicepresidente recientemente nombrado de Fatah, es el ex director de movilización dentro del partido y la persona puntual para las protestas masivas.

Abás tiene 82 años y no ha enfrentado una elección en más de 12 años. Los informes indican que él está en mal estado de salud, y posiblemente se deteriora cada vez más. Muchos palestinos—incluidos sus propios aliados y rivales—han comenzado a planificar para la época posterior a Abás. Los acontecimientos del mes pasado tienen convencidos a los palestinos de que las protestas a gran escala y coordinadas son el camino hacia adelante. En algún momento ellos querrán un liderazgo que lo apoye plenamente.

 

 

 

Fuente: The American Interest
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México