Enlace Judío México.- El rabino Bradley Shavit Artson, en su ensayo: “Una presentación de la Teología en Proceso”, nos explica como la filosofía de la Grecia antigua y de la Europa medieval influyeron nuestro pensamiento con conceptos que no corresponden al judaísmo. Pensar que Dios es omnipotente, lo que quiere decir que tiene todo el poder, que es omnisciente, que tiene y debe tener todo el conocimiento de lo que es, fue y será y que es omnibenevolente, que Dios es absoluta bondad, no son conceptos del judaísmo.

MARCOS GOJMAN

Rab Artson nos explica: El creer que Dios es Omnipotente implica que no hay poder fuera del de Dios y que cualquier cosa que ocurre es por su voluntad. A veces nos gusta lo que sucede, a veces no, pero aceptamos que todo lo que sucede viene de Dios. Cuando algo malo pasa y no entendemos por qué, como la enfermedad terminal de un bebé, la explicación que nos da esa manera de pensar, es que Dios debe haber tenido una causa legítima, que nosotros no entendemos, para ocasionar, o por lo menos no evitar, que eso malo ocurriera. Esta conclusión nos lleva a abandonar nuestra brújula moral y nuestro sentido de lo que es bueno o malo, y culparnos a nosotros o a nuestros seres queridos cuando ocurren desgracias. No sólo algo terrible sucedió, sino además la víctima se siente también culpable. El judaísmo no está de acuerdo con ese concepto de “omnipotencia”.

Brad Artson continúa: La presunción filosófica de que Dios es omnipotente ha sido reforzada por muchas traducciones de la Biblia que se refieren a Dios como “El Todopoderoso”, y que deriva de la errónea traducción de “El Shadai”, que en realidad significa “el Dios de la Montaña”. La Torá tiene términos para “gran poder y fuerza imposible de encontrar”, pero no tiene, ni el concepto ni el término, para omnipotencia. Ni los Profetas ni el Talmud lo tienen. No hay en el hebreo clásico ni en el arameo, un término que implique un ser capaz de hacer absolutamente todo.

Un problema similar lo tenemos con el segundo “omni”, dice Artson. Omnisciencia asume que Dios sabe todo, incluyendo el futuro. Nada se esconde del Dios que todo lo sabe. Pero si Dios conoce el futuro, ya no hay lugar para la libertad de decidir, ni de Dios ni de sus criaturas. El que Dios conozca sus propias decisiones futuras, le quita a Dios mismo la libertad de cambiar de opinión. Pero la Torá y el Midrash nos presentan un Dios distinto, un Dios que se enoja, que ama, se duele, se frustra, se sorprende y se arrepiente.

Rab Artson concluye: un Dios que posee poder ilimitado y sabe todo lo que vendrá, pudo haber diseñado un mundo diferente. Pudo haber ablandado el corazón del faraón sin necesidad de mandarle 10 plagas. Un Dios omnipotente y omnisciente, que a sabiendas crea un mundo tan imperfecto, no es un Dios bueno, omnibenevolente. Por eso, para el judaísmo, Dios no tiene esos “omni” atributos: Dios no conoce el futuro, pues el futuro no se ha decidido aún; Dios no decide todo, pues deja que la naturaleza funcione con sus propias leyes, además de darle al hombre la capacidad de elegir y Dios mismo sufre al ver la maldad que hay en el mundo y que no puede cambiar. Dios no es “omni”.