Enlace Judío México – En mi familia, hemos vivido sin Dios durante cien años, con altibajos.

JACOB MIKANOWSKY

El romance familiar con el comunismo comenzó con mi bisabuelo Salomón, quien era jardinero en Varsovia. En 1914 fue reclutado en el ejército ruso para luchar en la Primera Guerra Mundial. En 1917 el esfuerzo de la guerra del Imperio Ruso se había detenido. Los disturbios de los soldados en el frente ayudaron a encender la revolución rusa. Salomón participó en ella. No sé exactamente de qué manera, pero en 1919 se desempeñó como juez en una corte de soldados revolucionarios en Vitebsk, en la actual Bielorrusia. Cuando intentó volver a Polonia al año siguiente, fue encarcelado por ser comunista, y liberado sólo con la ayuda de amigos de la Cruz Roja.

El romance continuó con el hijo de Salomón, mi abuelo Jakub, nacido en 1912. Jakub estudió hasta primero de secundaria y comenzó a trabajar a la edad de 12 años en una fábrica de caucho y como conserje en una fábrica de productos químicos. Junto con sus hermanas, pertenecía a la Liga de los Jóvenes Comunistas de Varsovia. Sus amigos le aconsejaron que no se uniera al movimiento; necesitaban a alguien que no había sido “quemado” por la policía para manejar la máquina del mimeógrafo.

Cuando la Alemania nazi invadió Polonia el 1 de septiembre de 1939, mi abuelo fue reclutado en el ejército polaco. Fue capturado por los alemanes y más tarde logró huir hacia Minsk, en la Unión Soviética, desde donde envió a buscar a su padre y a sus hermanas. Dos llegaron y dos se quedaron en Varsovia.

En Minsk, Jakub conducía un camión. Su padre trabajaba en una granja. Su cuñado se encargaba de la iluminación en la ópera. En 1941, los alemanes se trasladaron al este, a la Unión Soviética. Cuando llegó el ejército alemán, mi abuelo transportaba a los heridos del frente en su camión. Fue capturado nuevamente y logró escapar una vez más.

Sus hermanas huyeron al este y su padre fue baleado. Huyendo por el campo, se encontró con un grupo de oficiales soviéticos que se habían separado de sus unidades. Juntos, cruzaron la frontera alemana a través del río Dnieper. Del otro lado de la frontera, ingresó a una escuela que enseñaba tácticas de guerrilla a partisanos potenciales. Luego tomó un curso de paracaidismo. En la primavera de 1942, se unió a una compañía de 18 partisanos que luchó contra los alemanes. Quince sobrevivieron. Después de unas semanas, tomó el cargo de comandante. Muy pronto, estaba al mando de una segunda compañía y seguía acendiendo porque sus comandantes seguían siendo asesinados.

En el invierno, solicitó la afiliación al Partido Comunista y fue aceptado poco después. En total, pasó más de dos años en el bosque luchando una guerra de guerrillas contra el ejército alemán. En ese tiempo, ganó un poco de renombre. Incluso ha sido mencionado en el volumen 3 de la Historia de los Trabajadores de la República Socialista de Bielorrusia .

Al final de la guerra, se recuperaba de heridas de metralla en un hospital. Poco más tarde llegó a Berlín, luego a la ciudad de Wroclaw, en el oeste de Polonia, hasta establecerse nuevamente en Varsovia. Volvió a un país devastado y a una ciudad en ruinas. Dos de sus hermanas habían sido asesinadas, una en Treblinka y la segunda fue fusilada en una ejecución masiva en 1942, después de haber quedado atrapada en el lado equivocado del muro del gueto.

En 1945, colaboró en la Sociedad Soviética-Polaca de Amistad. Poco después, se unió al Ministerio de Seguridad Pública – la policía secreta.

En Polonia, actualmente es difícil admitir haber trabajado para la policía secreta. El Ministerio de Seguridad Pública ayudó a imponer el régimen del Partido Comunista por la fuerza tras la Segunda Guerra Mundial. Sus miembros encarcelaron a la oposición y silenciaron a los críticos. A fin de afianzar su dominio, el Partido Comunista luchó contra lo que significaba una guerra civil de bajo nivel contra los vestigios de la resistencia no comunista. En su papel de organización contraespionaje, también participó en una guerra de sombra contra la CIA y otras agencias de espionaje occidentales. Aquí es donde la historia de mi abuelo reaparece en los archivos.

La mayor parte de lo que sé de su vida después de haberse unido a los partisanos proviene de un expediente del personal del Partido Comunista, que decidí solicitar del Instituto Polaco para la Memoria Nacional después de encontrar una mención de su vida de posguerra en otra publicación del instituto. Pero el expediente sólo menciona los departamentos a los que fue asignado: el departamento de lucha contra la contrarrevolución; contraespionaje; contrasabotaje. Fue necesario seguir investigando a través de las notas a pie de página de los historiadores que estudian las operaciones de inteligencia durante el inicio de la Guerra Fría.

En 1950, aparece como oficial de casos en la llamada Operación César, un operativo de bandera falsa, en el que la policía secreta polaca reunió a miembros de un grupo de resistencia clandestina y los convenció para que cambiaran de bando. Luego los envió a occidente. Bajo el disfraz de un movimiento de resistencia, recibieron dinero y armas de la CIA – más de 1 millón de dólares, y varios cientos de libras de oro – que fueron trasladadas a sus manipuladores polacos. Mi abuelo, al parecer, era uno de esos manipuladores.

Lo que sucedió después es difícil de describir. Murió en 1963, cuando mi madre tenía 7 años. Ella no alcanzó a conocerlo bien. De esa época sólo he escuchado fragmentos: se sabe que jugaba tenis, leía libros, que anunció su compromiso con mi abuela diciéndole a su hermana: “Jadzia, me voy a casar, dame una camisa”. De hecho, la mejor fuente de información sobre su vida es el archivo, que obtuvimos el año pasado. Aún así, no dice mucho.

Su historia se ajusta a un patrón. Mi abuelo pertenecía a una generación de judíos polacos que crecieron con la revolución y pusieron toda su fe en ella. Si lograron vivir lo suficiente, fueron traicionados por esa misma fe.

Para los judíos polacos de los años 20 y 30, unirse al movimiento comunista era una “rebelión radical”, según el sociólogo sueco Jaff Schatz. Se trataba de una rebelión contra los padres y la tradición judía. También implicaba participar en una organización ilegal, que traía consigo el constante peligro de encarcelamiento.

Para la generación de mi abuelo, el comunismo era una manera de modernizarse y de escapar del shtetl. Era una forma de combatir el antisemitismo y de oponerse al fascismo, tanto en Polonia como en el resto del mundo. Y lo que es más importante, era una manera de construir un futuro y de pertenecer a algo más grande que ellos mismos. Ser comunista era una vida de compromiso total, persecución e inseguridad constante. Pero el comunismo significaba también un intenso sentido de participación en el movimiento de la historia y el levantamiento revolucionario del mundo. Esa agitación vendría pronto – pero no como se esperaba.

La participación de los judíos en el movimiento comunista polaco se cristalizó en un estereotipo a través del término Zydokomuna o judeo-comunismo. Por lo general, el concepto representa una ofensa, una manera de equiparar a los judíos con el terrorismo y la usurpación extranjera. El historiador André Gerrits lo describe como “una afirmación xenófoba, un mito, una falsa ilusión”. Numéricamente, los comunistas eran una pequeña parte de la comunidad judía. Dentro del movimiento comunista polaco, los judíos eran una minoría significativa, pero aún una minoría. El término sigue siendo un pilar del discurso antisemita en Polonia.

En conjunto, Zydokomuna – la ecuación del comunismo con el judaísmo – es una ilusión, un insulto. Pero al menos para mi familia es una verdad. Mi abuelo (ambos, en realidad) pertenecieron a una generación atrapada entre el fascismo y el comunismo con muy poco espacio para maniobrar. Antes de la guerra, unirse al Partido Comunista significaba rebelión. En la guerra, significaba supervivencia.

Pero la vida de mi abuelo tenía otra dimensión además de la que aparece en su expediente del partido. En 1963, uno de sus compañeros partisanos de Bielorrusia lo grabó en su lecho de muerte en un hospital de Varsovia mientras hablaba de su servicio en tiempos de guerra.

Allí, narra la declaración autobiográfica mencionada en el archivo del Partido Comunista, en la que destaca sus antecedentes y su labor política. Esta vez, su testimonio se centra en un episodio de una larga guerra: la noche del 21 de enero de 1943. Su unidad se encontraba en la aldea bielorrusa de Novy Svyerzhan, el sitio de un campo de trabajo alemán para prisioneros judíos. Jakub y su unidad decidieron atacar bajo el manto de la oscuridad. Un soldado disfrazado de campesino montado en un caballo se acercó a las puertas del campamento. Luego el restó de la unidad atacó con ametralladoras y granadas. Tras el incendio del aserradero, los alemanes que sobrevivieron huyeron. Doscientos judíos fueron liberados.

¿Qué significa luchar del lado derecho de la guerra, pero en el lado equivocado de la historia?

Dependiendo de a quién se pregunta, la historia de mi abuelo es la de un partisano, un traidor, un héroe o un espía. La revolución enfrentó a una gran cantidad de los que sirvieron. Aquellos que se resistieron pagaron el mismo precio. Dejó innumerables vidas, como la de mi abuelo, que no pueden ser trazadas por una sola línea.

Fuente: The New York Times / Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico