Enlace Judío México – Las siguientes historias jasídicas fueron recopiladas por Martín Buber, sobre el gran Rebe Elimelej. A este gran sabio lo que más se le reconocía y mejor enseñó a sus alumnos fue a decir siempre la verdad y ser honestos con su corazón. Por ello, pudo ser siempre humilde, las siguientes historias hablan de la humildad como característica o como lección esperamos les gusten.

Martín Buber. Envidia

Cuando Rabí Elimelej abandonó una ciudad en la que había estado de visita, los jasidim (jasídicos) siguieron su coche a pie parte del trayecto. El justo, al verlo, descendió de la carroza y prosiguió el camino en medio de la multitud. Los jasidim preguntáronle, perplejos, el motivo de su singular conducta.

– Al ver la gran alegría que les daba a ustedes el acompañarme a pie, quise no ser menos y alegrarme yo también.

El vino de la vida

Cuéntase que la segunda noche de Pesaj (Pascua), estaban sentados los jasidim alrededor de la mesa de rabí Elimelej, y se alegraban. El rabí miró a su alrededor, hizo una inclinación de cabeza a cada uno de los comensales, pues se alegraba con ellos y dijo, sonriendo:

– Ved tenemos todo lo que se necesita para estar contentos; ¿qué más nos falta?

Un pretencioso exclamó:

– Verdaderamente, sólo nos falta beber el vino de la vida, como los santos en el paraíso.

El justo le ordenó:

– Toma la pértiga sobre el hombro, cuélgale dos baldes y vete hasta el portón de la casa de la eternidad. Depositarás los baldes en el suelo, darás media vuelta y dirás: “Elimelej manda por vino”. Después cargarás los baldes y los traerás acá. Pero cuídate de no contestar, si alguien te dirige la palabra.

El otro hizo, todo tembloroso, lo que se le ordenaba; cargó el vino en la puerta del cementerio y emprendió el regreso. La noche oscura, sin luna estaba llena de voces, ora graves, ora infantiles, que pedían suspirando, una gota de vino. Detrás del viandante repercutían innumerables pasos ultraterrenos. Cuando puso el pie en el umbral de la casa de Elimelej, el jasid no pudo contenerse más y gritó a las sombras:

– Ahora ustedes no podrán alcanzarme.

La pértiga partióse en el mismo momento en dos, los baldes cayeron al suelo boca abajo, y de derecha a izquierda volaron bofetadas sobre su rostro. Cruzó la puerta, vacilando. En la calle se hizo el silencio. El justo le dijo:

– Siéntate a la mesa, tonto.

Fuente: Raíces