Enlace Judío México / Aranza Gleason – Una de las cosas que más me impresionaba de los días que pasé en la midrashá (casa de estudio) era la cantidad de personas que habían cruzado esa puerta a lo largo de los años y las razones tan diversas por lo que lo habían hecho. Cada quien tenía una razón distinta por lo cual estaba ahí y cada quién tenía un área especial en la que se sentía más cerca de sí y de D-os cuando se rodeaba de ella.

Para mí, era el estudio de jumash (estudio de textos bíblicos), en esos momentos era el centro de mi vida. Podía pasar horas enteras pensando en un solo versículo y viendo, literalmente sintiendo, cada significado oculto que las palabras traían, cada hilo secreto que lo conectaba con un absoluto. Aún recuerdo esas tardes como las más felices de mi vida. Sin embargo, el jumash no tenía la misma importancia para todas.

Para una amiga el centro de judaísmo era la comida kosher, algo que en su momento me costaba mucho trabajo entender; para otra (diseñadora de modas) era el concepto de tzniut (recato), lo había descubierto en la universidad mientras estudiaba la moda judía. Se hacía su propia ropa y seguido la escuchabas hablar de la importancia de conocer tu personalidad, de tapar el cuerpo para expresar tu carácter. En fin, cada quien tenía una forma especial y particular de acercarse a D-os y a la Torá.

Ello, era para mí era la muestra más clara de la vastedad del judaísmo, de lo completo y diverso que es. No deja un sólo aspecto humano fuera de consideración. Cada detalle, cada suceso, cada rasgo de personalidad puede ser una fuente de alegría y crecimiento, un vínculo con lo más profundo del hombre.

Gracias a ello se mantiene vivo, gracias a ello, ha logrado rebasar los confines del tiempo, del espacio y el aniquilamiento. El judaísmo está tan vivo aquí como en Yemén; hoy como hace miles de años; en la paz como en la persecución, porque la gente que lo aprende y lo enseña, lo conoce a fondo y tiene razones de peso para hacerlo. Esa razón es el descubrimiento de D-os y el descubrimiento de uno mismo, lo único suficientemente fuerte para hacer que miles de adolescentes, adultos y niños decidan continuar con una tradición de miles de años. Para ahondar en esta idea me gustaría retomar varios conceptos judaicos presentes en la Torá y la Mishná.

Bueno y malo. Duradero y efímero.

Para que algo se preserve y sea duradero debe tener un sentido y un propósito. Aquello que no cumple con alguna función, que no tiene cauce, deja pronto de existir, porque una vez agotada su energía no puede continuar. Esta idea es bastante similar al concepto judío de lo que es bueno y lo que es malo, lo que es duradero y lo que es efímero. En el libro del Génesis podemos ver que todas las cosas fueron creadas con un sentido.

Al inicio de la Creación divina, la Torá nos dice que tras haber sido creado cada elemento “D-os vio que era bueno” “Vayar Elokim ki tov”. Según las enseñanzas de la Mishná, esto implica que cada cosa creada por D-os tiene una parte de su esencia buena y esa característica, esa bondad esencial, es lo que da sentido a su existencia, la razón por la que fue creada y lo que la mantiene en el mundo.

Sin embargo, ¿qué es lo bueno? Lo bueno es aquello que tiene sentido, que cumple un propósito dentro del plan divino. Al final de toda la Creación, la Torá nos dice que “D-os vio todo lo que había creado y vio que era muy bueno” “Vayar Elokim et kol asher asah, v’hinei tov meod”. Ello nos enseña que cada una de las cosas creadas por D-os tienen un sentido dentro de Su Creación, un lugar específico, un rol dentro de su plan, que sin ellas no puede ser llevado a cabo. Cada una de ellas es como un bloque de construcción sin el cual las demás no se pueden sostener, no pueden siquiera existir. Esa es la característica de “bueno” que cumplen, son “buenas” cuando son parte de esa construcción. Mientras que son “ra”, malas, cuando no cumplen su objetivo o estorban en éste, y como dejan de tener sentido están condenadas a dejar de existir.

Ahora, la palabra “tov”, “bueno” en hebreo, tiene también otro significado. Se escribe con las letras tet y bet y su la raíz es la palabra “tav”, quiere decir “prepararse para recibir”. Lo bueno, lo “tov” no es revelado. Aquella esencia que forma las cosas, aquella bondad interna está encubierta dentro de cada una de ellas, para que se efectúe debe ser preparada y descubierta; debe recibir una estructura para que su bondad surja a la luz.

De todas las cosas que fueron creadas, del único ser que las Escrituras no dicen: “vio D-os que era bueno”, es el hombre. Esto es porque sólo el hombre tiene libre albedrío. El hombre no es en esencia bueno, el hombre decide ser bueno. Las demás criaturas son buenas porque D-os las hizo de esa forma. Sin embargo, el hombre es incompleto y defectuoso; debe trabajar toda su vida para adquirir el nombre de “tov”. Su propósito no se agota en su existencia, ni es evidente de primera mano, debe esforzarse para conocerlo y conseguirlo. Al mismo tiempo siendo el ser más débil, fue la criatura escogida por D-os, el mundo entero depende de él.

Esto podemos aprenderlo del pasaje del Diluvio. Dentro de este evento, la Torá nos dice que D-os decidió borrar al hombre de la faz de la tierra porque había visto que su maldad era demasiada. Sin embrago, no sólo elimina al hombre sino a todas las criaturas que lo rodeaban también. “Borraré desde el hombre hasta los animales, hasta los reptiles y hasta las aves de los cielos” (Gen. 6:7). Según la tradición oral, D-os hace esto porque todas las criaturas fueron hechas para servir al hombre. Son buenas en medida que ayudan al hombre a cumplir su cometido y malas en medida que lo alejan de su labor.

Es decir, el hombre es el único que puede hacer a las criaturas buenas o malas. Es el único que puede descubrir y revelar esa esencia escondida que D-os les dio; el único que puede darle cauce a la materia y hacer que la Creación entera sirva a D-os. Al mismo tiempo, es el único que puede destruirlas. Nada de lo que hagan los otros seres afecta realmente el funcionamiento del mundo, porque no tienen poder de decisión.

En cambio, el hombre puede decidir entre actuar éticamente y actuar sin sentido, entre acercarse a la fuente de toda vida y alejarse de ella, servir a D-o o negarlo. Y el resultado de esas decisiones deriva en la Creación del mundo nuevamente día con día, o su destrucción definitiva. Cuando el hombre no actúa, ni funciona como debería, el mundo entero pierde su propósito y se nulifica. Y cuando alcanza la perfección hace duraderas las cosas que lo rodean, las hace “tov” (buenas). Éste es el sentido absoluto del mundo el perfeccionamiento del hombre. Específicamente el perfeccionamiento del mismo en tres áreas espirituales.

Los tres pilares del mundo

Para merecer el nombre de “tov” y merecer la vida eterna, no basta con actuar éticamente, el hombre debe explotar todo su potencial en relación a tres entidades: a) en relación a sí mismo, como una creación humana, única, diferente de las bestias; b) en relación a su Creador, debe implementar la voluntad de D-os quien le dio existencia y c) en relación a los hombres que lo rodean.

Estas tres acciones constituyen los pilares del mundo. Es decir, sobre ellas, el mundo entero fue creado, y de ellas depende su continuación. El judaísmo es duradero porque a través de las mitzvot y la Torá siempre se dirige a las tres.

Aborda al hombre desde lo más sagrado, la esencia que lo conforma, y le ofrece un camino con dirección y sentido que jamás se agota; su auto perfeccionamiento. Es la única filosofía y forma de vida que hace al hombre el centro del universo a la vez que lo coloca en relación a un mundo más basto que él. Le ofrece una historia, un futuro, un reto y la eternidad. En el siguiente capítulo explicaremos uno por uno cada pilar.