Enlace Judío México.- A mí no me cabe duda de que el político más hábil del mundo está de visita en México. Por primera vez en la Historia, un Primer Ministro israelí en funciones hace una visita de estado a nuestro país.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Benjamín Netanyahu es un caso fuera de serie en la política internacional. En términos generales, creo que ningún otro político ha tenido que lidiar con tantos problemas tan variados al mismo tiempo.

Por ejemplo: en agosto de 2014, en el marco de los enfrentamientos entre Israel y Hamás, John Kerry se apersonó en Israel literalmente para exigir la rendición del Estado Judío. Traía un pliego petitorio que, en resumidas cuentas, estaba basado en las exigencias de Hamás. Al mismo tiempo, desde los curules de la oposición en la Knesset, Tzipi Livni e Isaac Herzog no dejaban de insistir en que la postura de Netanyahu estaba aislando cada vez más a Israel. Apenas unos meses después se convocó a elecciones anticipadas, y ahora es un hecho bien sabido que hubo un intento deliberado de la Administración Obama por tumbar a Netanyahu del poder, y colocar allí a Herzog, un político gris, medroso y manipulable.

Contra todos los pronósticos, Netanyahu no sólo salió avante de todo ese enredo, sino que incluso resultó fortalecido. Hamás fue derrotado, Kerry quedó completamente aislado en las negociaciones (y eso confirmó el absoluto fracaso de Obama en Medio Oriente), y pese a que las encuestas señalaban a Herzog como favorito para ganar las elecciones, el resultado final le dio al Likud una ventaja de tres escaños sobre la coalición liderada por los laboristas, y gracias a ello Netanyahu permaneció como Primer Ministro. Situación que, seguramente, le provocó agruras a Obama.

El asunto va más allá de la mera coyuntura de esa elección: con ese triunfo, Netanyahu ha consolidado la preponderancia del partido Likud al frente de la política israelí. Desde la fundación del Estado de Israel en 1948, ese liderazgo fue ejercido por el partido entonces llamado Mapai, que luego cambió su nombre por Laborista. Hasta 1977, todos los primeros ministros israelíes salieron de ese partido.

La victoria de Menajem Begin en ese año puso por primera vez al Likud en el primer plano político, y desde entonces (es decir, desde hace 40 años) ha estado al frente del país un total de 24 años; le sigue Kadimá -fundado por Ariel Sharon, que antes militaba en Likud- con 8 años, y el Laborismo ha quedado relegado a lo que podríamos llamar un “tercer lugar” con otros 8 años. La última vez que los laboristas ganaron una elección fue en 1999.

¿Por qué la sociedad israelí ha dado su voto de confianza al Likud y a Netanyahu? Por algo tan simple como pragmatismo: guste o no, es el único grupo político que ha enfrentado los retos de la sociedad israelí intentando mantener el difícil equilibrio entre no ceder a las presiones externas, pero tampoco entregarse al extremismo intransigente.

Tzipi Livni e Isaac Herzog anunciaron, ominosamente, que Netanyahu estaba aislando a Israel del resto del mundo. Pero fallaron: en realidad, se estaba aislando de Estados Unidos, pero la verdadera razón de fondo era que Obama dejó ver su postura abiertamente anti-israelí, especialmente durante su segundo período como Presidente. Lamentablemente, Livni y Herzog sólo evidenciaron que carecían del temple y firmeza para enfrentar eso. Preferían rendirse.

La desastrosa política exterior de Obama reforzó la presencia de Irán en Medio Oriente, y eso creó una coyuntura que hace diez años habría sido impensable. Pero Netanyahu la aprovechó muy bien: las fricciones entre Arabia Saudita e Irán (acaso más graves y peligrosas que las que hay entre Israel e Irán) encausaron un acercamiento no oficial (pero muy real y a estas alturas muy productivo) entre Egipto, Israel y Arabia Saudita, lo que poco a poco permitió que Israel se reposicionara a nivel internacional.

A fin de cuentas, Obama tenía sus días como Presidente contados, y es evidente que no quería irse sin antes haber tumbado a Netanyahu. Pero no pudo. Con la llegada de Trump y el cambio radical estadounidense en política exterior, Netanyahu logró reforzar su posición y la de Israel.

Por supuesto, había otro problema serio, colateral a todo lo anterior: la guerra civil en Siria. Especialmente, porque desde hace dos años Rusia asumió una postura activa a favor del régimen de Bashar el-Assad, y apoyando abiertamente a Irán en sus esfuerzos por mantener el control geopolítico en Siria y Líbano.

Muchos analistas se arriesgaron a anticipar que eso se convertiría en un severo problema para Israel, que ya no podría actuar a sus anchas en sus intentos por evitar el traspaso de armas iraníes a Hezbolá en Líbano.

Pero no. Nuevamente, el trabajo político de Netanyahu resultó más que efectivo, y el resultado es que no sólo Israel ha seguido destruyendo cargamentos de armas, depósitos o fábricas militares en territorio sirio o libanés, sino que incluso ha conseguido el compromiso de Putin de que Rusia no va a interferir en lo que Israel haga para salvaguardar su integridad como nación, e incluso se puede decir que las relaciones entre Rusia e Israel están en su mejor momento.

Y es que es evidente que el interés ruso por apoyar a Irán, Assad y Hezbolá es meramente coyuntural. Es un asunto que le va a dejar a Rusia mucho dinero, porque su apoyo es cualquier cosa, menos gratuito.

Pero a largo plazo Irán -y por consecuencia, Siria y Líbano- no son un buen negocio ni una buena apuesta. El régimen iraní está cada vez peor posicionado al interior del país debido a su ineptitud para manejar la severa crisis económica que afecta al país desde hace varios años. Además, el de los ayatolas es un régimen feudal, y todos los analistas saben que no tiene futuro. Es cuestión de tiempo para que los iraníes impulsen cambios de fondo en su gobierno.

En contraste, la nueva amistad entre Egipto, Israel y Arabia Saudita es la mejor alternativa para que, eventualmente, se pueda lograr una verdadera paz y estabilidad en Medio Oriente. Si a eso agregamos el potencial económico que todavía tienen los Saudíes y los Emiratos Árabes (siempre haciendo coro a los príncipes sauditas), más el elevadísimo nivel de innovación tecnológica que se genera en Israel, Putin -otro político demasiado hábil- sabe que el futuro está allí. Los negocios están con ellos, no con Irán. Y, cual viejo lobo de mar, el Presidente ruso se dedicó durante ocho largos años a capitalizar todas las tonterías que hizo Obama en Medio Oriente.

Acaso por ello ha funcionado bien el extraño romance político entre Putin y Netanyahu: ambos son políticos que saben sobrevivir, saben negociar, saben sacar ventajas. Reforzando sus vínculos con Israel (y, por supuesto, prometiendo que no van a intervenir en contra de la seguridad del Estado Judío), los rusos garantizaron una amplia influencia en un territorio que en otros tiempos fue exclusivo de los Estados Unidos, patrimonio y tesoro político que Obama dilapidó patéticamente.

Todo ese panorama reforzó la posibilidad de que Netanyahu abordara con cierta comodidad los asuntos de seguridad interna en Israel. De ese modo, la llamada “intifada de los cuchillos” -la última ola de violencia sistemática provocada por los palestinos- fue simple y llanamente derrotada. En una situación completamente distinta, un político mediocre, timorato e hipócrita como Mahmud Abás se fue quedando poco a poco solo y sin apoyos, incluso en Europa y los Estados Unidos.

Como en tantas otras ocasiones y de otras maneras, Israel volvió a derrotar a los palestinos.

Y como si todo eso no fuera poco, la administración de Netanyahu se ha anotado dos grandes logros en materia económica: hoy por hoy, Israel tiene la tasa más baja de desempleo de las últimas décadas, y las reservas en dólares están en su mejor momento. Es decir, hay un panorama económico estable que permite al gobierno trabajar para lograr varias mejoras que siguen siendo necesarias. Por ello, Israel suele ser uno de los países con mejores resultados en las mediciones de la OCDE. Sorprendente, porque bajo tanta presión con enemigos abiertamente enfocados en su destrucción, compite en muchos rubros con las naciones europeas que no tienen ningún tipo de presión similar, como Finlandia, Islandia o Noruega.

Por supuesto, hay asuntos pendientes donde Netanyahu tiene muchos problemas. Las fricciones generadas por el excesivo poder que han adquirido los partidos religiosos son, acaso, las que más descontento provocan en la población israelí, pero también en las comunidades judías de la Diáspora.

Es un rubro en el que no hay mucha movilidad ni demasiadas opciones (y eso aplica para Netanyahu lo mismo que para cualquier otro que llegue eventualmente al cargo), y es que dada la fragmentación de la Knesset (parlamento), los pocos pero necesarios votos que los partidos religiosos pueden ofrecer, se venden caro.

Temas como el asunto de las conversiones validadas por el Estado de Israel y la administración de la vida religiosa que se hace en el Kotel (Muro Occidental), son dos asuntos todavía no resueltos y de los que habrá que estar pendientes. Lejos de lo estrambótico que es la política internacional y los riesgos en materia de seguridad, estos son dos asuntos domésticos que están poniendo a prueba la capacidad de negociación política de Netanyahu.

De todos modos (y pese a que ciertos sectores judiciales siguen en su lucha -ya de varios años- por encontrar un causal jurídico para tumbar a Netanyahu, aunque siempre sin éxito), todo parece indicar que el actual Primer Ministro israelí concluirá sin problemas su período de gestión en 2018 y se volverá a presentar como cabeza del Likud para las elecciones siguientes. Con amplias posibilidades de ganar, por cierto.

No se necesitan dos dedos de frente para darnos cuenta que estamos ante un gigante de la política. Por supuesto que es una figura controversial. Despierta tantos apoyos como odios viscerales, o críticas de todo tipo.

Pero es un hecho que Netanyahu está marcando toda una época en la nada sencilla historia de Israel, justo en el momento en que han muerto los últimos grandes líderes que estuvieron presentes desde la fundación del Estado (Ariel Sharón y Shimón Perés).

Tomando en cuenta que son coyunturas que no se presentan en ningún otro lugar del mundo, no creo exagerar cuando afirmo que Netanyahu es el político más hábil del mundo.

Se puede estar en contra de su postura o de su modo de hacer las cosas.

Pero de que es hábil, lo es.