Enlace Judío México – Durante el servicio de Sucot se lee el libro de Ecclesiatés. Éste nos recuerda sobre la futilidad de la vida, la profundidad de la alegría envuelta en las cosas pequeñas. Sucot es conocida como la fiesta de la alegría, sin embargo ¿cuál es esa alegría genuina a la que el Talmud se refiere? Y ¿por qué la representamos de esa forma? Rab. Johnathan Sacks nos da su interpretación de la fiesta y nos dice por qué la enseñanza de Sucot sigue siendo tan poderosa y tan importante en nuestros días. Esperamos les guste.

Rab. Jonathan Sacks. Sucot en nuestros tiempos

De todas las fiestas judías, Sucot, sin dudas es la que más se dirige a nuestro tiempo. Cojelet (el Eclesiastés) podría haber sido escrito en el siglo veintiuno. Hoy se muestra frente a nosotros a través del éxito absoluto; del hombre que lo tiene todo: casas, carros, ropas finas, mujeres hermosas; la envidia de todos los hombres. Ha perseguido todo lo que este mundo tiene que ofrecer, del placer, al poder, a la sabiduría y que aun así cuando reflexiona en la totalidad de su vida sólo puede decir: “vanidad de vanidades, todo es vanidad.”

La imposibilidad de Cojelet para encontrar sentido en su vida está directamente relacionado con su persona, con el “Yo” y el “mí” de su oración: “Trabaje para mí, edifique para mí, adquirí para mí”, entre más persigue sus deseos, más vacío siente.

No existe una crítica más tajante a la sociedad consumista, cuyo ídolo es el “yo”, cuyo ícono es una “selfie” y cuya base moral es “lo que mejor te funcione” que ésta. Habla a una sociedad que adquirió riqueza inigualable, que les dio a sus integrantes más opciones en su vida de las que eran siquiera posible imaginarse en antaño y al mismo tiempo fue la generación cuyo abuso de alcohol y drogas, incremento en desórdenes alimenticios, depresión, síndromes ocasionados por el estrés, suicidios e intentos de suicidios jamás tuvo precedente. Una sociedad de turistas, no peregrinos, jamás tendrá la determinación de buscar una vida que valga la pena vivir. De todas las cosas que la gente ha decidido adorar el “yo” es la menos gratificante. Una cultura de narcisismo rápidamente da paso a una de soledad y desesperanza.

Cojelet era también un cosmopolita: un hombre que se sentía en casa en todos lados y por consecuencia en ninguno. Éste era el hombre que tenía setecientas esposas y trescientas concubinas y al final sólo podía decir “Más amarga que la muerte es la mujer”. Debería ser claro para cualquiera que conozca la vida de Salomón, que Cojelet no se refiere a las mujeres sino a sí mismo.

Al final, él encuentra sentido en las cosas más sencillas. Dulce es el sueño de un hombre que trabaja en la labranza. Nos dice que disfrutemos la vida con la mujer que amamos. Come, bebe y disfruta el sol. Ese es el sentido último de Sucot como un todo. Es la festividad de las cosas sencillas. Es el momento en que más cerca estamos de la naturaleza durante el ciclo judío, sentados en un refugio con tan solo hojas por techo y tomando en nuestras manos la palma, el etrog, los mirtos y las hojas del sauce. Es el tiempo en que nos liberamos brevemente de los placeres sofisticados de la ciudad, los artefactos refinados de la era de la tecnología y recuperamos un poco de la inocencia que teníamos de niños, cuando el mundo aún tenía el matiz de la sorpresa.

El poder de Sucot es que nos regresa a nuestras raíces más elementales de nuestro ser. No necesitamos vivir en un palacio para estar rodeados de nubes de gloria. No necesitamos ser acaudalados para tener en nuestras manos las mismas hojas y frutas que los billonarios usan para alabar a D-os. Vivir en la Sucá y traer invitados a tus comidas te enseña, y ésta es la premisa de los invitados místicos de Sucot (Ushpizin), que la gente que ha venido a visitarte no son otros que Abraham, Isaac, Jacobo y sus esposas.

Lo que hace a una cabaña más bella que a una casa es que cuando Sucot se nos presenta no hay diferencia entre el más rico de los ricos y el más pobre de los pobres. Todos somos extranjeros de la tierra, residentes temporales del Universo eterno de D-os. Y hayamos encontrado o no el placer, hayamos encontrado o no la felicidad, podemos sentir alegría.

Sucot es el tiempo en que nos hacemos la pregunta más profunda sobre qué hace a una vida valiosa. Habiendo rezado en Rosh Hashaná y Yom Kipur por ser escritos en el Libro de la Vida, Cojelet nos obliga a recordar lo breve que la vida realmente es y lo vulnerable de la misma. “Enséñanos a contar nuestros días de tal modo que traigamos a nuestro corazón sabiduría.” Lo que importa no es cuánto vivimos, sino que tan intensamente sentimos que la vida es un regalo el cual pagamos dando a los demás. La alegría, el tema central de la fiesta, es lo que sentimos cuando nos damos cuenta de que es un privilegio simplemente estar vivo, inhalando la belleza embriagante del momento, rodeándonos de la naturaleza abundante, la desbordante diversidad de la vida y el sentimiento de comunión con aquellos que compartimos una historia y una esperanza.

Sucot es la fiesta de la inseguridad. Es el cándido reconocimiento de que no existe una vida sin riesgos y que aún así podemos enfrentar el futuro sin miedo puesto que no estamos solos. D-os está con nosotros, en la lluvia que trae bendiciones a la tierra, en el amor que nos trajo a la existencia junto con el Universo y a la resiliencia de espíritu que le permitió un pueblo pequeño y vulnerable sobrevivir a los imperios más poderosos que el mundo ha conocido.

Sucot nos recuerda que la gloria de D-os estuvo presente en el Tabernáculo pequeño y portable, aquel santuario que Moisés y los judíos construyeron incluso de forma más enfática que el templo de Salomón con toda su grandeza. Un templo puede ser destruido, pero una Sucá, rota, puede ser reconstruida el día de mañana. La seguridad no es algo que podamos lograr a través de medios físicos, sino algo que podemos adquirir mentalmente, psicológicamente, espiritualmente. Todo lo que se necesita es el coraje y la voluntad de sentarse bajo la sombra de las alas protectoras de D-os.

Fuente: rabbisacks.org

Escrito por Rab. Jonathan Sacks / Traducido por Aranza Gleason