Enlace Judío México.- Eder, destaca al pintor mexiquense Antonio Ruiz como un irónico artista que fue crítico de la modernidad.

Antonio Ruiz  El Corcito (1892-1964) no fue un artista menor o un pintor de tarjetas postales cuya obra podría caber en un armario. Su obra fue la de un artista irónico, irreverente y versátil que dominó la perspectiva, un crítico de la modernidad y del muralismo mexicano, agudo observador de las calles de la Ciudad de México que dominó el montaje y la yuxtaposición, cuya obra abrevó del fotoperiodismo, la caricatura, la fotografía, el close-up y el gran angular, dice a Excélsior la historiadora del arte Rita Eder, quien recién publica el libro Narraciones: pequeñas historias y grandes relatos en la pintura de Antonio Ruiz El Corcito, publicado por la UNAM.

En dicho volumen, Rita Eder realiza el primer estudio exhaustivo de cuatro pinturas representativas de El Corcito. Se trata de Mexico 1935, Verano (1937), El sueño de la Malinche (1939) y Ptolemaeus y Copernicus (1949), que muestran su torrencial discurso visual y cómo fue que esas pequeñas historias pusieron en tela de juicio las grandes narraciones del muralismo mexicano.

“Yo creo que El Corcito trataba de plantear una narrativa complicada sobre una superficie pequeña y eso me atrajo mucho de él”, detalló la historiadora del arte. “¿Cómo era posible que en una superficie tan compacta se pudiera plasmar una narrativa tan complicada, con tantos códigos visuales que refieren el espacio, el momento y la historia política de México?”, añadió sobre este creador que tuvo la capacidad de crear códigos visuales propios que incluía todo tipo de contradicciones y paradojas.

¿Diría que El Corcito se identificó como crítico del muralismo?, se le preguntó a la también investigadora por el Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE). “Yo no sé si él se identificó con una posición crítica al muralismo. Creo que su obra funciona muchas veces así, pero tampoco podemos decir que eso es todo; el valor de esta obra no es que fue crítico del muralismo, sino que él propuso una alternativa para hablar de la historia y de los problemas de México”.

¿Cómo lo definiría?

“Como un pintor que desde lo popular hace pronunciamientos serios sobre el estado actual de la política, una crítica de la modernidad y qué es para él la nación. Considero que sus cuadros gustan, nos parecen divertidos, con un lenguaje cercano y poco complicado… hasta que uno se acerca y lo estudia con profundidad”.

¿Por qué el artista no estaba conforme con la modernidad?

“Él estaba muy triste por la persecución religiosa; no estaba de acuerdo con eso. Además, tenía una visión crítica respecto de lo que ocurría en ese momento (mediados de los años 30 del siglo pasado). Sin embargo, yo no digo que José Clemente Orozco o David Alfaro Siqueiros no tuvieran una visión crítica, pero la de Ruiz fue una visión crítica que no venía envuelta en el gran relato, sino que hacía grandes relatos a través de pequeñas historias”.

MIRAR CON LUPA

La idea central de Narraciones: pequeñas historias y grandes relatos en la pintura de Antonio Ruiz El Corcito fue mostrar los planteamientos visuales del artista, alusivos a la vida social y política en el México de la primera mitad del siglo XX.

Al final, apuntó Eder, en la obra del mexiquense existe “una perspectiva crítica y compleja que se muestra en el ingenio para poner, en imágenes, la distancia entre su obra y los discursos visuales hegemónicos ligados a la política social”.

Sin embargo, añadió, este pintor no sólo utilizó aparentes escenas costumbristas que en el fondo buscaron que el espectador se acercara lo más posible a la obra, al punto de utilizar una lupa, para identificar el andamiaje que plasmó en esos cuadros llenos de contradicciones y paradojas.

“Yo creo que en cualquier pintura hay que observar los detalles, para agrandar un poco la interpretación que uno puede tener de un cuadro, así que en este libro se observa con lupa cada detalle”.

De tal suerte que en México 1935 no sólo plasmó otra manifestación de campesinos, sino que la investigadora, tras desmontar cada elemento del cuadro, encuentra ideas y símbolos políticos, religiosos y de la ciudad, como la iglesia de la Soledad, el pórtico de Santo Domingo y el Banco de México, así como una bandera nazi y una larga lista de personajes con personalidad propia.

O en el caso de Verano, donde Eder destaca cómo el cuadro duplica el acto de la contemplación, el peso de la vestimenta entre los personajes vivos y los maniquíes del aparador, el boom del traje de baño y una lectura minuciosa donde El Corcito explora y se mofa de la modernidad.

Además, incluye un capítulo extenso a El sueño de la Malinche, donde el artista transforma la escena en un mapa roto, quizá inspirado en los códices prehispánicos, que alude a la supuesta traición de los tlaxcaltecas, para luego profundizar en la posición de esa mujer de cabello rizado que no duerme en paz, sino que reflexiona con un gesto de melancolía en un cuadro con tintes surrealistas.

Y cierra con Ptolemaeus y Copernicus, obra que relaciona con un fragmento del muro sur de la Biblioteca Central de Ciudad Universitario, pintado por Juan O’Gorman, donde aborda la relación con sus amigos y su interés por la ciencia en México.

“Yo no escribiría un titular que dijera ‘El Corcito contra el muralismo’, ni nada del eso… porque, como historiadora del arte, lo que veo es que él tuvo otra narrativa y otra forma de tratar los temas sobre México, a diferencia de los muralistas que siempre apostaron por una historia unificada”.

 

 

 

 

Fuente:excelsior.com.mx