Enlace Judío México.- Hoy mismo, Estados Unidos acaba de anunciar su retiro de la UNESCO, organización de la ONU dedicada a la preservación del Patrimonio Cultural de la Humanidad, entre otras cosas.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Las razones fueron explicadas por la vocera del Departamento de Estado, Heather Nauert: “… los crecientes atrasos en los pagos de las contribuciones a la UNESCO, la necesidad de una reforma fundamental en la organización, y el continuo sesgo contra Israel”.

Por su parte, Irina Bokova, Directora General de la UNESCO, lamentó la decisión estadounidense y dijo que “la universalidad es esencial para la misión de la UNESCO, para construir la paz y la seguridad internacionales frente al odio y la violencia, con la defensa de los derechos humanos y la dignidad humana”.

Pero la realidad es que Irina Bokova debería morderse la lengua al decir eso. Es cierto que ella, personalmente, ha mantenido una postura moderada y alejada de los sesgos anti-israelíes del organismo, pero también es cierto que no ha podido (acaso, ni siquiera ha intentado) corregir el rumbo abiertamente discriminatorio del organismo.

En los últimos años, la UNESCO ha aprobado cualquier cantidad de resoluciones de condena o queja contra Israel, así como resoluciones en donde se niega el vínculo histórico del pueblo judío con los lugares sagrados en la tierra histórica de Israel. Escandalosas fueron, particularmente, las resoluciones en donde Jerusalén y Hebrón fueron identificados como sitios de interés religioso exclusivo del Islam, negando con ello la conexión milenaria del pueblo judío con ambas ciudades, la cual se remonta a mucho tiempo antes de que siquiera existiera el Islam.

En un caso todavía más excesivo, publicaciones de la UNESCO han mencionado a Maimónides –el más grande teólogo judío de la Edad Media, junto con Rashí– como un “sabio musulmán”.

Es decir: la UNESCO se ha aliado descaradamente con el coro de agrupaciones, ONGs, países e instituciones que, en pro de la causa palestina, parecen comprometidos con el más absurdo e irracional de los revisionismos históricos, en donde el pueblo judío ya no tiene una historia propia. Todo está siendo reetiquetado a nombre de los palestinos.

Yasser Arafat ya nos había dado un ejemplo patético de ello, y su fiel lacayo Mahmud Abás lo ha repetido: ahora resulta que Jesús de Nazaret y Pedro fueron “palestinos perseguidos por los judíos”.

La ignorancia supina elevada al máximo posible continuó en el discurso pseudohistórico de muchos funcionarios de la OLP, luego Al Fatah: lo mismo decían que los palestinos estaban allí desde hace un millón de años, que juraban ser los descendientes directos de los jebuseos y los filisteos (cosa imposible: los jebuseos fueron una tribu cananea; los filisteos, invasores griegos).

Por cierto: es terriblemente irónico que ese pueblo se llame a sí mismo “palestino”. “Palestina” es la forma latina de Filistea, y fue el nombre que el emperador Adriano impuso en Judea como represalia por el levantamiento armado de los años 132-135. Sólo es que desde entonces el territorio se llamó Palestina, y sus pobladores (mayoritariamente judía) pasaron a ser identificados como “palestinos”.

Y lo irónico es esto: “filisteo” proviene del hebreo Pilistim, y significa “invasores”.

Entonces resulta que el pueblo que ahora quiere robar la historia y la identidad judía, se hace llamar a sí mismo “invasores” con una palabra cuya etimología es hebrea.

Más ignorante no se puede ser.

Pero eso no le ha importado a la UNESCO. Aliada sin tapujos de ese revisionismo histórico de tercer mundo, ha puesto su aparato burocrático a favor de la causa palestina, violando su propio objetivo –señalado por Irina Bokova– de “construir la paz y la seguridad internacionales frente al odio y la violencia, con la defensa de los derechos humanos y la dignidad humana”.

Con su actitud sesgada y claramente anti-israelí, la UNESCO ha sido un aliciente para la violencia palestina.

El problema, por supuesto, no se queda allí. Es más grande porque no sólo atañe a la UNESCO, sino incluso a la ONU en general, y muy en particular a dos de sus organismos más importantes: el Consejo de Seguridad y el Consejo de Derechos Humanos, otras dos instituciones secuestradas por la mayoría musulmana y el dinero árabe, que desde hace décadas se dedican fundamentalmente a fustigar a Israel.

Otras regiones del mundo se caen en pedazos –Siria, por ejemplo–, y dichos organismos difícilmente toman cartas en el asunto. Están muy ocupados persiguiendo a Israel.

El fracaso de la ONU en todo sentido es evidente. Hoy por hoy, el mundo está fuera de control. Corea del Norte e Irán han avanzado sin ningún impedimento real en su desarrollo de programas nucleares, con el único objetivo de convertirse en potencias militares que puedan imponer sus condiciones y control más allá de sus fronteras. En África, masacres, genocidios y crímenes de Lesa Humanidad se han repetido sistemáticamente. Y en todo el mundo, conflictos bélicos cuyos finales están muy lejos de ser soluciones: impunidad, sufrimiento, injusticia. Y todo mientras la ONU se destaca por su ineptitud e incapacidad para aportar algo positivo en todo ello.

La ONU se ha convertido en la burocracia más inútil y más cara del mundo. Es urgente repensarla, reestructurarla. Y no a nivel superficial. Tiene que hacerse a fondo.

Lo primero que se tiene que lograr es la garantía de neutralidad. Se tienen que diseñar mecanismos de control que eviten la creación de lobbies que, con toda la impunidad del mundo, imponen sus intereses por encima de cualquier agenda verdaderamente global.

Es un problema añejo. Desde las épocas de la Guerra Fría, la farsa llamada “Países No Alineados” hizo que la ONU se convirtiera en un refugio de todo lo que pudiera definirse como “anti-yanqui” o “anti-israelí”. Lamentablemente, fue una situación validada y hasta celebrada por todos los sectores pseudo-progresistas inmersos en los proyectos marxistas que, sin saberlo, estaban en sus estertores.

El fracaso de esa visión del mundo es evidente, y pese a ello, muchos todavía siguen atorados en su nostalgia o hasta en su activismo.

Una de las herencias más absurdas de esa forma catastrófica de hacer política, fue que las opiniones, posturas o actitudes de la ONU y sus organismos quedaron secuestrados por el dinero árabe. Por ejemplo, existe una organización que se dedica a fomentar los lazos comerciales en Asia Occidental (es decir, en Medio Oriente). Por supuesto, la mayoría de los países que integran dicha organización son países árabes. En consecuencia, Israel no puede ser parte de esa organización. Su ingreso está, simplemente, vetado.

Es un penoso y repugnante caso de discriminación, pero las oficinas centrales de la ONU no han hecho nada al respecto. Por una parte, porque ni siquiera pueden. Por otra, porque igual y no les interesa.

Esta situación se ha reflejado en organismos que van más allá de la ONU. Por ejemplo, la participación de Israel en torneos de futbol se hace en Europa, no en Asia. ¿La razón? Los países árabes no quieren a Israel allí. Y la ONU y todos sus organismos no tienen la capacidad de garantizar la seguridad de los futbolistas israelíes. Luego entonces, no queda más remedio que caer en una sinrazón geográfica, y dejar que Israel participe en las ligas europeas, pese a que no es un país europeo.

Por ese tipo de razones resulta doblemente chocante que la ONU haya dirigido sus baterías siempre en contra de Israel. En un mundo lleno de conflictos territoriales, a Israel es al único país que fiscalizan y contra el que promueven etiquetar sus productos, con el evidente objetivo de someterlos a un boicot comercial. Al mismo tiempo, es al único país al que tratan como si no tuviera derecho a defenderse de ningún tipo de agresión.

Cuando los países árabes comenzaron a acumular tropas alrededor de Israel en 1967, la ONU sólo se lamentó por la situación. No intervino. Se limitó a escuchar complaciente cómo Gamal Abdel Nasser se dedicaba a anunciar la inminente destrucción de Israel. Las tropas de la ONU que, se supone, servían como barrera para mantener separados a los ejércitos israelíes y egipcios, se retiraron cuando Nasser lo quiso.

La intervención de la ONU llegó, por supuesto, pero sólo hasta después de que era evidente que Israel estaba logrando una victoria aplastante en la Guerra de los Seis Días. Entonces sí hubo actividad política en el elefante blanco, toda ella dirigida a evitar que los árabes sufrieran una derrota militar absoluta.

Los más de 300 mil muertos en Siria no han merecido una movilización de la ONU; los 800 mil tutsíes asesinados en Ruanda tampoco lo merecieron; las 2 millones de personas asesinadas a sangre fría por Pol Pot tampco fueron buena razón para un activismo del organismo; las violaciones flagrantes a los derechos humanos en Arabia Saudita, Irán o Venezuela, menos aún (incluso, a dichos países se les permitió integrarse y hasta dirigir el Consejo de Derechos Humanos, en un simpático gesto de incoherencia que deslegitimó cualquier labor del organismo).

La ONU sólo reacciona pronto (aunque, afortunadamente, con su misma ineficacia de siempre) cuando Israel se defiende.

Por eso no es de extrañar que Estados Unidos hubiera puesto un ultimátum al respecto, y que ahora lo esté cumpliendo. Sorprende, porque muchas de las promesas en relación a Israel que Trump hizo en campaña, eran demasiado difíciles de cumplir, por lo que ya se sabía que el asunto no sería tan fácil (por ejemplo, mudar la embajada estadounidense a Jerusalén).

Sin embargo, en esta ocasión se dio el paso. Catastrófico para la UNESCO, porque con eso se confirma que el dinero que provenía de Estados Unidos (el 22% de su presupuesto) está prácticamente perdido y no se va a recuperar.

A eso hay que agregar que es seguro que Israel limite todavía más la capacidad de acción de la UNESCO en Tierra Santa.

En consecuencia, resulta ridículo que ahora la propia UNESCO y varios países europeos “condenen” la decisión estadounidense.

Hemos llegado al paroxismo en materia de corrección política, y parece que lo único aprobable en el mundo es solapar la inutilidad de la ONU, defender la causa de los invasores, perdón, palestinos, y ponerse en contra de Israel nada más porque es Israel. Porque es un país de judíos, y el antisemitismo es un valor sagrado en el corazón de mucha gente.

Pero ni hablar. La UNESCO está en crisis. Hoy ha amanecido más débil de cómo se acostó ayer (y miren que ya estaba bastante dañada).

Yo, personalmente, no lo lamento.