ALBERTO GRILLE – El miércoles 11 los uruguayos nos despertamos con la triste noticia de que el Memorial del Holocausto del Pueblo Judío, monumento que nos honra, fue vandalizado con muy prolijas pintadas negacionistas de indudable origen neonazi.

Estos grupos forman una razonada red que afirma cosas como que “el Holocausto del pueblo judío es la mentira más grande de la historia”, que “sólo murieron 300,000 judíos de tifus”, que “las cámaras de gas son falsas”, que “el Zyklon B sólo se usó para desinfectar contra el tifus”, que “los campos de concentración fueron campos de trabajo forzado y no de exterminio” y otras abominables mentiras destinadas a impulsar el arma más destructiva de los totalitarismos: la negación de la verdad y su sustitución por mentiras.

Esto ocurre en momentos particularmente difíciles para la humanidad, cuando en Estados Unidos asume un presidente como Donald Trump, que no es necesario calificar aquí, y cuando en Europa, luego de diez años de neoliberalismo merkelianos se expanden como en la década del 30 movimientos de extrema derecha, que, sólo por citar un ejemplo, acaban de lograr por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial obtener representación parlamentaria y hoy constituyen la tercera fuerza política de Alemania.

Acertadamente dijo Bertolt Brecht en su extraordinaria obra teatral La increíble ascensión de Arturo Ui (sobre la toma del poder por el nazismo): “¡Hombres! No celebréis todavía la derrota de lo que nos dominaba hasta hace poco! Aunque el mundo se alzó y detuvo al bastardo, la loba que lo parió está otra vez en celo”.

Si bien la Intendencia de Montevideo procedió de inmediato a la limpieza de la suciedad, y tanto el gobierno nacional como los partidos políticos condenaron el hecho, la circunstancia debe llamarnos la atención en un doble sentido.

En primer lugar, alertarnos sobre la circunstancia concreta que es el brote de células neonazis en nuestro Uruguay. En segundo lugar, la necesidad de reforzar la memoria, cualidad que siempre ha privilegiado el Pueblo Judío y que constituye una de sus grandes enseñanzas a la humanidad: ni olvido ni perdón. Tampoco en Uruguay debe haberlo para con nuestros holocaustos.

El recuerdo uruguayo del Holocausto

Como se sabe, el 27 de enero es el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, según una resolución adoptada en 2005 por la Asamblea General de las Naciones Unidas. En esa fecha, en el año 1945, el Ejército Rojo entró en Auschwitz-Birkenau y liberó el campo de exterminio en donde murieron más de un millón de judíos.

Nuestro país siempre ha recordado oficialmente el histórico episodio con presencia y participación de nuestras más altas autoridades, pero también con la compañía de todos los uruguayos que sentimos repugnancia por las dictaduras y los totalitarismos.

En la pasada conmemoración, la ministra de Educación y Cultura, María Julia Muñoz, anunció en su alocución que a partir de este año un liceo público ubicado en Montevideo llevará el nombre de Mordejai Anilevich, un joven que con sólo 24 años lideró el levantamiento del Gueto de Varsovia en 1943, el mayor combate civil contra el régimen nazi.

Mencionó también a algunos de los sobrevivientes del Holocausto que se convirtieron en uruguayos, entre ellos, Pola Liberman, Ana Vinocur, Enrique Benkel, Isabela Matrai de Primo, Enrique Bergazin, Basia Weinberger de Taube y Chil Rajchman.

Significación de los campos de concentración

Sólo en el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau fueron “internados” en condiciones inhumanas 1,3 millones de ciudadanos judíos, de los cuales se calcula que fallecieron 1,1 millones. Su liberación marcó de hecho el fin del Holocausto o Shoah, el incalificable, por lo terrible, plan de exterminio dispuesto por la Alemania nazi por orden directa de Adolf Hitler.

Podemos decir que ese hecho marcó la verdadera victoria moral de la civilización sobre la barbarie genocida, pero el hecho tiene numerosas implicancias más, y para toda la humanidad.

En 2016, el presidente de la República, Tabaré Vázquez, se refirió al hecho por cadena de radio y televisión, dándole la importancia que merece. En esa oportunidad, Tabaré señaló: “Es necesario que este homenaje al pueblo judío sea un acto de lo que nunca debe olvidarse y de un compromiso para que no se repita […] nunca más, en ninguna circunstancia ni en ningún lugar y contra ningún grupo humano. Nuestro recuerdo a las víctimas del Holocausto es -continuó Vázquez-, además de una obligación de nunca más, un compromiso de trabajo por un porvenir mejor que también ellos anhelaron”.

Vázquez citó un conmovedor ensayo del historiador judío Marc Bloch, quién durante su encarcelamiento en un cuartel de la Gestapo expresó: “La incomprensión del presente es producto del desconocimiento del pasado”.

Vázquez afirmó: “A juzgar por muchos datos de la realidad del mundo actual, parecería que la humanidad desconoce o se empeña en desconocer su propio pasado o pretende conocerlo no como realmente fue, sino como le gustaría que hubiera sido […] Esto puede explicar tanta incomprensión del presente y desaprensión respecto al futuro”.

El régimen nazi asesinó en el curso de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) a seis millones de hombres, mujeres y niños de origen judío en la llamada “Solución final”, y en el marco de la misma concepción racista mató a millones de personas de otros colectivos, tales como gitanos, minusválidos, opositores políticos, homosexuales y muchos otros.

El mandatario uruguayo recordó a Ana Valov, “nacida en Uruguay en 1930 de una pareja de inmigrantes judíos, que volvió con su familia a Hungría poco antes de la guerra. Con la invasión nazi a ese país fue tomada prisionera junto con su madre y su hermana y recluida en el campo de concentración de Auschwitz, donde murió en 1944. En Ana, nuestro homenaje a todas las víctimas del Holocausto. A las que murieron, pero también a las que habiendo sobrevivido dejaron parte de su vida en aquel infierno”. Y agregó que este homenaje es fundamental “porque las cosas no pasan en vano y porque el pasado nunca descansa en paz. Esperamos un futuro mejor y confiamos en nuestra capacidad para construirlo. En nuestro oficio de vivir, el pasado es una herencia que recibimos sin haberla pedido, esperado ni elegido, sino simplemente es como es”.

También citó a la filósofa alemana-estadounidense Hannah Arendt (1906-1975), quien dijo que el “pasado no es una carga, sino una fuerza hacia el futuro”.

Este discurso, pronunciado en nombre de la República, es sumamente significativo, ya que Uruguay estuvo directamente vinculado a través de la histórica participación de su embajador en la ONU, Enrique Rodríguez Fabregat, a la condena nacional a la barbarie nazi y el aporte a la construcción del Estado de Israel y de un similar Estado Palestino, como forma de asegurar la paz en Oriente Medio.

Quien, como yo, caminó por los helados senderos y barracones de Auschwitz y se emocionó pisando la tierra donde murieron Mordejai y sus compañeros durante su resistencia en el Gueto de Varsovia, comprende cabalmente y se enorgullece de las palabras de Tabaré.

Y se alegra también de que nuestra República haga suya una de las grandes enseñanzas del pueblo judío: no se deben olvidar los crímenes contra la humanidad. Ni se deben perdonar.

Por eso debe reafirmarse la consigna de no olvidar y de ayudar a que no sean sólo los judíos los que tengan que recordar. Auschwitz interpela y acusa, y compromete a toda la humanidad a no permitir más genocidios, a luchar contra el crimen en todas sus expresiones y a decir en clara y alta voz “nunca más”.

El campo de concentración, como símbolo, tiene la virtud de replantear todos los dilemas y conflictos de la responsabilidad humana. Implica las cuestiones del respeto por la vida, de los derechos humanos, de la libertad y de la dignidad inherentes a todo ser humano y, en su prolongación, llega hasta el campo de la ciencia política y de la economía para cuestionar las ideologías y las prácticas que conducen a los pueblos a la barbarie. Y llega a nuestra propia responsabilidad como ciudadanos de un país democrático y pacifista.

Un estadista del siglo pasado dijo: “¿Yo me pregunto en qué podemos ayudar los uruguayos que no somos judíos? […] Ya aparecen quienes dicen ‘tanto horror no fue posible’. Y es fácil que esto prenda, porque la gente se niega a reconocer que tanto horror pueda haber sido posible. Existe hasta la dificultad de abarcar la dimensión total de la tragedia. Entonces el deber de los que no somos judíos es ayudarlos a que no sean solamente ellos los que tengan que recordar”.

Los tozudos hechos

El campo de concentración de Auschwitz era un complejo formado por varios campos de exterminio construidos por la Alemania nazi en Polonia, a 43 km de Cracovia. Fue el mayor centro de exterminio. Murieron allí 1.100.000 personas; el noventa por ciento de ellas, judías. Hubo 7.600 sobrevivientes. La Unesco lo designó Patrimonio de la Humanidad en 1979, como uno de los sitios de mayor simbolismo del Holocausto o Shoah.

Estaba administrado por las SS, comandadas por Heinrich Himmler, quien lo transformó en una gigantesca máquina de degradación humana e industrialización de la muerte. El hacinamiento era la característica principal. Allí se realizaron en 1941 las primeras pruebas del gas Zyklon B, por lo que se construyeron cámaras de gas y crematorios con el objetivo de evitar a los soldados nazis las penosas tareas de torturar, fusilar y enterrar a los muertos. También trabajó allí el doctor Josef Mengele en sus experimentos sobre seres humanos, particularmente niños y bebés.

Los prisioneros llegaban al campo en un tren, en viajes que duraban varios días durante los cuales no recibían comida ni agua, y a veces pasaban directamente a las cámaras de gas. En otras oportunidades los prisioneros eran seleccionados para los campos de trabajo o la experimentación “médica” del doctor Mengele.

Los destinados a la muerte pasaban a grandes salas donde se los hacía desvestirse para recibir duchas y allí se les descargaba el gas tóxico Zyklon B. Los soldados nazis dejaron de supervisar visualmente los decesos porque las escenas finales de dolor eran inenarrables. Luego de finalizadas las ejecuciones, entraban y, tras una revisión, procedían a extraer dientes de oro, anillos y alhajas, y a cortar el pelo para utilizarlo industrialmente. De ahí, los cuerpos iban a los crematorios, que producían un humo denso, imposible de no ver desde las poblaciones vecinas. Nadie ignoró nunca que se estaba produciendo el Holocausto. Por allí pasaron Józef Cyrankiewicz -que luego fue dos veces presidente de Polonia-, Ana Frank, Maximilian Kolbe, Witold Pilecki, héroe del levantamiento del gueto de Varsovia, Edith Stein, Elie Wiesel, Primo Levi y otras destacadas personalidades.

El campo fue liberado por el Ejército Rojo al mando del general Vassily Petrenko el 27 de enero de 1945. El alto oficial que hablaba en nombre de veinte millones de soviéticos muertos en la Segunda Guerra Mundial declaró: “Las primeras cosas que vi fueron depósitos en llamas […] Al llegar ahí vi montones de ropas, zapatos de niños, anteojos y montañas de pelo de mujer. Me pregunté: ¿cuántas mujeres hay que matar para obtener esta cantidad de cabello? Todo era horrible, todos llorábamos. Las atrocidades que vimos, cometidas por los nazis, eran la más terrible cosa que se pueda imaginar”.

El general Dwight Eisenhower, al llegar al campo de Buchenwald y observar las montañas de cadáveres y los grupos de moribundos esqueléticos que yacían apilados, hizo filmar a los soldados y oficiales nazis esas atrocidades, diciendo: “Filmen, filmen todo esto porque en pocos años tendremos algún hijo de puta que dirá que esto no ocurrió”. Ha dicho bien Gerardo Caetano: “Todos nosotros pudimos o podemos ser víctimas. Nunca más. Nunca más. No somos neutrales. No lo permitiremos”.

Ese es nuestro compromiso: Nunca más. No somos neutrales. No lo permitiremos.

Fuente: carasycaretas.com.uy