Enlace Judío México.- Esto que voy a contarles hoy, suena kafkiano. El término kafkiano generalmente se utiliza como una metáfora de una situación angustiosa, algo que no podemos explicar, laberíntica, como las novelas y los cuentos del mismo Franz Kafka.

SHULAMIT BEIGEL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Como en el relato de “El Proceso” por ejemplo, una novela inacabada del escritor checo, donde el protagonista, Josef K. es arrestado una mañana por una razón que desconoce, y desde ese momento penetra en una pesadilla para defenderse de algo que nunca sabe qué es, tan solo para encontrar, una y otra vez, que las más altas instancias a las que pretende apelar no son sino las más limitadas, y que no puede acceder a ellas, (¿les suena conocido?) o en “La Metamorfosis”, que narra la historia de Gregorio Samsa, un comerciante de telas quien un día amanece convertido en un enorme insecto. Y lo peor de todo es que en ambos relatos los protagonistas no saben por qué les pasó eso y tampoco tienen una salida. ¿Terrible verdad? Se los advertí: kafkiano.

Pero lo verdaderamente kafkiano lo encontré en estos días, en situaciones de desencuentros, al igual que en la película de Hong Kong “In the mood for love”, que en castellano se llamó “Deseando amar”, una película que refleja la cadencia del desencanto en el desencuentro, algo que me hizo asociarla con el laberinto kafkiano. Rozando lo perverso que implica el desencuentro, retorcido y ambiguo, para dejar aguijoneando callejones sentimentales sin salida.

Laberintos encontrados (mi propio desencuentro-encuentro)

Sucedió hace unos días en que fui a buscar a alguien a Jerusalén, alguien a quien aquí llamaré David para no comprometer a nadie, y no lo encontré. Fue después de un largo viaje primero, que llegué a Jerusalén, cuando un amigo de ambos me dijo que David se terminaba de ir a Tel Aviv, de donde yo acababa de venir. Lo más probable es que nos habíamos cruzado en el camino. Me quedé esperando un momento pero me impacienté y regresé a mi casa. Pero entonces, cuando llegué, me dijeron que David se acababa de ir. Me cuesta describir la situación y los sentimientos que me embargaron. Casi como si estuviéramos en la misma carretera, pero cada uno yendo en sentido contrario. Fue una terrible sensación de desencuentro el no haberlo visto y que él no me haya encontrado a mí. En pocas palabras, que no nos hayamos encontrado cuando lo habíamos planeado, pensado, deseado. Eso es algo kafkiano. Morirse en los deseos imaginarios de Kafka. Y de los míos.

Todo ello me hizo filosofar acerca de otra dimensión de lo kafkiano. Que se relaciona con el miedo que tienen ciertas personas al matrimonio, a tener una pareja, un hogar con su rutina, donde tenemos que pagar un alto precio (el de nuestra libertad) por el miedo a la soledad.

Obsesivos compulsivos en un laberinto kafkiano

Mi amiga Miriam por ejemplo, está casada con Yosi. Conoció a Marcelo, y aunque quería a su esposo, no sabía si dejar a su marido para irse con Marcelo. En esas circunstancias, como toda mujer, esperaba que en una confrontación abierta se desencadenara una pelea entre ambos hombres para tomar una decisión. Muchos de ustedes saben que los triángulos amorosos suelen tener patas cortas, como las mentiras. Pero esto no sucedió así en este caso, porque Marcelo admiraba al marido de Miriam, por una razón medio rara e increíble: por la habilidad del esposo de Miriam, Yosi, para escribir cuentos con estilo kafkiano.

Miriam también tenía lo suyo. Carismática, generosa y divertida. Había conocido a Marcelo hacía varios años y sintió al conocerlo que era el mejor hombre del mundo, generoso y profundo. Y Marcelo la consideró una mujer llena de luz. Se enamoraron locamente. Después de un largo intercambio por WhatsApp, Messenger, llamadas telefónicas y otras vainas, un día, así nomás, Marcelo decide descontinuar la relación, a pesar de que seguía amando profundamente a Miriam. La insoportable levedad del ser ausente lo carcomía. No pudo seguir en ello. Y se alejó, víctima de un mundo virtual que a veces asoma como más real que el que vivimos a diario. Con una cansina y repetida cotidianeidad. Aburrida y gris como muchos días nublados de Londres. Contrastando con el color de las ilusiones que da la fuerza de la imaginación y las fantasías.

Miriam murió muy joven, después de esta relación amorosa-platónica y ardiente-después de la cual fue internada en un hospital psiquiátrico por su padre, para impedirle que se casara nuevamente. Miriam se escapa, se exilia en otro país, y desde entonces su vida no es sino una cadena de pasiones, luchas y dramas kafkianos. No es de aquí ni es de allá. No es de su marido ni de su amante. Pero se ha quedado preguntándose a sí misma si puede ser incluso que ella no sea dueña de su propia vida. Cuando la tenía al alcance de la mano. La soledad y la lejanía la condenaron a un encierro kafkiano, allende los mares. No, este relato no fue tomado de una telenovela venezolana. Aunque también éstas, a veces, son kafkianas.

Los solterones kafkianos

No se trata aquí de ofender a nadie. He conocido muchos solteros y solterones a lo largo de mi vida, aquellos seres que han elegido esta situación como algo permanente, como un destino elegido, o tal vez fatal. O porque ya no podían vivir con una mujer, o porque preferían hacerlo solamente con su propia sombra. Hay hombres ineptos para el matrimonio y que se encuentran en una situación existencial que tal vez la padecen o tal vez la disfrutan, pues son ineptos para el matrimonio perdurable. Y se auto condenan a vivir en un universo espiral del que no pueden salir. Un mundo Kafkiano tal vez. A puerta cerrada, como la obra de teatro existencialista creada por el filósofo Jean-Paul Sartre, un infierno donde no existe el tiempo, o es un eterno presente, sin cambios, angustiante, con el miedo a mostrarse en un mundo de apariencias.

He conocido a muchos hombres así, llenos de manías, neuróticos, obsesivos, que construyen buena parte de su vida a partir de ese temor fundamental al lazo conyugal. Mi amigo Marcelo por ejemplo, a quien ustedes no conocen, se pasó eludiendo en la vida a la mujer concreta, viviendo como un obsesivo compulsivo, posponiendo a través de otras actividades su relación posible y comprometida con una mujer de carne y hueso, y prefería la compañía de una muñeca inflable, a la que le insuflaba aire en una gasolinera. Muy kafkiano, ¿no creen?

El solterón suele ser un hombre que llega a su casa en las noches con unas empanadas grasosas en un bolso de plástico, o con unas pizzas con toda la mozzarella ya fría y seca, junto con su chaqueta desgastada y sus libros, o el periódico de la tarde que lleva doblado bajo el brazo. Entra a su casa, va hacia su cuarto, se quita el abrigo, la bufanda en los días de invierno, y pone en la mesa las empanadas o la pizza sobre un viejo trozo de papel, mientras oye calentarse el café. Prende su ordenador y empieza a chatear, tratando de evitar por medio de mensajes la proximidad especifica que caracteriza la relación conyugal. La mimetiza en su muñeca, con cara de Gloria Trevi y cuerpo de Thalía cuando era joven.

Ante la incapacidad para el matrimonio sostenido, asumir la soltería tiene sus reglas de honor según el código de los solterones: no se vale vivir con una tía o con la mamá que te planche las camisas almidonadas, o te prepare el desayuno matinal.

Y su vida tiene el signo de la tristeza. De un sobrevivir amargo por tanta soledad. Por un amor que no está. Por una vida que no fue, y por la chica que se le ha ido, antes de la relación comenzar, una y otra vez. Hasta llegar a la gasolinera. Buscando un consuelo que ninguna muñeca puede dar. Aunque se infle con más aire que el neumático del camión más grande del mundo. El amor lo vence a todo. Pero la soledad todo lo empantana.

Y ahora sí, Franz Kafka

Franz Kafka construyó buena parte de su vida y de su obra literaria también a partir de ese temor fundamental al lazo conyugal, y se pasó eludiendo en la vida a la mujer concreta, posponiendo a través del género epistolar una relación posible y comprometida con la mujer real de carne y hueso, tratando de evitar por medio de las cartas antes, que serían los mensajes por WhatsApp de hoy, la proximidad especifica que caracteriza la relación de pareja.

Tal vez para que no desvanezca la magia. Que sin ella, todo desaparece, hasta el amor.