Enlace Judío México – Los caminos de D-os son extraños dan vueltas enredosas y nos llevan a lugares inesperados. Sin embargo, la creencia en que D-os guía al mundo y nos tiene presentes, nos lleva a pensar que todo es para bien, que si D-os nos puso en un lugar determinado es para que nos superemos y crezcamos con ello. La siguiente historia es sobre el encuentro entre un gran rabino y su viejo maestro. Esperamos les guste.

El viejo maestro. Martín Buber

El rabí Jacob Izjack dirigíase, en compañía de sus discípulos, a una ciudad lejana. Era viernes a mediodía. El cochero detúvose, indeciso, en una cruce de caminos, y preguntó al maestro en qué dirección debían continuar el viaje, pero el rabí no supo qué contestar.

– Deja que los caballos vayan a donde quieran – repusó.

Después de una hora de trote, vieron las primeras casas de una ciudad que no era la que buscaban.

– Recuerden que aquí no soy rabí – instruyó Jacob Itzjack a sus discípulos.
– Si ocultamos quién es usted – replicáronle -, ¿cómo conseguiremos comida y albergue para el sábado?

El justo no tenía nunca dinero, pues las donaciones que recibía durante el día repartíalas a la noche entre los pobres.

– Vayamos a la sinagoga – dijo -. Los miembros pudientes de la comunidad nos invitarán a pasar la fiesta con ellos.

Así fue. Los discípulos fueron invitados cada uno por otro judío rico. El rabí, en cambio, estuvo rezando hasta que la sinagoga quedó desierta. Por último miró a su alrededor, y vio sentado a un anciano octogenario, quien le preguntó:

– ¿Dónde pasará usted el sábado?
– No sé – contestó el justo.
– Váyase al albergue. Después del descanso juntaré dinero para pagar su cuenta.
– En el albergue no puedo consagrar el sábado, pues no se dice allí la bendición de las velas.

El anciano repuso, vacilando:

– En mi casa hay sólo un poco de vino y pan para mí y mi mujer.
– No soy comilón.

El octogenario le rogó ser su huésped. Jacob Itzjak aceptó y se fue con él a su casa. Dijeron la bendición del vino, después la del pan.

– ¿De dónde es udted? – preguntó el anfitrión.
– De Lublin.
– ¿Lo conoce usted?
– Estoy siempre con él.
– Cuéntenme de él – rogó el anciano con voz temblorosa.
– ¿Por qué te interesa tanto?
– He sido en mi juventud ayudante de maestro, y él era uno de los niños a quienes tenía bajo mi cuidado. No demostraba cualidades extraordinarias, pero he sabido que es ahora uno de los grandes. Desde entonces ayuno una vez por semana, para que D-os me permita verlo, pues soy muy pobre para ir a Lublin en coche, y muy débil para hacer el viaje a pie.
– ¿Se acuerda usted de aquellos tiempos? – preguntó el rabí.
– Día tras día tenía que buscarlo a la hora del rezo. Al final venía solo y yo le pegaba. Una vez lo seguí. Lo vi sentado en el bosque gritando: “¡Oye, Israel, D-os Nuestro D-os, D-os es Único!” Desde entonces no volví a pegarle.

Rabí Jacob Izjak comprendió por qué sus caballos lo habían conducido a ese lugar.

– Yo soy él – dijo.

Cuando el anciano lo oyó, perdió el conocimiento y sólo a costa de muchos esfuerzos pudieron reanimarlo.

Finalizado el sábado, el justo y sus discípulos abandonaron la ciudad. El anciano los acompañó hasta donde se lo permitieron sus fuerzas. Regresó luego a su casa, se tendió en el lecho y expiró. Mientras tanto, el rabí cenaba con los suyos en un albergue aldeano. Después de la comida, dijo:

– Retornemos a la ciudad, para velar a mi viejo maestro.

Fuente: Raíces