Enlace Judío México.- En las últimas semanas se ha desatado una especie de controversia de baja intensidad respecto al perfil del partido político Meretz, uno de los más importantes referentes históricos de la izquierda israelí.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

En ese marco, me llamó mucho la atención la nota de Darío Teitelbaum que se publicó en Enlace Judío (por supuesto, debido a nuestro compromiso de darle espacio a todas las voces dentro del Judaísmo), porque en resumidas cuentas apela a que Meretz representa el verdadero Sionismo (dando por sentado, implícitamente, que cualquier otra variante sería un Sionismo falso; y mientras más distinto a Meretz, más falso).

Pero se equivoca. La realidad es que Meretz ha perdido el rumbo. Ni siquiera sus propios líderes se ponen de acuerdo respecto a si el partido es Sionista o no. Por ejemplo, en las últimas semanas se ha dado un extraño debate al interior del partido en el que el tema es si Meretz es Sionista o no. Todo ello, a raíz del señalamiento de que desde 2008, Meretz no ha usado la palabra “sionista” en sus plataformas electorales. La ex líder de Meretz, Zehava Gal-On, definió al partido como absolutamente sionista, pero el Secretario General, Mossi Raz, afirmó que Meretz “nunca se ha definido a sí mismo como Sionista, aunque sus líderes sean sionistas”.

Dejemos de lado esto que, en última instancia, no pasa del cotilleo. Dimes y diretes. Analicemos algo más de fondo, en donde se evidencia la ingenuidad en la que se ha hundido Meretz por culpa de dos cosas, principalmente: una terrible incapacidad de contemplar la realidad tal cual es (consecuencia de un mal que aqueja a casi todos los grupos de izquierda: ver el mundo a través de un filtro ideológico), y el afán de moda por conservar la corrección política, aún a costa de asumir actitudes literalmente suicidas.

Para ello, recurro a la página en inglés del propio partido Meretz, con la nota “El Plan de Cuatro Puntos para iniciar el Proceso de Paz”. Tan sólo con leer los posicionamientos iniciales –premisas que le dan lógica al resto del documento– ya podemos detectar severísimos errores de comprensión de las cosas en general, y del conflicto israelí-palestino en particular.

La nota comienza con una sección intitulada “antecedentes”. Lo primero que se nos dice es “Cuarenta y cinco años de ocupación (nota: evidentemente, el texto es de 2012 y no se ha actualizado), continua expansión de los asentamientos israelíes y expropiación de tierras, estancamiento del Proceso de Paz, operaciones Plomo Fundido y Pilar Defensivo, el reconocimiento de la ONU de Palestina como estado no-miembro, y las represalias israelíes, han llevado a un aislamiento internacional y condena de Israel sin precedentes”.

Hay varios problemas con este párrafo. Prácticamente, cada idea es un error. Vamos por orden:

A) No existe una ocupación israelí de territorio palestino. Ni histórica ni legalmente hay modo de sustentar esa noción. El concepto ha sido creado por la propaganda árabe, con el único objetivo de deslegitimar a Israel y luchar –desde cualquier frente– por su destrucción. El territorio en cuestión es, conforme a las leyes internacionales y los antecedentes de jurisprudencia al respecto, territorio en litigio. Al no existir fronteras oficiales entre Israel y Palestina, no puede hablarse de una ocupación porque este fenómeno, por definición, implica que un estado impone su control fuera de sus fronteras.

B) La expansión de los asentamientos sólo puede ser considerado un problema desde la perspectiva racista y xenófoba del proyecto palestino, porque se asume que la sola presencia de judíos en cierto lugar ya es un agravio. Para ver lo absurdo de esta postura basta con aplicar la misma noción en el otro lado: ¿acaso es un obstáculo para la paz la expansión de las poblaciones árabes en Israel? Es obvio que no. En este punto, se apela que para proteger la integridad de los “colonos”, el ejército de Israel altera por completo la vida y rutina de los palestinos. Cierto, pero eso es porque los “colonos” judíos están bajo permanente amenaza por parte de los palestinos, porque el proyecto de un estado palestino es abiertamente genocida, ya que exige que un tipo de población –los judíos– sean absolutamente erradicados de su territorio. En circunstancias normales y en el marco de cualquier arreglo civilizado, los “colonos” podrían quedarse a vivir en Palestina y ser ciudadanos palestinos (así como los árabes israelíes se quedarán viviendo en Israel y seguirán siendo israelíes). Pero no. Los palestinos han dicho clara y tajantemente que su estado debe estar “libre de judíos” (“judenrein”, en el mejor estilo nazi), y la comunidad internacional se los solapa. Y Meretz también.

C) El estancamiento del Proceso de Paz no es culpa de Israel. Seamos honestos: las autoridades palestinas no están interesadas en negociar una solución definitiva, por la sencilla razón de que el conflicto es lo único que los mantiene en el poder. Mahmud Abás tenía que haber concluido su gestión hace mucho y convocar a elecciones, y no lo ha hecho. Y no lo va a hacer, porque sabe que perdería ante Hamás. Por ello, para legitimarse (es un decir) en el poder a perpetuidad (supongo que morirá siendo la cabeza máxima de la Autoridad Palestina), ha tenido que recurrir a cualquier cantidad de estrategias que justifiquen su proceder antidemocrático. Y una es la perpetuación del conflicto. Además, hay mucho dinero en juego: la Autoridad Palestina recibe millones de dólares en programas de ayuda para los “refugiados palestinos” (los más extraños del mundo: viven en su propio territorio, tienen sus propias autoridades, y reciben documentos oficiales como ciudadanos; sin embargo, son refugiados que, por si fuera poco, heredan la condición de refugiado a todos sus descendientes por los siglos de los siglos, amén). Cuando se constituya el estado palestino, los refugiados pasarán a ser ciudadanos y los apoyos económicos terminarán o se renegociarán. Y eso es algo que muchos líderes palestinos no están dispuestos a perder, porque es el único modo de solventar sus carísimos niveles de vida. Así que son ellos, los palestinos –sus líderes, me refiero– los que no están interesados en negociar ni solucionar el conflicto. La prueba es sencilla: desde la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993 (que fueron violados casi de inmediato por los terroristas palestinos), ninguna autoridad oficial palestina ha firmado un solo acuerdo más, ni ha hecho absolutamente nada que pueda considerarse un gesto o guiño para reactivar el proceso de paz. Su estrategia ha funcionado: exigen, exigen y exigen, cualquier cantidad de cosas, como condición previa para sentarse a negociar (absurdo: las negociaciones son el sitio para exigir; exigir antes de la negociación equivale a pedir una rendición de la otra parte). Como Israel no cae en ese juego casi infantil, no se sientan y no negocian.

D) Las operaciones Plomo Fundido y Pilar Defensivo (y Domo de Hierro, posterior a la última actualización del texto) han sido medidas defensivas tomadas por Israel. Los editores de Meretz olvidan que dichos operativos israelíes fueron consecuencia de más de 10 mil cohetes lanzados por Hamas y otros grupos terroristas contra civiles israelíes desarmados. Lamentablemente, al mencionarlos del modo que lo hacen, pareciera que Meretz cree que dichos operativos han sido agresiones unilaterales por parte de Israel, y con ello justifican la narrativa torcida de los palestinos y sus fans, repitiendo el infumable discurso en el que sólo Israel es culpable de lo que sucede.

E) El aislamiento internacional israelí no es culpa de las situaciones anteriores. Es una rutina. En otras épocas, Israel ha sido gobernado bajo otros parámetros (por ejemplo, los del Partido Laborista, de centro-izquierda), y ha vivido exactamente en el mismo aislamiento. Es terriblemente decepcionante que la gente de Meretz no se dé cuenta de ello. En 2012 Barack Obama estaba iniciando su segunda gestión como presidente de los Estados Unidos, y justo fue la época en la que llevó más lejos su política abiertamente anti-israelí. Estados Unidos tomó el liderazgo en el proceso de aislar a Israel, intentando imponerle al estado judío una agenda aberrante y suicida. Literalmente, Obama y Kerry querían la rendición de Israel ante todos sus enemigos. Israel, por supuesto, se opuso. Por ello resulta de lo más molesto que la gente de Meretz hable del “aislamiento internacional” como culpa de Israel. El tiempo le dio la razón a Netanyahu: una vez que toda la política exterior de Obama evidenció su patético fracaso (el penúltimo presidente norteamericano ha sido, fuera de toda duda, el más torpe de todos en esa materia), Israel se ha reposicionado exitosamente poco a poco en todos los frentes. No sólo ha conquistado importantes espacios diplomáticos en Europa, África y América Latina, sino que incluso ha logrado un entendimiento no oficial con Arabia Saudita y, hoy más que nunca, las cosas caminan hacia soluciones reales y permanentes (cosa curiosa: quienes se encuentran más aislados que nunca son los palestinos). Y los editores de Meretz, ni por enterados.

En las siguientes secciones del “plan de cuatro puntos” nos encontramos otras joyitas. Por ejemplo, se nos dice que “las posibilidades de una solución de Dos Estados para el conflicto Israel-Palestina se están diluyendo rápidamente”. Es evidente –y lamentable– que Meretz se pliegue a esa perspectiva ingenua que menciona “solución de dos estados” como si fuese un mantra que, automáticamente, podría resolverlo todo.

No. Dos estados no van a resolver absolutamente nada. En el mediano plazo, porque los propios palestinos admiten que la idea de dos estados sólo sería una fase intermedia para llegar a lo que ellos entienden por “verdadera solución”, que es la destrucción de Israel y la implementación de un solo estado palestino en todo el territorio. En el plazo inmediato, porque si en este momento se declara oficialmente el estado palestino, habría guerra civil entre Hamás y Al Fatah, con amplias posibilidades de que gane Hamás. Así que Al Fatah no va a proceder a la fundación del Estado palestino. Van a seguir jugando con el reconocimiento de papel en instancias como la ONU, pero no van a dar el paso decisivo.

Es decir: son problemas internos de los propios palestinos los que hacen inviable e imposible que, en este momento (y digamos que eso durará como dos o tres generaciones, a gusto de Khaled Toameh, un destacado intelectual palestino), se pueda implementar la solución de dos estados. Oh, pero Meretz sigue atorado en el discurso de que “todo es culpa de Israel”.

Pues no: concederles a los palestinos un estado en este momento sería un crimen. Seguramente Hamas impondría su control por medio de la violencia, Irán extendería inicialmente su influencia en los “territorios palestinos”, comenzarían las agresiones contra Israel (como cuando Hamas se quedó con el control de Gaza), y no habría más alternativa que una intervención militar aplastante para reimponer cierto tipo de orden.

Es decepcionante, nuevamente, que el discurso de Meretz se desenvuelva en el nivel de “oh, démosle un Estado a los palestinos para que haya paz…”. En serio: lo que menos habría en esa situación, sería paz. Sería abrirle la puerta a la verdadera guerra. Tan es así, que ni siquiera los dinosaurios de Al Fatah están dispuestos a dar el paso.

Antes de proceder a exponer los cuatro puntos del plan para reactivar el proceso de paz, la página de Meretz nos dice esto: “A efectos de prevenir una tercera intifada, Israel debe inmediatamente ofrecer nuevas iniciativas constructivas para revivir el Proceso de Paz. Retomar negociaciones serias demandará tanto de Jerusalén como de Ramallah reales y dolorosas concesiones, pero que evitarán más inútiles derramamientos de sangre. Más importante aún, estas negociaciones deberán conducir a la solución de dos Estados”.

Y otra vez empiezan los problemas:

A) El documento es de 2012, y daba por sentado que era inminente una tercera intifada. En realidad, lo que pudo convertirse en ese problema comenzó hasta 2015, y fue conocido como la “intifada de los cuchillos”. Pese a las ominosas predicciones de Meretz, el conflicto fue eficientemente abordado por la sociedad y las autoridades israelíes, y el conflicto fue reducido prácticamente a cero. Si lo queremos ver como otra intifada, hay que decir que simple y sencillamente los palestinos fueron contundentemente derrotados (otra vez), y terminaron por desistir del proyecto. En otras palabras, el pesimismo de Meretz nuevamente demostró estar completamente mal enfocado.

B) ¿Israel debe ofrecer nuevas iniciativas? Al respecto debo preguntar dos cosas: ¿los palestinos no deben hacerlo también? Y ¿que no ha sido Israel quien ha repetido hasta el hartazgo que las negociaciones deben reiniciar, y los palestinos quienes han apelado a cualquier pretexto para no hacerlo? Yo no sé en qué Israel vive la gente de Meretz, pero no parece ser el de la vida real. Son los palestinos quienes una y otra vez se han rehusado a regresar a la mesa de negociación, siempre bajo el pretexto de que Israel “sabotea el proceso”. Pero no hay que analizar demasiado para empezar a descubrir que el susodicho sabotaje es, guste o no, la existencia misma del estado de Israel. Seamos honestos: lo que los palestinos exigen como condición para regresar a la mesa de negociación (nótese: ni siquiera como condición para firmar la paz, sino para sentarse a negociar) es la rendición de Israel. Sólo están dispuestos a negociar con una nación derrotada. No sé qué resulta más ingenuo: si la postura palestina, o la forma en la que Meretz asimila y repite ese discurso, involuntariamente.

C) Perdón por redundar, pero no sé si la gente de Meretz no se ha dado cuenta de que justo quienes no quieren hacer “concesiones dolorosas” son los palestinos. Es parte de su discurso de victimización: ellos son “los despojados”, así que no contemplan la posibilidad de concederle nada a Israel. Absolutamente nada. Ni siquiera el reconocimiento como estado judío. Apelan a que eso es racista y discriminatorio, pero al mismo tiempo exigen su “estado palestino”. Por supuesto, autorizado por la comunidad internacional (y parece que también por Meretz) a erradicar a todos los judíos de allí, porque la pura presencia judía les ofende. Los palestinos están atorados en una narrativa falsa –porque parte de una percepción torcida, equivocada y manipulada de la Historia–, en función de la cual se sienten con derecho a sólo exigir y nunca conceder. Y su exigencia es bien conocida (aunque sea políticamente incorrecto repetirla): destruir a Israel. Apenas después de casi 70 años, y a punta de perder y perder y perder y perder, ciertos sectores de la sociedad palestina empiezan a darse cuenta de que Israel allí va a estar siempre, y que incluso resulta más amable vivir bajo control israelí que bajo control de la Autoridad Palestina o de Hamas. Si Meretz fuera un poco realista, entendería que la comunidad internacional debe imponer una gran cantidad de condiciones a los palestinos. ¿Quieren un estado y apoyo económico? Vale, pero tienen que renunciar a cualquier tipo de incitación. Por cierto: Mahmud Abás se indignó cuando el gobierno de Trump le señaló que el proceso de paz es incompatible con los libros de texto que se usan en las primarias, en los que la existencia de Israel es vista como la única tragedia y, por lo tanto, la única solución posible es su destrucción. Abás dijo que era inmoral exigirle a los palestinos que renuncien a su historia. Por supuesto, cualquiera que se siente a estudiar Historia sabe que lo único inmoral es esa narrativa palestina basada en una absoluta mentira (tan absoluta como esa que dijo Abbas cuando señaló que los palestinos tenían un millón de años de antigüedad).

La consecuencia de tanto dislate es que los cuatro puntos de Meretz son banales o fallidos. Por ejemplo, los número 1 y 2 son “el reconocimiento de facto por parte de Israel del Estado Palestino”, y “negociaciones diplomáticas sin condiciones entre las dos partes”.

El primero es absolutamente irreal. Si no se va a implementar en la práctica un estado palestino, no tiene sentido dar el reconocimiento abstracto. Se caería en el juego de premiar a los palestinos pese a su permanente resistencia a negociar. Lo primero que tiene que suceder es que los palestinos arreglen sus problemas internos y estén en condiciones reales de fundar un estado.

El segundo es una ociosidad, ya que es una postura propia del gobierno israelí. Netanyahu lleva años insistiendo justamente en eso –negociaciones sin condiciones previas– y son los palestinos, con la complacencia internacional, los que dicen que no. Que para sentarse a negociar primero hay que atenderles varias exigencias (por cierto: ya se les han atendido, y de todos modos no se han sentado a negociar).

Los puntos tercero y cuarto resultan, en consecuencia, improcedentes. El tercero es “establecer un apoyo internacional para el proceso”, lo cual se haría por medio del “establecimiento de un cuarteto regional” integrado por Egipto, Turquía, Arabia Saudita y Jordania, que trabajaría en coordinación con el ya establecido Cuarteto internacional que, se supone, intenta reactivar el proceso de paz (Estados Unidos, Unión Europea, ONU y Rusia). El cuarto es alinearse con la Iniciativa Árabe, propuesta por Arabia Saudita en 2002.

Son propuestas anacrónicas (y por eso sorprende que Meretz no haya actualizado su página en inglés). La geopolítica en la zona se ha movida demasiado en los últimos quince años, especialmente por culpa de la absoluta ineptitud de Barack Obama.

Hoy por hoy, los propios saudíes se sienten más cómodos con Israel que con los palestinos, y los egipcios están definidamente conscientes de que los palestinos sólo generan problemas. Turquía no cuenta: Erdogan sigue en su trabajo de imponerse como nuevo sultán, con un poder absoluto, y prácticamente no se puede esperar nada sensato ni edificante de su parte.

Para ir terminando: la postura de Meretz es desastrosa. Es una invitación al caos absoluto (y eso, con palestinos de por medio, significa violencia y sangre).

Y todo, por filtrar las cosas a partir de sus consignas ideológicas y no estar dispuestos a ver la realidad tal como es.

El electorado israelí ha castigado a Meretz. Actualmente, su presencia en la Knesset está reducida a cinco escaños, y pasan por una terrible crisis interna que ha llevado a su líder, Zehava Gal-On, a dimitir de su puesto.

Es natural. La sociedad israelí no percibe a Meretz como un partido que ofrezca soluciones reales, alternativas viables.

De hecho, incluso lo está dejando de percibir como un partido Sionista, como una agrupación política comprometida con Israel y su seguridad.

Y no es gratuito, por mucho que aparezcan desplegados irreales e ingenuos que digan “es que nosotros somos los verdaderos Sionistas”.