Enlace Judío México.- Hoy en día, el término “kafkiano” se aplica a situaciones que son muy complejas, bizarras o ilógicas. Sin duda, Franz Kafka tuvo una identidad judía “kafkiana”.

MARCOS GOJMAN

Franz Kafka (1883-1924) nació en Praga, hoy capital de la República Checa y en aquel entonces parte del imperio austrohúngaro. Sus padres eran judíos ashkenazim de clase media. Su padre, Hermann Kafka emigró de Ozek, un pueblo checo con una importante población judía. Aunque los padres de Franz hablaban el dialecto occidental del idish, llamado peyorativamente el Mauscheldeutch, el “alemán de Moisés”, con el tiempo, lo sustituyeron por el alemán y el checo.

Sus padres eran judíos poco observantes y asistían a la sinagoga exclusivamente en las fiestas mayores y en casa sólo celebraban el Seder de Pésaj. La escasa educación judía que Franz recibió se terminó al celebrar su bar mitzvah. Kafka finalizó la primaria en 1893 en una escuela alemana sólo para varones y cursó la secundaria en el Instituto de Enseñanza Media Imperial ubicado en el Palacio Kinsky, en la plaza de la ciudad vieja. En 1901 ingresó a la Universidad de Praga donde, obligado por su padre, terminó la carrera de abogado en 1906. Fue ahí donde conoció a Max Brod, quien se convirtió en su amigo más cercano a lo largo de toda su vida. En 1908 entró a trabajar en el departamento legal de una compañía de seguros, empleo que le permitió también escribir.

La tensa relación que siempre tuvo con su padre, marcó en su juventud su casi inexistente identidad judía. En “Carta a su padre” escribió: “Tampoco el judaísmo me ha salvado de ti. De por sí, en ese terreno, hubiese sido posible concebir una salvación, pero más aún, hubiese sido posible concebir que en el judaísmo ambos nos encontráramos a nosotros mismos o que, más todavía, saliéramos juntos de allí. ¡Pero, qué clase de judaísmo me legaste! Cuando niño, de acuerdo contigo, me recriminaba a mí mismo por no asistir al templo con suficiente asiduidad, por no ayunar, etc. No creía cometer con ello una injusticia para conmigo, sino para contigo, y la conciencia de culpa, siempre alerta, me atormentaba. Ibas al templo cuatro días al año, allí te hallabas, en el mejor de los casos, más cerca de los indiferentes que de aquellos que tomaban la cosa en serio, cumplías con las oraciones por formalidad, …. y, además, con tal de que estuviese en el templo, eso era lo principal, podía yo escurrirme por donde quisiese.”

No sólo la relación con su padre marcó a Kafka, también el antisemitismo de los checos. En 1897 y en 1920 fue testigo de dos violentos pogroms y de ver cómo las autoridades tuvieron que proteger a la población judía. Pero en 1911 empezó un cambio de actitud hacia lo judío cuando conoció a Yitzjak Lowy, actor de teatro en idish. Tanto le gustaron sus presentaciones, que ese año asistió a todas. Pronto se interesó por la mística y la religión judías, y en especial por el sionismo. El contacto con ese grupo de actores judíos, fue como una reconversión al judaísmo. Fue cuando conoció a Dora Diamant, una muchacha judía que venía de una familia jasídica y que se convirtió en el amor que había anhelado siempre. Pero su proyecto de emigrar a la Tierra de Israel con Dora, se vio frustrado en 1917, al padecer los primeros síntomas de tuberculosis. Antes de morir, en 1924, le pidió a su amigo Max Brod que quemara todos sus escritos. Para fortuna de todos, no le hizo caso. Hoy en día, el término “kafkiano” se aplica a situaciones que son muy complejas, bizarras o ilógicas. Sin duda, Franz Kafka tuvo una identidad judía “kafkiana”.

 

Bibliografía: Walter H. Sokel “Kafka as a Jew”, Encyclopaedia Judaica y otras fuentes.