Enlace Judío México – Jerusalén es santa para tres religiones. Es un polvorín, y cualquier movimiento equivocado podría desencadenar una guerra religiosa. El conflicto árabe-israelí nunca se resolverá hasta que se resuelva la cuestión de Jerusalén.

DAVID GREEN

Sí, estos son axiomas y los hemos escuchado varias veces. Para los judíos, Jerusalén es el lugar de los dos templos, el hogar de su único Dios. Cada vez que los judíos fueron exiliados de su capital cultual y política en tiempos antiguos, soñaban con regresar, y el término “Sión”, el nombre de una de las colinas de la ciudad, se convirtió en una metonimia no sólo para la ciudad, sino para la Tierra de Israel en general, y la base del movimiento moderno que llama al establecimiento de un Estado judío allí.

Entonces, ¿por qué los casi 160 países que mantienen relaciones diplomáticas con Israel no reconocen a Jerusalén como su capital, y por qué el movimiento de Trump ahora, casi siete décadas después del establecimiento del Estado, es una fuente de aprensión en todo el mundo?

La respuesta tiene que ver con el primer axioma: la importancia de Jerusalén para el cristianismo y el Islam, que entre ellos tienen más de 3.000 millones de seguidores en todo el mundo. Para los cristianos, Jesús, su mesías, murió en Jerusalén y es ahí donde ocurrió su resurrección; pueden trazar su genealogía hasta el Rey David, quien estableció la monarquía unida en Jerusalén y cuyos descendientes, según la Biblia hebrea, incluyen al Mesías.

Para los musulmanes, Jerusalén, específicamente “la mezquita más lejana”, identificada con la mezquita Al-Aqsa, fue el destino del profeta Mahoma en su Viaje Nocturno, desde donde ascendió al cielo para hablar con Dios.

Para cada una de estas religiones, hay un lugar sagrado en la Ciudad Vieja de Jerusalén que es el centro de su profunda pasión y compromiso: para los judíos es el Monte del Templo; para los cristianos, es el Calvario, donde Jesús fue crucificado, que, para la mayoría de sus seguidores, está situado en lo que hoy es la Iglesia del Santo Sepulcro; mientras que para los musulmanes es la mezquita Al-Aqsa o Haram al-Sharif (el nombre árabe para el Monte del Templo).

Los primeros líderes sionistas, muchos de los cuales eran laicos, se mostraban ambivalentes con respecto a Jerusalén. El mismo Theodor Herzl imaginó la capital de su Estado judío en el Monte Carmel, en el norte de Israel. En su obra “Jerusalén: Ciudad de los Espejos”, Amos Elon describe cómo Herzl, el teórico sionista Ahad Ha’am y David Ben-Gurión, entre otros, estaban desconcertados por la ciudad y su conexión con los judíos. Elon también cita a la historiadora del sionismo Anita Shapira, quien caracterizó los sentimientos de los pioneros sionistas hacia la ciudad como “reaccionarios”.

El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea de las Naciones Unidas aprobó un plan para la partición de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe, en el que Jerusalén (que en ese momento tenía una mayoría judía) quedó fuera de la ecuación, con la intención de que la ciudad y su entorno (incluido Belén) se conviertan en un territorio separado administrado internacionalmente. Los judíos aceptaron el plan, y Ben-Gurión declaró que la pérdida de Jerusalén como parte del Estado soberano era el “precio que tenemos que pagar” por un Estado en el resto del territorio.

Cuando los árabes rechazaron el Plan de Partición y lanzaron una guerra contra el Israel, éste ya no consideró obligado por los límites establecidos por el plan de la ONU. Durante la Guerra de la Independencia, Israel mejoró su posición estratégica en la mayor parte del país, y en Jerusalén, cuando se establecieron las líneas de alto al fuego, Israel ocupó la parte occidental y Jordania la parte oriental de la ciudad, incluida la Ciudad Vieja , donde se encuentran el Muro Occidental y el Monte del Templo. Israel había luchado por Jerusalén, y ahora no renunciaría a ella.

Oficialmente, la ONU mantuvo su plan de internacionalización después de la guerra, pero de facto, la ciudad quedó dividida por una barrera y el paso de un lado estaba severamente restringido. El centro de la ciudad era tierra de nadie. Si la ciudad hubiese estado bajo control internacional, todos habrían tenido acceso a todas sus zonas, incluidos los lugares sagrados.

Aunque Jordania e Israel intentaron llegar a un acuerdo sobre Jerusalén, ambas partes también tomaron medidas unilaterales que impidieron un arreglo. El 5 de diciembre de 1948, Israel anexó Jerusalén Occidental y la declaró su capital una semana más tarde. Jordania anexó Jerusalén Este el 13 de diciembre, y la nombró su segunda capital, aunque fue muy descuidada hasta la Guerra de los Seis Días.

Durante los 19 años que transcurrieron desde la creación del Estado de Israel hasta la Guerra de 1967, se estableció un incómodo status quo en Jerusalén. Mientras que ambas partes en el conflicto no lograron decidir sobre el futuro de la ciudad, las Naciones Unidas no tomaron partido ni intentaron imponerles una solución. Por lo tanto, la cuestión de Jerusalén quedó abierta, y la ciudad no fue reconocida oficialmente como parte de territorio israelí o jordano. Esto no significa que los diplomáticos extranjeros no llegaran a Jerusalén para reunirse con funcionarios israelíes, sino que su reconocimiento como capital de Israel o el establecimiento de una embajada en la ciudad perjudicaría cualquier acuerdo futuro.

Luego estalló la Guerra de los Seis Días, en la que Israel capturó Jerusalén Este y expandió los límites de la ciudad al norte, este y sur para incluir varios barrios árabes que históricamente no formaban parte del área metropolitana de Jerusalén. A través de los años, Israel ha trasladado todas sus oficinas gubernamentales a la ciudad, y muchas de ellas fueron colocadas en la parte oriental, y ha adoptado una serie de políticas que casi garantizan que ni siquiera un gobierno de izquierda pueda ceder ninguna parte de Jerusalén a un Estado palestino.

Aunque los israelíes y los palestinos han estado negociando indefinidamente, y cada vez con menos seriedad, durante más de 25 años, las conversaciones sobre Jerusalén nunca han llegado muy lejos. Y mientras no puedan decidir sobre un plan que sea aceptado por ambas partes para compartir la soberanía sobre Jerusalén, alcanzar cualquier otro acuerdo allí, o que la comunidad internacional llegue a la conclusión de que debe imponer una solución a ambos lados, es muy poco probable que cualquier país reconozca a Jerusalén como capital.

Es decir, cualquier país que no sea dirigido por Donald Trump.

Fuente: Haaretz / Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico