RAQUEL LANIADO

La comunidad judía de México cuenta con una infraestructura más que ejemplar. Hay tanto y tantas cosas, tantas áreas de apoyo; variedad de escuelas, templos, tnuot, comités de juventud, grupos de jóvenes adultos, organismos para parejas que no pueden tener hijos, organismos para personas con adicciones, para pacientes con cáncer, para “novias”, para nuevas parejas, para personas sin pareja, para visitas a personas hospitalizadas, para personas de la tercera edad, para personas con discapacidad; eventos de notable producción dirigidos a grupos de bailarines, periodistas, actores, cineastas, escritores, músicos, artistas plásticos, deportistas; organismos de salud, de seguridad, de vinculación con el Estado de Israel, de atención a personas en duelo y servicios mortuorios, de emergencias, de regulaciones religiosas en diversos ámbitos, de apoyo psicológico, de becas, de estudios superiores, de prensa, de esclarecimiento, de intervención en pleitos, de bolsas de trabajo, de legislación y servicios para eventos, de asesoría en planificación de gastos y un muy largo etcétera.

El primer punto negro que, a mi parecer, mancha algunos aspectos de este increíble panorama institucional, es la notoria separación, exclusión o incluso “rivalidad” entre comunidades aquí en México. Creo que ya es tiempo de unirnos, de percibirnos como un todo y de aceptar nuestras diferencias como un factor que nos enriquece y no que nos amenaza. Me tranquiliza un poco el saber y conocer a varias personas de mi generación para quienes la diferencia entre una comunidad judía y otra es casi irrelevante. Simplemente hay que saber respetar la diversidad de costumbres e interpretaciones, y distinguir entre las normas que son de carácter religioso y las que son de carácter institucional.

Otro detalle que me gustaría mencionar es el de la interacción con nuestra ciudad, nuestro país y la gente que nos rodea. Si bien hay algunos organismos que lo fomentan, pienso que aún nos queda mucho por aprender y sobre todo, mucho que dar; tanto de nuestra cultura como de nuestra ejemplar forma de organizarnos. Creo que, la estructura y las funciones de nuestras múltiples instituciones, por ejemplo, serían de gran utilidad e impacto para varios sectores de la sociedad mexicana. ¿Por qué no enseñarles cómo lo hacemos?, ¿por qué no construir más, para nuestro país? Hay una frontera imaginaria muy ancha todavía.

Al parecer, todavía prevalece el miedo a mostrarnos y a abrirnos ante “otros”. La antigua y reciente historia del pueblo judío ha justificado de alguna manera el aislamiento de algunas comunidades diaspóricas como ésta, con el subyacente propósito de evitar la  asimilación de sus miembros y/o las agresiones del exterior. Sin embargo creo que, partir del ejemplo dentro de las familias y priorizar el contenido y la calidad de la educación en las escuelas de la red sería lo que a la larga puede fortalecernos ante ésta y muchísimas otras situaciones que pudieran ser o parecer amenazantes.

Hablo de la educación no sólo en términos de una preparación académica real para formar a seres conscientes, competentes y propositivos; sino también en lo referente a un conocimiento y entendimiento profundo de nuestro judaísmo, así como de la gran variedad de sus manifestaciones en México y en el mundo. Al crecer desde pequeños con una sola noción de lo que idealmente “debe ser” la vida judía, tendemos a rechazar o a temer después -naturalmente- a todo lo que no se le parezca; incluso muchos de mi generación han experimentado, por lo menos alguna vez, el llamado “auto-odio” por haber percibido al judaísmo como una norma impuesta: conjunto de reglas, obligaciones y limitaciones que uno como individuo nunca realmente eligió. Y con ello, el consecuente impulso de “escapar” en cuanto se presente la primera oportunidad de hacerlo.

Hay que moldear esa compleja masa del judaísmo para darle un significado en el que honestamente creamos y reconozcamos en nuestros valores individuales y en nuestra vida cotidiana; “hacerlo nuestro” sin darlo por hecho para entonces tener las bases honestamente firmes, las razones suficientes para querer y creer en nuestra continuidad y para compartirnos a nosotros mismos al mundo sin miedo; sabiendo que cuestionar, reinterpretar y replantear nuestros propios valores es parte de nuestra esencia como personas y como judíos; que la identidad se reafirma y enriquece cuando estamos rodeados de personas diferentes.

Hablo de educación también por lo referente a cómo percibimos a los “otros” y cómo nos percibimos a nosotros mismos ante esos “otros”. Profundizar en el entendimiento de conceptos como los de raza, etnia, minoría, estereotipo social, discriminación, prejuicio, identidad, imaginario colectivo, odio, miedo, intolerancia u otredad, por mencionar algunos; ayudaría significativamente a ser más conscientes ante lo ajeno y más críticos ante lo propio, para ubicarnos como individuos y como grupo en un mundo tan diverso, tan demandante de justicia, ecuanimidad, puntos medios, tolerancia y acciones conjuntas.

DEL LIBRO “IDEAS JÓVENES” DE FUNDACIÓN METTA SAADE