MAY SAMRA

Importancia de la mujer en el sociedades judías

“La  presencia de la mujer en la inmigración judía es muy importante, debido a que es fundamentalmente ella la conservadora y reproductora de las tradiciones y costumbres en la vida cotidiana. Además, es quien, en el periodo de la infancia, transmite a los hijos buena parte de los valores culturales; lo hace como se sabe, de una manera espontánea, sin obedecer a programas fijos, como sería el caso de la escuela. Es ella quien moldea algunos de sus rasgos culturales que se manifestarán consciente o inconscientemente a lo largo de la vida” .

La definición halájica del ser judío, además del converso,  es el “producto de un vientre judío”. La presencia de una mujer judía en un hogar es garantía de continuidad ; por ello,  un pacto implícito en la educación y la sociedad exige a los hijos un matrimonio endógamo. Esto está apoyado por “takanot” (enmiendas) diseñadas y aplicadas dentro de las comunidades ortodoxas para evitar la asimilación: no pueden ser parte de las comunidades ortodoxas gentiles y los conversos pertenecen pasadas cuatro generaciones. Un código tácito en las familias pertenecientes a  dichas comunidades consiste en diseñar el proyecto de vida con una pareja que podrá compartir un marco similar en cuanto a fe y tradiciones.

El mundo del inmigrante judío a México fue, en un inicio, un mudo sin mujeres. Eran los varones quienes eran enviados a la aventura del exilio, teniendo  que soportar las duras condiciones del trayecto y de la lucha para la supervivencia y la adaptación a su nuevo entorno.

“Por cierto, una de las  costumbres en los días de campo a los cuales acudían  los inmigrantes era colgar en un árbol una falda femenina, suspirando por la falta de una mujer casadera de su religión”.

En su libro Esperanza y Realidad, del cual se tomó la cita anterior, el Sr Isaac Dabbah Askenazi explica que “una circunstancia que prevaleció durante los primeros tiempos entre los pioneros judíos llegados a México fue la inexistencia de jóvenes judías casaderas en el seno de las primeras familias aquí llegadas.  Así pues, durante algunos años, ciertos números de jóvenes hubieron de seguir el ejemplo de los hermanos (Rahamim y David) Cherem , que escribieron a su madre, todavía radicada en Alepo, que les escogiera sendas novias, pues ellos enviarían los kidushim- poderes para la ceremonia del casamiento .Una vez llegadas las novias a México, celebrase la ceremonia religiosa de la boda.” Es así como muchas mujeres, de las cinco comunidades, llegaron a México ilusionadas para encontrarse con el hombre al cual ya se habían unido por una vida entera- sin conocerlo.

En un inicio, el apego a las costumbres propias hizo que los jóvenes de las distintas comunidades judías prefirieran  buscar pareja en el seno de las mismas, siendo, por ejemplo, tabú el casamiento de una ashkenazí con un sefaradí. Costumbre un tanto singular, en especial cuando se considera que dos de las comunidades (Monte Sinaí y Maguén David) provenían del mismo país (Siria) ¡pero de distintas ciudades!

El machismo de los países del Medio Oriente encontró en México un terreno propicio para su desarrollo, lo que relegó a las mujeres procedentes de esta región- y muchas veces a sus hijas y hasta a sus nietas- a un status secundario al cual se adaptaron al inicio porque el hecho de reproducir a ultranza su sociedad de origen les daba seguridad, pertenencia y estabilidad. Sin embargo, más adelante, estas mujeres se esforzaron para ser parte de su entorno mexicano mediante el estudio y el trabajo, sin dejar de cumplir con los roles tradicionales atribuidos a la mujer de dicha procedencia. Uno de los rasgos característicos de este conflicto es la rebeldía femenina resultante del enfrentamiento de ambas “vidas” que fue heredada a sus descendientes y cuyas consecuencias están aún por ser apreciadas en las nuevas generaciones.

Roles femeninos

Al trasladarse a un país de tendencia machista, la mujer judía proveniente de sociedades patriarcales (países árabes, Turquía) promovió  la transmisión del rol femenino – aparentemente-subordinado al del hombre.  Ese rol coincide con la dinámica patriarcal del judaísmo, el cual afianza y afirma la autoridad del padre en la familia.

Por lo mismo, durante generaciones, las mujeres sefaradíes fueron confinadas a sus hogares y a las labores propias del mismo, mientras las ashkenazíes  gozaron de mayor libertad para realizar estudios superiores y tener vida profesional.

En un artículo publicado en la revista Babel, Gloria Carreño, historiadora, habla de las ocupaciones de las mujeres inmigrantes: 73,4% de ellas se declaran amas de casa, el 5,7% estudiantes, el 3,3% dedicadas a la administración, el 2,8 dedicadas al comercio y el 0,8% a las profesiones liberales. Además, 0,5% se identificaban como artistas, 0,4% como intelectuales, 0,1% como agricultoras y el mismo porcentaje como industriales.

Al llegar a lo que sería su nueva patria, las mujeres se encargaron de reproducir al mundo del cual venían, aunque muchas quedarían, como todo exiliado, “ni de aquí ni de allá”. Los inicios de la emigración fueron extremadamente duros, las familias vivían en vecindades donde estas mujeres tuvieron que compartir con otras una misma cocina y un mismo baño, en colonias como la Merced y la colonia Centro en el caso sefaradí y la Colonia Condesa en el caso ashkenazí. En una serie de entrevistas realizadas bajo los auspicios de la División de Historia Oral de la Universidad Hebrea de Jerusalem y bajo la dirección de Alicia Gojman de Backal , descubrimos que, según su grado de educación, algunas fueron confinadas a su casa sin siquiera salir, otras aprovecharon sus dones de costureras o su sentido del negocio para apoyar su  hogar, y otras más llegaron ya con estudios y colaboraron a la vida intelectual, profesional y hasta política de México. Cabe también mencionar la labor ardua y desinteresada del sector femenino a favor del sionismo y del nacimiento del Estado de Israel.

Muchas mujeres fueron el pilar de la sobrevivencia en un México convulsionado:

“Mi esposo era abonero, se iba durante largos períodos, a veces durante meses. Lo que me dejaba no alcanzaba a veces para alimentar a mis siete hijos. Iba a pedir a los vecinos, que un vaso de arroz, que uno de frijol, y los formaba en fila india. Les daba un bocado a cada quien hasta que se acabara el guiso. Les daba mucho pan porque llena. Cuando no tenía con qué guisar, llenaba las ollas con agua y las ponía a hervir, para que los vecinos creyeran que había cocinado. Pero se daban cuenta, y acudían a mi ayuda, porque todos nos  apoyábamos en esta época”. (Elena Mizraji de Achar).

Se sabe de mujeres de origen sefaradí quienes arribaron ya con algún título, como la Sra Zequie Achar, quien era maestra a su llegada, pero no ejerció en México . Una de las mujeres destacadas de la comunidad alepina , por su labor de activista y casamentera, fue Alegra S. de Chammah, nacida en1919, en  el Cairo, Egipto.

Amelia Esquenazi, de la comunidad sefaradí, cuenta de su abuela:”Había traído de Turquía las artes manuales. En México, se dedicó a elaborar vestidos de novia bordados, que vendía a las damas adineradas de aquí, y se volvió muy famosa”. Las mujeres de origen turco participaron en la vida comunitaria como nacional: es el caso de la Sra Palaci, fundadora de la WIZO en México, cuya hija, Dense Benbassat, fue representante de la comunidad  para las relaciones judeo cristianas.

En caso de las mujeres ashkenazíes, su extracción y  nivel de cultura determinaron su forma de adaptarse a la Comunidad. Algunas llegaron con antecedentes de estudios bastante avanzados. Busia Kostov, por ejemplo, quien arribara a México en 1925, a la edad de quince años, ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria tras revalidar sus estudios y cursó la carrera de química en la UNAM  y tuvo una vida muy activa dentro y fuera de la comunidad judía. A su vez, Ruth G. de Ferry, nacida en Berlín, Alemania, en 1907, y graduada en este mismo país como médica ginecóloga, llega a nuestro país en 1938 para unirse a los intelectuales progresistas del mismo. Otra mujer destacada de este sector sería Susana Berkman, nacida en Lituania en 1912, quien fuera fundadora y maestra del Colegio Israelita de Monterrey, Nuevo León.

Transmisión de identidad: tradiciones y gastronomía

Las tradiciones y costumbres que parecen ser el lado “superficial” de un judaísmo “profundo” han resultado ser de una importancia primordial en la transmisión  de la identidad. Yerahmiel Barylka  comenta:” Hubo un lenguaje de la familia, un olor peculiar en la sopa del Shabat, un gusto irrepetible en los manjares de las festividades… En la familia sana, la emulación la imitación, la adopción del modelo por los descendientes parece ser una regla generalmente aceptada. En la familia sana, el amor logra acuerdos sin necesidad de ser discutidos. El clima afectivo da seguridad a sus integrantes y se extiende en la acción y en la solidaridad. Shabat y festividades, bendiciones, son recibidos con el mismo clima de devoción, ternura y adoración. En ese marco se desarrollan los roles familiares.”

Judith Bokser Liwerant comenta que, en algunos casos, las comunidades judías en México fueron “réplicas” de las de origen. Para lograr esta réplica, la mujer judía se apegó a la tradición, considerándola como un baluarte contra los peligros de un entorno que, aunque no precisamente  hostil, era incierto y desconocido. Los rituales de la vida judía tenían que ser escrupulosamente respetados porque parecía que cualquier desvío a los mismos podía poner en riesgo la continuidad de la colectividad, ya tambaleante por el exilio.

Quienes  emigraron a tierras mexicanas se tuvieron que adaptar costumbres milenarias a nuevos climas y nuevos escenarios, procurando no perder sus raíces. Pero estas raíces tenían un sabor: el de la comida tradicional que paladearan desde la cuna y que, además de recuerdos, venía cargada de simbolismo. El cholent , el kreplaj, el kugel, así como  el arroz con jamod y el kipe, por ejemplo, evocaban las reuniones familiares de los viernes donde se reforzaba la unión familiar. Las latkes o el kreiplaj marcaban el sabor particular de Januká o de Pesaj. Y toda la carga emotiva que a veces se encierra en una cucharada de un sabroso caldo llegó cuando arribaron las mujeres a México.

Las amas de casa encontraron en la riqueza de los mercados mexicanos  casi todos los ingredientes necesarios para la elaboración de los platillos más sofisticados de la cocina de ultramar. Era posible conseguir delicias tan variadas como el haba, la alcachofa, el angú, la berenjena y el hongo rojo para preparar con todo purismo las delicias orientales. También el betabel, la carpa, el arenque… Y aunque hubo algunos cambios, como el hecho de que el limón es más pequeño y verde en vez de amarillo, las “bendichas manos” se encargaron de reproducir el sabor exacto que los paladares añoraban.  Como aportación de la tierra azteca a nuestra dieta, se han vuelto indispensables en la mesa judeo mexicana la tortilla, el aguacate, la piña, la papaya…desconocidos  o muy raros en países del otro lado del océano.

Un ejemplo claro es el chile. Desde el chile ancho que sazona el lahmebajin hasta  el serrano que le da sabor al gefiltefish a la veracruzana, no podemos siquiera imaginar este manjar tradicional, el kipe frito,  sin la triada acostumbrada: tjine, salsa y guacamole.

En un inicio, nuestras abuelas se esmeraban en suplir los productos faltantes con la labor de sus manos. El tamarindo, por ejemplo, sustituto del Dibs Rimán , concentrado de granada, era traído desde Acapulco, pelado y cocinado en ollas de Pésaj para poderlo servir todo el año. El vino Kosher , que sólo manos judías podían producir, se hacía con la colaboración de toda  la familia, limpiando uva por uva  con un trapo limpio.

Platillos tradicionales mexicanos se adaptaron a los requisitos del Kashrut : la barbacoa, los chiles rellenos , el pozole sólo ganaron en sabor al ser cocinados según los rituales judíos tradicionales. Platillos nuevos hicieron su aparición, como los kipes rellenos de mole.

Por otro lado, las recetas más complicadas se llevaron a cabo con exactitud: la mano de obra era barata, la mujer se encontraba en casa y había voluntad para competir en el terreno culinario con cuñadas y otros miembros femeninos del clan. Y los secretos del sabor fueron transmitidos de generación en generación, y muchas veces a empleadas judías o no quienes lo hicieron un modus vivendi.

En estos años, la Comunidad judeo mexicana era realmente muy pequeña, y la mujer debía mantenerse dentro de ella para poder continuar con sus principios, valores y costumbres. Según las palabras de Francis Romano de Cohen, en el libro “Los judíos de Alepo en México” , “la sociabilización era un factor de gran relevancia. La cercanía de los hogares contribuyó a esta unión ya que, siendo vecinas, las inmigrantes se frecuentaban para hacer amistades y ayudarse en sus mutuas necesidades.”

Comités de Damas

Se establecieron en el seno de las diferentes comunidades, con el objeto de apoyo a personas necesitadas, huérfanos y enfermos. Estas damas supieron conjugar misión altruista y necesidades propias. Las asociaciones de  mujeres, quienes iniciarían en forma personalizada, “tocando puertas”, se habrían de organizar de tal manera que contarían con bases de datos actualizadas y se volverían clubes selectos y símbolos de status .Además del sentido social que cobraron, brindaron identidad y pertenencia a las mujeres. Esta época, anterior al nacimiento de Israel, creó un fervor sionista al cual las mujeres judías de todas extracciones y comunidades  no fueron inmunes: recibieron a varios enviados de Eretz Israel y organizaron colectas para el establecimiento del Estado Judío.

En 1922 se formó el primer Comité de Damas en la comunidad ashkenazí, con la finalidad de prestar ayuda a los inmigrantes y asistencia a los enfermos y menesterosos, Asumió también la protección a las mujeres solas y la tarea de luchar en contra de las tratas de blancas, que aunque no fue un grave problema como en otros países, sí existió en México. En 1932, se formó el Comité de Beneficencia de Damas Israelitas de México, Frolen Farein. Su tarea: ayudar a enfermos, necesitados, huérfanos, brindándoles ayuda económica, medicamentos y hospitalización. Recaudaba fondos por medio de donaciones que se solicitaban en fiestas dentro de la Comunidad.

En algunos casos, la constitución de las organizaciones femeninas antecedió incluso la de las mismas comunidades. Es el caso de la Comunidad Maguén David- cuyo nombre inicial fue Sedaká u Marpé- en la cual las Damas fueron las primeras que unieron esfuerzos para el apoyo al menos afortunado de la Comunidad. Se puede fechar la fundación de este Comité a los alrededores de 1933.

En los años cuarenta, el comité de Damas aprovechó los juegos de naipes a los cuales asistían las señoras, ofreciendo pastelillos, dulces, refrescos y café a cambio de donativos. Siendo la educación superior de alguna manera vedada a este círculo social, las  actividades culturales y sociales de la mujer permanecieron dentro de la comunidad y, en específico, dentro del Comité de Damas. A ellas se les atribuye la creación del Baile de Hametz (que conmemora el fin de Pesaj) así como el establecimiento de la Arijá o cuota de pertenencia a la Comunidad. Otras de sus actividades son los Tés de Rosh Hashana, de Pésaj y del Día de las Madres.

Más adelante, en el siglo XX, nacería el  “Comité de Damas Nueva Generación”, destinado a dar continuidad al proyecto anteriormente mencionado, quien reuniera, de alguna manera, las hijas de las mujeres pioneras del primer Comité. Han innovado en las actividades, siendo una de ellas el “Premio a la mujer Maguén David” que se otorga cada año a mujeres destacadas.

En cuanto a la comunidad Monte Sinai, 1926, su  comité de Damas se organizó con el fin de recolectar fondos a favor de la Sociedad y del Colegio Talmud Torá. Más adelante, se fundó el Comité Bikur Jolim, el cual brinda, hasta hoy,  ayuda a enfermos de escasos recursos y que, en 1936, se fusionó con la Comunidad Alianza Monte Sinai. Pero fue hasta 1939 que apareció la Unión Femenina Damasqueña en su forma definitiva, cuyo propósito sería” ayudar a las hermanas que sufren en silencio”.

Las colectas de la Unión Femenina se realizaban a través de tés que eran donados por señoras, cobrándose la entrada a las mujeres. El producto de estos tés era donados a proyectos específicos.

En 1940, se formó el comité Pro Damasco, dedicado a recaudar fondos para la ayuda a la Comunidad Judía de esta ciudad y a ofrecer una muestra de solidaridad a quienes se quedaron atrás.

En 1935, nació Naamat, una organización dedicada a  brindar asistencia tanto en México como en Israel. Se originó en 1921, en Israel, con el propósito de conseguir igualdad en la nueva sociedad que se estaba formando y para que las mujeres pudieran gozar de un mejor nivel de vida; su misión fue retomada, en México, adoptándose como directivas el ideal sionista y el apoyo a México, a pesar de los imperativos de una época en que la supervivencia era prioritaria.

Hoy en día,  mantienen proyectos permanentes que ayudan a mejorar la calidad de vida de las familias mexicanas como son: el Voluntariado del Hospital Manuel Gea González, el Preescolar Ponciano G. Padilla, becas para todas las escuelas de la red judía, cursos y seminarios, ayuda a la Cruz Roja Mexicana, así como apoyo en desastres suscitados en nuestro país, además de organizar múltiples actividades con fines benéficos durante todo el año.

La W.I.Z.O, Women International Zionist Organization (Organización Internacional de Mujeres Sionistas WIZO, A.C.), fundada en Londres en el año de 1920, se conformó, en México, en 1938, con la misión de apoyar al menesteroso y necesitado y su establecimiento se hizo oficial en 1940. El sistema WIZO consiste en integrar a sus voluntarios dentro de una red de apoyo y convivencia social que refuerza los lazos de amistad y convivencia. Una de las actividades más importantes realizada por WIZO de México ha sido su tradicional Bazar, con cuyos fondos se amueblarían escuelas de escasos recursos. Más adelante, se daría paso a un nuevo proyecto iniciado en el año 2003: “Proyecto Educación”, cuyos objetivos principales serian seguir amueblando o reamueblando las escuelas que así lo requirieran, además de ofrecer apoyo a la mujer judeo mexicana mediante la creación de un Centro de Educación y Capacitación WIZO.

Una colaboración constante con la Cruz Roja Mexicana, visitas a  escuelas populares y al Centro de Rehabilitación Integral serían  también parte de su programa, así como el otorgar, en  nueve colegios de la red judía, una beca anual a nivel primaria.

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