Acatzingo, una experiencia de vida

ENRIQUE RIVERA

 

En torno a un olivo

Un olivo de Jerusalem fue llevado a Roma. Era pequeñito, pero estaba destinado a cruzar el Atlántico. Con mucho cuidado, más cariño y una suerte enorme, pasó la aduana del Aeropuerto de la Ciudad de México.

Semanas después, en enero del 2006, Raquel y Verónique lo sembraron en Acatzingo. Este año lo fuimos a visitar y, como bien lo dijo Enrique Movsovich, “en 5 años ha crecido y nos ha sobrepasado en altura”.

Si ese olivo fuese el termómetro de las relaciones entre los Focolare y B’nai Brith, dos instituciones de religiones distintas, pero que llevan en su centro el bienestar, armonía y benevolencia, marcaría el progreso de una gran amistad:  un ejemplo de cómo la tolerancia puede ser sustituida por la convivencia.

Plantemos miles de olivos, abonados por la buena voluntad, el respeto y el amor entre los seres humanos.

Desde el 2006 comenzó una tradición en las relaciones judeo-cristianas.

Todavía recuerdo el principio: era un día de lluvia, pero un calor interno embargaba a todos los presentes en una de las plazuelas de El Diamante, la Ciudadela creada por los focolare en Puebla, México.

Las inexactitudes y los rumores me habían hecho creer que se trataba de una especie de kibutz. De hecho, es un espacio donde se crea un ambiente tal que las relaciones humanas fluyen. La filosofía que llevó a la creación del lugar es lo que ellos denominan “el amor recíproco”, la cual les permite llevar con la mayor armonía posible sus relaciones personales y laborales.

Llama la atención la variedad de nacionalidades que el Movimiento Focolare acoge en Acatzingo: brasileños, venezolanos, argentinos, italianos, portugueses, sin faltar mexicanos y otros. El lugar tiene un objetivo de formación, pues tienen escuelas de capacitación. Sin embargo, y tal vez más importante aún, las personas que ahí trabajan o estudian  educan su inteligencia social, adquiriendo otro tipo de herramientas.

El domingo 22, un autobús nos condujo a Acatzingo. Muchos ya habían estado por lo menos una vez, pero para quienes lo hicieron por primera vez, la sorpresa fue notoria. Encontré a Sarita, de nacionalidad israelí, abrazada a una de las mujeres de El Diamante. Al preguntarle como se sentía me contesto en un español arrebatado y emocionado: “Un tsunami de gente se necesita… Doy gracias a D-os que los encontré en el camino y en el corazón”.

A la vez, Blanca Levy, antropóloga de formación fue más explicita: “Quiero decirles que yo soy Puma de Corazón. Aún así, regalé mi boleto para venir … y no me arrepiento”.

Siempre es un poco difícil describir y explicar a un invidente un panorama, una puesta de sol. Guardando las diferencias, yo diría que lo que aquí cuesta trabajo es explicar a la gente que no ha vivido una experiencia así, lo que es estar en un lugar siendo uno mismo, con sus creencias, religión y costumbres y tener a un interlocutor de otras creencias, religión y costumbres, pero con una convicción de profundo respeto entre ambas partes.

Ojalá que este tipo de encuentros y experiencias se propaguen y multipliquen- y que todos podamos disfrutar de ellos.

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