SILVINA CHEMEN/MUJERYJUDAÍSMO.COM

וַיְדַבֵּר ה’, אֶל-מֹשֶׁה לֵּאמֹר. דַּבֵּר, אֶל-אַהֲרֹן, וְאָמַרְתָּ, אֵלָיו: בְּהַעֲלֹתְךָ, אֶת-הַנֵּרֹת, אֶל-מוּל פְּנֵי הַמְּנוֹרָה, יָאִירוּ שִׁבְעַת הַנֵּרוֹת. וַיַּעַשׂ כֵּן, אַהֲרֹן–אֶל-מוּל פְּנֵי הַמְּנוֹרָה, הֶעֱלָה נֵרֹתֶיהָ: כַּאֲשֶׁר צִוָּה יְהוָה, אֶת-מֹשֶׁה. וְזֶה מַעֲשֵׂה הַמְּנֹרָה מִקְשָׁה זָהָב, עַד-יְרֵכָהּ עַד-פִּרְחָהּ מִקְשָׁה הִוא: כַּמַּרְאֶה, אֲשֶׁר הֶרְאָה ה’ אֶת-מֹשֶׁה–כֵּן עָשָׂה, אֶת-הַמְּנֹרָה

“Y Dios habló a Moshé, diciendo: …Cuando eleves las lámparas, las siete lámparas darán luz hacia el centro de la menorá… Y ésta es la obra de la menorá: era de oro repujado, desde su base hasta su flor era obra de repujado…”
Bemidbar-Números 8:1-4

Así comienza Parashat Beha’alotja, un alto en la travesía en el desierto para poner en funcionamiento todos los elementos que componían el Mishkán. Uno de ellos, central en nuestro texto: la menorá.

A simple vista uno se prepararía para leer la descripción y funcionamiento de un candelabro. Y ¿qué es un candelabro? Un soporte para que, en un recinto determinado, se pueda encender luz. Una herramienta que sostiene el contenido principal que es la llama a ser prendida.

Y sin embargo, las indicaciones que se dan respecto de la menorá y su utilización van mucho más allá que una simple descripción de un objeto “decorativo”.

Vayamos por partes:
El primer dato que tenemos es que la menorá es un objeto compuesto por un tronco del que salen 7 brazos. Y no sólo eso, sino que las lámparas deben estar direccionadas hacia ese tronco central.

El segundo elemento, es que no pueden construirse las piezas por separado y luego soldarlas, sino que se tomó un trozo de oro y desde la base hasta el final de cada brazo, se repujó en una sola pieza.

¿Qué significará todo esto?
Leamos lo que dice en Mishlei-Proverbios 20:27:

נֵר ה’, נִשְׁמַת אָדָם
“El alma del hombre es una lámpara de Dios”.

La tradición de Israel comparó a la luz con el alma de los seres humanos. Luz que une la presencia de Dios con el espíritu de los hombres.

Volvamos a leer ahora esta construcción de la menorá cuando asumimos que el acto del encendido de las luces es la creación de un soporte para reconocer en cada alma, una luz.

El santuario de la existencia se ilumina cuando damos cuenta de que el origen de esa luz no es unívoco, sino que proviene de 7 brazos. Número que representa los ciclos de completud; la creación de un mundo que requirió de cada uno de los días y de todos en su conjunto, para ser universo.

Así somos los seres humanos; brazos de una menorá dispuesta a hacer de la tienda un mikdash, un santuario.

El riesgo de saberse cada uno un brazo es perder la dirección. Por eso el versículo nos aclara: “Iluminar con la propia luz, brillar con el propio combustible, pero no olvidar el tronco común del que emanamos.” Somos cada uno, uno. Únicos, irrepetibles, y a su vez, todos, parte de una estructura que nos dio origen y nos sostiene; la columna de la que sale cada una de las luces.

Y la indicación es precisa: Cada uno, su propia luz, y todos direccionados hacia el mismo lado.

Muchas veces, el sabernos dadores de luz nos hace olvidar que solos podemos abarcar superficies limitadas. Podremos ocuparnos de pequeñas oscuridades. El desafío de ser luz es saberse parte de una luz mayor que permita hacer la diferencia; entre la ceguera y la claridad. Y eso se consigue cuando tomamos conciencia de nuestro propio lugar y damos lugar en nosotros, al otro.

La segunda indicación respecto de la menorá nos advierte sobre nuestro origen. Según nuestra Torá, todos hemos recibido una porción de la divinidad, en el hálito de vida que Él insufló en nosotros, desde la creación del primer ser humano. Somos todos almas provenientes de la misma fuente. Cada uno con un tono distinto de llama, con una temperatura diferente, pero somos quienes somos porque partimos de una materia común. De allí en más, la vida, las circunstancias y nuestros aprendizajes sobre la tierra repujarán nuestros contornos. Pero a pesar de las diferencias y las intensidades, si queremos seguir brillando, no deberemos olvidar que fuimos moldeados de una sola pieza y por tanto, aunque diferentes, cada uno será responsable por el brillo del otro.

Me quedo pensando si esta descripción tan ideal es lo que sucede en nuestra realidad. Y reflexiono acerca de los santuarios profanados, como por ejemplo las casas con chicos sufriendo hambre, las personas abandonadas, los que no tienen oportunidad de llevar la dignidad del pan a sus hogares, los asesinos sueltos, los condenados a la esclavitud por no tener documentos…

Y allí me vuelvo a encontrar con el texto: nos olvidamos, como seres humanos, que somos sólo un brazo de este candelabro, que para iluminar el santuario requiere de la luz de todos.

Ya no existen ni Aarón ni su descendencia para ocuparse de lo que no brilla. Deberemos ser nosotros mismos los que metamos las manos en el hollín y nos dediquemos a devolverle su porción de luz a cada uno. Porque fuimos todos creados a imagen y semejanza, a partir del hálito de vida que, sin distinción, insufló en nosotros. Por lo tanto, aceptar que haya una gran parte de nuestros hermanos y hermanas sumidos en oscuridad y destierro, opaca nuestra porción de luz en nuestro santuario.

Volvamos a unirnos al tronco común de la santidad de la vida, y tendamos nuestros brazos, para brillar por nosotros mismos y recuperar a quienes creen que la tiniebla es el único territorio que les es permitido habitar.