MILENIOONLINE/LAPÁGINABETOBUZALI

La parte más oscura de nosotros se puede develar en el baño. Desnudarse para la ducha es un ritual de ocultamiento al ojo público, sobre todo de esas partes macilentas en el cuerpo de un enfermo. Graciela Iturbide obtuvo una serie de instantáneas en blanco y negro que contrastan, contra todo glamour y divismo en que hemos mantenido la figura de Frida Kahlo, la realidad de los accesorios quiroprácticos que la creadora necesitaba para salir a la calle; objetos que estaban allí, en el baño de la artista.

Asomarse a la bañera de Frida es una osadía de la fotógrafa al acercarse al dolor de la pintora en el momento de limpiar sus heridas, entre lo que le queda de pierna y su pata de palo oculta bajo sus largas enaguas, esas faldas de tehuana que la inmortalizaron en la lente de Lola o Manuel Álvarez Bravo, Nickolas Muray, Juan Guzmán, Carl Van Vechten, Leo Matiz, Gisèle Freund o su propio padre, Guillermo Kahlo. Sin la protagonista viva, Iturbide redimensiona la historia de “la raya horizontal sufrida”, ahí, en la bañera donde aquella entrevió su sueño de “Lo que el agua me ha dado”, seguramente con un cigarro en la boca, en total somnolencia por el Demerol, ese derivado del opio, narcótico analgésico que desorienta el sistema nervioso central y que para su fortuna le desaparecía los dolores y la transportaba al éxtasis.

Controvertidas imágenes de Graciela Iturbide exhibidas en el Museo de Arte Moderno. Donde el espacio íntimo significa el horror de desatarse el corsé que la ciñe a “La columna rota”. Donde la crudeza de una vida se apacigua con sustancias. Por eso Frida canta en el baño. Frida pinta sobre su corsé. Frida mira el cartel de Josef Stalin mientras se desprende de la bata ensangrentada del Hospital ABC. Frida inédita a nuestros ojos gracias a una lente sin concesiones.

Recostada en su tina, tiene tiempo de observar por la ventana la llegada de la tarde, y al ver unos dibujos de los procesos de gestación de un bebé en el vientre de una madre, recuerda la pieza de Rubén Fuentes: “al volver ya estaba seca, ya no quiso retoñar…”. Las lavativas sobre la pared le anuncian sus frecuentes retortijones gastrointestinales. Graciela Iturbide invita a una realidad oculta: la verdadera Frida Kahlo en estado de soledad, atrincherada en su cuerpo desnudo. Fotos para no olvidar que la Kahlo vivía los segundos que se van, huyen y no se repiten. Una vida que ella decidió pintar sin más esperanza que mantenerse firme, con el apoyo de sus instrumentos de tortura quiropráctica.

La retrospectiva de Graciela Iturbide en el MAM es un acontecimiento en varios sentidos. Pero me quedo pasmado en esas imágenes que dejan un sabor amargo. Entre el vómito y la convulsión de ver lo que alguien hace para llegar a donde está en el mundo del arte. El baño donde Frida Kahlo se limpiaba y salía vestida de hermosa para ser fotografiada para el mundo. Por eso el valor de estas imágenes está por encima del fulgor de la pose en la azotea con el fondo de Nueva York, en la que Frida se muestra esplendente con sus flores en la cabeza. Le gustaba posar sin muletas. Exaltar su belleza. Ocultar la deformidad de su cuerpo. Graciela Iturbide revela el secreto en el baño de Frida.

Salí corriendo del MAM para adquirir el catálogo. Increíble: sin texto de presentación de las fotos; cómo, por qué. Instantáneas así requieren de un enorme análisis, digno del trabajo de la gran Iturbide.