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El científico Gregory Cochran publicará junto a Jason Hardy y Henry Harpending, de la Universidad de Utah, un artículo en el que sostiene que los Judíos Ashkenazim (originarios de Rusia y Europa del este)  serían más inteligentes por su pasado de persecuciones.

Según Cochran, los Ashkenazim generalmente obtienen resultados entre 12 y 15 puntos por encima del 100 en los test de coeficiente intelectual, y han contribuido desproporcionadamente a la vida cultural e intelectual de occidente, mediante carreras como la de Freud, Einstein o Mahler.

Los judíos no llegan al 0,25% de la población mundial y, sin embargo, han conquistado el 27% de los premios Nobel, el 25% de los premios ACM de ciencias informáticas, y el 50% de los títulos mundiales de ajedrez. Todo esto les ha dado mucho que pensar a Henry Harpending y Gregory Cochran, singular pareja de antropólogos que ha creado una gran polémica en Estados Unidos con su controvertida teoría sobre la «inteligencia superior» del pueblo judío.

Según Harpending y Cochran, la presión social y ambiental a la que han estado sometidos durante siglos los judíos -y más concretamente los de la familia Ashkenazi, que poblaron las colinas de Lucca, en Italia, y después se extendieron por Centroeuropa antes de hacer las Américas- han sido el detonante de mutaciones genéticas que les han hecho más propicios a ciertas enfermedades metabólicas, y de paso a un aumento de la actividad neuronal.

«Los judíos han experimentado presiones inusuales y selectivas que han favorecido el aumento de su inteligencia», escriben al unísono Harpending y Cochran en un polémico ensayo titulado La historia natural de la inteligencia Ashkenazi.

La teoría sobre el «genio judío», arropada por la interminable galería de famosos (Albert Einstein, Karl Marx, Sigmund Freud, Franz Kafka, Bobby Fischer, Woody Allen, Bob Dylan), llevaba circulando desde el pasado verano, cuando la Universidad de Utah arropó oficiosamente las conclusiones de los dos autores.

El estudio ha llegado ahora hasta la edición online del prestigioso Journal of Biosocial Science, editado por la Cambridge University Press, y de ahí a las páginas de The New York Times y a la portada de la revista New York, donde relevantes científicos como Harry Ostrer, director del programa de genética humana de la Universidad de Nueva York, concuerdan  en esta teoría.