LORENA RODRÍGUEZ MORALES/ NUEVO MUNDO ISRAELITA

Paradójico. A pesar de ser bautizada como la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, la reunión internacional que se llevó a cabo en 2001 en la ciudad de Durban, Sudáfrica, terminó siendo un escenario para singularizar y segregar a Israel. En 2009 se convocó una nueva jornada en Ginebra para examinar las acciones ejecutadas durante los ocho años previos y se repitió el modelo. Este 22 de septiembre se pretende instalar en Nueva York lo que popularmente se conoce como Durban III. Las proyecciones del evento no auguran equilibrio ni concentración en la toma de medidas eficientes y comprometidas por el desmantelamiento de la discriminación, sino todo lo contrario: se dibuja como un laboratorio multiplicador de antisemitismo. Diez naciones ya se han negado a participar

 

El racismo no es natural del ser humano. No vie­ne incorporado en los genes. Es apren­dido por el entorno social. En la medida en que se regule el desarrollo de la cultura discri­mi­natoria en el mundo, las próximas genera­cio­nes podrán convivir sin este flagelo.

 

Desde que en 1948 se aprobó la Declaración Uni­versal de los Derechos Humanos, la comu­ni­dad internacional ha avanzado en la definición de postulados que luchan en contra del racis­mo, la discriminación racial, la xenofobia y las for­mas conexas de intolerancia. Se han pro­mul­ga­do leyes de aplicación nacional e interna­cio­nal y se han aprobado numerosos instrumentos in­ternacionales de Derechos Humanos, según afir­ma Naciones Unidas en su sitio en Internet.

 

El fin del apartheid en Sudáfrica es un im­por­tante logro al respecto. Sin embargo, la meta no ha sido alcanzada. Pese a los esfuerzos que rea­liza la comunidad internacional, la discri­mi­na­ción racial, los conflictos étnicos y la violencia ge­neralizada persisten en el mundo: las mi­no­rías, los migrantes, los que buscan asilo y las po­bla­ciones indígenas son víctimas constantes de la intolerancia.

 

Resulta imprescindible, entonces, adoptar me­didas eficaces y oportunas, así como de aler­ta temprana, para frenar el odio étnico y su con­se­cuente violencia. Esa era, precisamente, la in­ten­ción de la primera Conferencia Mundial con­tra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xe­no­fobia y las Formas Conexas de Intolerancia que impulsó Naciones Unidas en 2001: “Durban I”.

 

Lamentablemente el encuentro terminó vis­to por la comunidad internacional como un fra­ca­so en el abordaje de los males del racismo, una vez que fue manipulado y convertido en un fes­tival antisemita y anti-Israel.

 

Promesa y desilusión de Durban I

 

La conferencia, que fue convocada por la Asam­blea General de la ONU en 1997, pretendía dis­cu­tir y resolver “las complejas formas en que los pre­juicios raciales y la intolerancia se mani­fies­tan en la actualidad. Desde las secuelas de la es­cla­vitud hasta los conflictos étnicos; desde la si­tua­ción de los pueblos indígenas hasta la discri­mi­nación por razón de las creencias; desde el dis­curso de odio difundido por Internet hasta la re­lación entre la discriminación por razón de ra­za y la discriminación por razón de sexo: “En el pro­grama de la reunión de Durban no hay lugar pa­ra la complacencia”, declaraban algunos co­mu­nicados de prensa. “Será un hito en la lucha pa­ra erradicar todas las formas de racismo”, afir­maba Mary Robinson, la alta comisionada y se­cretaria general de la Conferencia para la fe­cha.

 

Lo que prometía ser un encuentro de líde­res y expertos de casi todo el mundo, orga­ni­za­do precisamente en Sudáfrica por el impacto de apar­theid, tergiversó sus objetivos por el im­pul­so de líderes de países árabes y musulmanes co­mo Irán, así como la OLP y un grupo de or­ga­ni­zaciones no gubernamentales con una agenda an­ti-Israel, que secuestraron la conferencia, de­jan­do a un lado muchos de los puntos rele­van­tes del programa en su afán por demonizar a Is­rael.

 

Así las cosas, comenzó a definirse al Sio­nis­mo como racismo, se denunciaron las medidas con­traterroristas de Israel como crímenes de gue­rra, se acusó al país de apartheid y lim­pie­zas étnicas, se exhortó a su aislamiento por medio de sanciones globales y se amenazó a los países que apoyan las “acciones genocidas” de Is­rael. En paralelo, circularon caricaturas y libros antisemitas tales como Los Protocolos de los Sabios de Sión y Mein Kampf de Hitler.

 

La conferencia contra el racismo se trans­for­mó en una reunión discriminatoria, distin­guiendo, irónicamente, a la única democracia del Medio Oriente.

 

A pesar de los años de conflicto que ha vivido Israel, el Estado judío ha trabajado por alcanzar y mantener altos estándares de liber­tad, tiene un gobierno con miembros tanto ára­bes como judíos y de otros orígenes que abogan por la paz; cuenta en la Knesset (Parlamento) con árabes-israelíes que representan sus res­pec­tivas circunscripciones, y debaten y legislan con libertad cuestiones de interés para los ciudadanos. “Su activa Corte

Suprema, que in­clu­ye jueces árabes-israelíes, es una de las más cualificadas del mundo y salvaguarda las libertades y derechos, no solo de israelíes, sino también de los vecinos palestinos.  La dedi­ca­ción israelí para hacer avanzar la causa de Derechos Humanos y libertad, surge de la larga historia de antisemitismo y xenofobia que causó tanto sufrimiento al pueblo judío. Israel pro­me­tió combatir el antisemitismo, junto con todas las expresiones de racismo” (extraído del do­cu­mento “En un mundo imperfecto, combatir el racismo”. Embajada de Israel en Buenos Aires).

 

Al cuarto día de Durban I, Israel y Estados Unidos se retiraron de la conferencia. Se elevaron también diversas críticas por parte de otros países (de Europa, Australia y Canadá) que, si bien no abandonaron el evento, instaron a una nueva redacción de la documentación de la conferencia para eliminar las referencias ofen­sivas y restaurar el foco en la lucha contra el racismo. De ese modo, todas las referencias al Sionismo, las que usaban ilegítimamente el te­ma del Holocausto y otros elementos antise­mi­tas, fueron retiradas de los textos finales, a pesar de la fuerte oposición que ejercieron Irán y Siria, entre otros. En su lugar, la conferencia pidió a la comunidad internacional nunca olvi­dar el Holocausto y reconoció el aumento del an­tisemitismo y de la islamofobia.

 

Pero la insistencia de las delegaciones ára­bes y musulmanas fue tal, que se coló una dis­po­sición que seguía singularizando a Israel: “Es­ta­mos preocupados por la difícil situación del pue­blo palestino bajo ocupación extranjera. Re­co­nocemos el derecho inalienable del pueblo pa­lestino a la autodeterminación y al esta­ble­ci­mien­to de un Estado independiente y recono­ce­mos el derecho a la seguridad de todos los Es­ta­dos de la región, incluyendo a Israel”.

Varios países manifestaron sus reservas. In­clu­so hicieron declaraciones con las que se des­vin­culaban de los textos relacionados con el Me­dio Oriente, directa o indirectamente.

 

Al final de la jornada, el documento oficial fue limpiado de las referencias claramente anti­se­­mitas. Para Alan Baker, director del Instituto de Asuntos Contemporáneos en el Centro Jeru­sa­lén para Asuntos Públicos, solo fue para evitar un total fracaso de la conferencia y para ase­gurar un resultado media­na­mente positivo con la adop­ción de la Declaración de Durban y su Programa de Acción. Sin embargo, el abuso cometido conta­mi­nó de forma permanente el nombre de la conferencia.

 

En un intento, continúa Baker,  por “re-legi­t­im­ar” el proceso de Durban, a través de un ejer­cicio de escrutinio de los progresos en las cues­tiones de fondo relacionadas con el raci­s­mo, decididas y discutidas en la conferencia ori­ginal de Durban, la Asamblea General de la ONU decidió, en 2006, convocar una Confe­ren­cia de Revisión de Durban en 2009 (común­men­te denominada “Durban II”).

 

Durban II: Misma receta, mismo resultado

 

La Conferencia de Examen de Durban, que se llevó a cabo en abril de 2009 en Ginebra, Suiza, tenía como objetivo evaluar el “avance logrado res­pecto a las metas que se establecieron en la Con­ferencia Mundial contra el Racismo, la Dis­cri­minación Racial, la Xenofobia y las Formas Co­nexas de Intolerancia, la cual se celebró en Dur­ban, Sudáfrica en el año 2001”, según la declaración oficial de Naciones Unidas.

 

Como lo narra Baker, “para determinar anti­ci­padamente el carácter y el resultado esperado de esta conferencia de revisión, el Consejo de De­rechos Humanos de la ONU, olvidando evi­den­temente la debacle de 2001, optó por elegir, de todos los países, al representante de Libia pa­ra presidir el Comité Preparatorio, asistido por representantes de Irán y Cuba.

 

Un año antes del evento ya se perfilaba que la reunión sería una oportunidad para repetir los ataques antisemitas que se manifestaron en 2001, por lo que varios países decidieron boi­cotearla. Generaba desconfianza la negativa de los organizadores del evento de invitar a ONGs judías a las reuniones preparatorias, así como su insistencia en que las sesiones se realizaran durante la festividad de Pésaj.

 

Israel, Canadá, Estados Unidos, Italia, Aus­tra­lia, Nueva Zelanda, Polonia, Alemania y los Paí­ses Bajos se abstuvieron de participar en Dur­ban II. Para estos países, así como para la Unión Europea, el principal problema radicaba en el arribo del presidente iraní, Mahmud Ah­ma­dinejad, conocido por sus llamados a des­truir el Estado de  Israel. De hecho, el primer día de la conferencia Ahmadinejad catalogó a Is­rael como “un Estado racista desde sus orí­ge­nes”. Como respuesta, los 23 representantes eu­ropeos salieron de la sala y la República Che­ca se retiró del evento.

 

Ahmadinejad declaró: “Bajo el pretexto del Ho­locausto y el exterminio de los judíos, las naciones victoriosas invadieron un territorio y obligaron a un pueblo a errar y a dispersarse, y han instalado en sus tierras a otras personas llegadas de Europa y América. Así, ellos esta­ble­cieron un Estado racista en el territorio ocu­pa­do de Palestina”. También dijo: “Algunos Esta­dos occidentales defienden esos racistas geno­ci­dios apoyando los bombardeos, la ocupación, los asesinatos y otros abusos cometidos por cri­mi­nales en Gaza”.

 

Una vez más, y como se había inferido, se singularizó a Israel, “pirateando” un encuentro ne­cesario para el bienestar mundial a favor de las agendas particulares de algunas delegacio­nes, como puntualizó la doctora en derecho in­ter­nacional Anne Bayefsky. El documento final de la conferencia reafirmó la declaración de Durban I que distinguía a Israel.

 

Durban III: ¿Celebración de antisemitismo?

 

Despierta suspicacia que la nueva conferencia del próximo 22 de septiembre, organizada para conmemorar los diez años de Durban I —y en la que participarán jefes de Estado y de Gobierno—, coincida con el intento de que la ONU reconozca y acepte una declaración unilateral de un Estado palestino, violando el proceso de negociación de paz. Para Baker, esto confirma y respalda la interconexión entre el pro­ceso de Durban y la actual campaña inter­na­cio­nal para deslegitimar a Israel.

 

Aun cuando los documentos preparatorios de Durban III se ocupan de verdaderos temas vinculados con racismo y xenofobia, como la pro­tección de los niños, migración, empleo, in­ci­­tación y otros, así como los esfuerzos de la ONU por re-legitimar la conferencia, hasta la fe­cha diez Estados —Canadá, Estados Unidos, Austria, República Checa, Bélgica, Italia, Japón, Países Bajos, Australia e Israel— han anunciado su decisión de no participar en el evento.

 

Por ejemplo, el ministro canadiense de Ciudadanía, Inmigración y Multiculturalismo, Jason Kenney, pidió a la alta comisionada para los Derechos Humanos de la ONU “detener el proceso y darse cuenta de que el veneno de Durban I ha colocado a todo el proceso bajo una nube permanente”. El anuncio oficial del go­bier­no canadiense, de fecha 25 de noviembre de 2010, declaró: “Nuestro gobierno ha perdido la fe en el proceso de Durban. No vamos a ser parte de este evento, que conmemora una agenda que promueve el racismo en lugar de combatirlo”, tal como puntualizó Baker.

 

En junio de 2011, Estados Unidos informó a la ONU su decisión de boicotear la sesión, declarando: “Estados Unidos no participará en la Conmemoración de Durban. En diciembre, votamos en contra de la resolución que esta­ble­ce este evento, debido a que el proceso de Dur­ban incluye mues­tras de horrible in­to­­lerancia y antise­mitis­mo, y no quisimos que fuera conme­mo­­rado”.

 

De modo similar, el Ministerio de Rela­cio­nes Exteriores de la Re­pú­bli­ca Checa anun­ció el 21 de julio de 2011 que no asistirá a la se­sión: “Pra­ga no está satisfe­cha con el pro­ceso de Dur­ban, ya que a me­nu­do se ha abu­sado del mis­mo con una serie de de­clara­ciones inacep­ta­bles con con­no­ta­­cio­nes antiju­días”.

 

Las cartas están echa­das y el futuro de Dur­ban III parece ser fá­cilmente pronos­ti­ca­ble.

Durban I, II y III lle­van en su núcleo la acu­sa­ción contra un solo país en el planeta, que cons­tituye una demo­cra­cia vibrante y abier­ta, mientras se ignoran nu­merosos casos de discriminaciones y persecuciones contra poblaciones civiles, como lo que ocurre con las mujeres y la oposición en Irán, o genocidios como el de Sudán. Desde su nacimiento dejó de ser una conferencia contra el racismo para convertirse en instrumento de discriminación. Se hace necesario desecharlo pa­ra poder ocuparse, genuinamente, del racis­mo, la discriminación, la xenofobia y demás. Durban III no es más que la conmemoración de una conferencia con reconocidos rasgos antise­mitas.

 

El futuro del hombre exige una sincera oportunidad para sentar las bases de un mundo sin racismo, una conferencia “limpia” que orien­te medidas decisivas para ser adoptadas a escala nacional e internacional para ayudar a los que padecen ese flagelo.