MARÍA JOSÉ ARÉVALO GUTIÉRREZ

“La violencia contra la mujer constituye una manifestación de relaciones de poder históricamente desiguales, que han conducido a la dominación de la mujer y a la discriminación en su contra por parte del hombre e impedido el adelanto pleno de la mujer…”

(Declaración de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, Resolución de la Asamblea General, diciembre de 1993).

La violencia doméstica contra la mujer es un fenómeno epidémico que ha crecido a un ritmo más rápido incluso que los accidentes de automóvil, las agresiones sexuales y los robos. Este tipo de violencia no es precisamente un mal específico de nuestra época, pero ahora emerge más al exterior. La sociedad ha tomado conciencia de su existencia y de que se trata de un grave problema social que no debe ocultarse por una mal entendida razón de familia.

Nadie podría creer que eran el mismo personaje. Uno elegante, distinguido, respetuoso, doctor, el otro, una bestia salvaje, descontrolada, capaz de destruir lo que el otro amaba y respetaba. La comunidad judía como cualquier grupo humano conserva unos mitos que son aprovechados para conservar el status quo, para que nada se transforme mas allá de lo que en la actualidad existe. Si buscamos la definición para “Mito”, nos encontramos con las siguientes referencias:

 

  1. Narración fabulosa e imaginaria que intenta dar una explicación no racional a la realidad.
  2. Conjunto de creencias e imágenes idealizadas que se forman alrededor de un personaje o fenómeno y que le convierten en modelo o prototipo.
  3. Invención, fantasía.

 

Señalemos algunos de estos mitos: Todos los hombres judíos son buenos maridos y padres. El maltrato hacia las mujeres no es un problema frecuente en la comunidad judía o únicamente una pequeña proporción de hombres judíos es abusiva con sus mujeres. Como en la población habitual, el maltrato conyugal en la comunidad judía sucede en todos los niveles socioeconómicos. Así mismo, no hay corriente dentro del judaísmo que esté exenta de los malos tratos y les ocurre a las mujeres de los segmentos ortodoxos, conservadores, de la reforma, reconstruccionista y de los no religiosos de la comunidad.

El elemento principal en el cual el maltrato a la mujer se diferencia en la comunidad judía de la comunidad general es la cantidad de tiempo en que una mujer judía permanece en sus relaciones abusivas. Las ventajas socioeconómicas permiten que algunos hombres perpetren agresiones en sus relaciones sin experimentar los efectos legales. Los maltratadores son encantadores con todo el mundo, menos con sus esposas y cuando esta le presenta un ultimátum para exponer su comportamiento abusivo hacia ellas, estos suelen responderles: “Nadie te creerá”, y con frecuencia tienen razón.

Por desgracia, en la comunidad judía se llevan a cabo a puertas cerradas actos de violencia y abuso sexual, aun en aquellas casas con “mezuzot” en las puertas. Los sabios pensaban que la “mezuza” ofrecía resguardo divino, un símbolo de Dios salvando a los israelitas de la décima plaga. Pero es duro pensar que las mujeres maltratadas hallen protección ocultándose detrás de las puertas de sus hogares, seguras de ser las únicas judías golpeadas en el terreno que se presume más invulnerable.

Las mujeres judías pueden tener razones adicionales para permanecer junto a su verdugo. Ella puede concebir que nadie crea que esto podría acontecer en una familia judía. Puede considerar que no debe “ventilar sus trapos sucios” en una comunidad tan pequeña. Dado todo esto, se puede despuntar la idea de por qué hay tantas mujeres que resisten estas relaciones abusivas. Los modos de exteriorizar el abuso pueden ser llevados a cabo de numerosas formas. Puede ser físico, emocional, sexual, psicológico, económico o una combinación de todos éstos incluyendo el asesinato.

El abuso emocional y psicológico puede esconder la humillación, críticas excesivas, el aislamiento forzado de los seres amados, amenazas y la intervención económica. Las mujeres judías que han denunciado abusos indican que el maltrato emocional  se sucedió durante años antes de que ocurriera un solo acto físico.

Más allá de sus religiones y etnias, existen hombres maltratadores no sólo por su mayor capacidad física y emancipación financiera, sino que a pesar de los grandes esfuerzos llevados a cabo por las feministas, el imperio masculino es aún una suposición cultural hondamente enraizada. Para desintegrar el ámbito de la violencia doméstica se debe proceder a una reestructuración de la familia patriarcal razonando un orden social fundado en igualdad, democracia y simetría financiera.

El gran enigma continúa siendo, ¿por qué ciertas mujeres aguantan la dominación llevada a cabo por su pareja? La mayoría de las veces encontramos la razón en que ellas son feroces defensoras de la familia, y el perpetrador las amenazas con perjudicar o llevarse a sus hijos si muestra alguna resistencia o se van del hogar conyugal. Según manifiestan las estadísticas criminales puede ser más peligroso abandonar la casa que permanecer en el domicilio. En el período subsiguiente a desligarse de la casa, las víctimas de violencia doméstica se encuentran en un escenario lleno de inseguridades al poder ser  asesinada. Otras mujeres sencillamente no aspiran a concluir la relación sino que desean que el vínculo mejore.

Las mujeres judías toleran el maltrato y la humillación en parte porque su tradición le ha enseñado que la mujer es la encargada de mantener al núcleo familiar unido y de la paz hogareña “Shalom bayit”. Del mismo modo las mujeres religiosas tienden a no atender a refugios o a tomar acciones legales, porque el ideal judío femenino es mantenerse casada y criar a sus hijos. La violencia doméstica no es una crisis privada, sino que despoja a la sociedad de los talentos de media población. Hiere al cuerpo, sofoca al espíritu y afecta las ganas de superación. Las mujeres que son golpeadas, infantilizadas, aisladas, privadas de autonomía financiera o controladas por sus parejas no disponen de la fortaleza o voluntad para contribuir a la sociedad con su talento y conocimiento.

En la violencia física las lesiones registradas en el rostro y en la cabeza, seguidas por las relacionadas con las extremidades, son las más habituales (Cobo, 1999). La obtención de cifras representativas y precisas sobre la dimensión real del fenómeno de la violencia doméstica es difícil por la complejidad que guarda el tema. Las dificultades personales y jurídicas para denunciar situaciones de violencia domestica impiden el acceso a datos representativos que, por estudios llevados a cabos, se sabe que podrían transformar este tipo de violencia en un problema de carácter “epidémico”.

Aunque en la esfera pública solo tienden a divulgarse hechos aislados y algunos estudios realizados son de carácter parcial, las estimaciones obtenidas manifiestan y coinciden que esta clase de violencia afecta a una de cada cuatro mujeres – sin distinción de clase, raza o religión – en hogares de todo el mundo. Tales estimaciones sirvieron de base para la afirmación de las Naciones Unidas en el sentido de que la violencia en contra de la mujer constituye el crimen encubierto de mayores proporciones.

La violencia que tiene lugar en la familia y en la sociedad es parte de un mismo sistema. Así, en la medida en que las relaciones de poder que se establecen en la familia incluyen el uso de la violencia, se condiciona a los individuos a aceptar la violencia como método legitimo para imponer la autoridad en este y otros estamentos sociales. Paralelamente, la legitimidad de pautas violentas en la sociedad avala la presencia de este tipo de interacciones en la familia.

El maltratador se complementa con su víctima, ya que resalta el estereotipo masculino de agresividad, dominio y superioridad frente a la mujer. En su relación de pareja, el hombre agresor presenta con mayor frecuencia las siguientes características:

 

  1. Falta de seguridad personal, que sobrecompensa con actitudes externas autoritarias.
  2. Dificultades de comunicación, en especial en lo referente a los afectos y sentimientos. Estas dificultades aumentan la tendencia al uso de la violencia.
  3. Incapacidad para tolerar y resolver conflictos: no existe un aprendizaje de resolución de conflictos alternativos a la violencia.
  4. Baja autoestima: generalmente expresa en el hogar la violencia que no manifiesta en otras situaciones.
  5. Falta de conciencia del problema: no se hace responsable de sus actos de violencia, sino que busca responsabilidades fuera de su persona.

La abrumadora mayoría de los gobiernos padece de una llamativa falta de los conocimientos necesarios para elaborar y aplicar políticas en el campo de la violencia contra las mujeres. Por lo tanto, debería crearse una relación de mayor cooperación entre los gobiernos y la sociedad civil para combatir eficazmente dicha violencia. La mejor solución consiste en un enfoque integrado y multidisciplinario, en el cual colaboren abogados, psicólogos, asistentes sociales, médicos y otros operadores del sector, para alcanzar una comprensión cabal de cada caso particular y de las necesidades de cada individuo.

Todo metodo debería basarse en el atento examen de las circunstancias reales en que transcurre la vida de la mujer maltratada, su desesperación, dependencia, falta de alternativas, y la consiguiente necesidad en que se ve de obtener una mayor autonomía. El objetivo principal es colaborar con la víctima para que desarrolle su capacidad de tomar decisiones conscientes respecto a su propio futuro.

Nota del editor: En México, la organización Menorah, integrada a la Comunidad Judía, se encarga de apoyar a las víctimas de violencia intrafamiliar.