MAY SAMRA EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

 

Noam Shalit, el padre de Guilad Shalit es fotografiado ante una ventana con la esperanza de que retorne su querido hijo.

México D.F. Son las 2:00 de la madrugada del martes 18 de octubre y estamos en vigilia, esperando la liberación del soldado (¿niño?) israelí Guilad Shalit, secuestrado por Hamás y de quien no hemos tenido noticias desde 2009. ¿Volverá con vida? ¿Entero? ¿Cuerdo? Las imágenes de los ataúdes devueltos a Israel en el 2008, a cambio de prisioneros vivos, rondan aún en nuestra memoria. Pero las rechazamos. Nuestro himno es Hatikva, la Esperanza. Nuestro lema tiene miles de años y está mencionado en Deuteronomio: He aquí que he puesto ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida.

Los judíos mexicanos, a pesar de la hora, estamos atentos. Algunos han establecido, para Guilad, cadenas de oración. Los creyentes confiamos en D-os; todos creemos en el Estado de Israel: un pueblo, una nación que vela por los suyos. Desde siempre.

“Kol Israel Arevim Ze la ze” “Los judíos son responsables unos de los otros”, es uno de nuestros valores.

Cuando éramos sólo un pueblo, diseminado a lo largo del orbe, cuando hicimos nuestra la palabra “diáspora”, ya los Rothschild de Inglaterra auxiliaban a los judíos de Damasco y se pagaban rescates de una comunidad para salvar a la otra. Al nacer Israel, la tradición según la cual no se abandona a un judío en peligro se hizo patente: el Estado Judío importó comunidades enteras desde Etiopía, salvándolas de la hambruna; rescató a pasajeros judíos de un avión secuestrado y trasladado a Uganda en una operación estilo Misión Imposible y se juzgó, en las cortes, a los asesinos nazis de la Shoá.

Un recuerdo personal, de judía oriunda de Líbano, me asalta. En medio de la guerra civil, cuando mi familia y yo estábamos a la merced de los grupos terroristas que asolaban la región, cuando turbas enfurecidas arremetieron contra nuestro barrio al grito de “Muerte a los judíos”, Israel, a través de la radio, lanzó un comunicado, mediante el cual pidió a las facciones palestinas presentes en el Líbano de cuidar la integridad de los judíos residentes en el país de los Cedros. No sé si por ello sobrevivimos, pero entendimos que no estábamos solos: había un país del otro lado de la frontera- que los judíos de Líbano nos empecinábamos a ignorar, diciendo que éramos judíos, no sionistas- el cual, sin embargo, en un momento apremiante, extendía sobre nosotros su manto protector.

Esta madrugada, en espera de la liberación de Shalit, otras ideas más surcan mi mente.

Durante muchos meses, la madre de Guilad Shalit acampó fuera de la casa del Primer Ministro, rogando, cabildeando, militando por el regreso de su hijo. Al mismo tiempo, otra madre viajaba a Washington con Mahmoud Abbas, como parte de la delegación que pedía un Estado palestino a la ONU. Esta madre había perdido hijos en la guerra contra Israel , pero manifestaba que tenía otros más que estaba dispuesta a sacrificar.

No puedo dejar de pensar que la diferencia entre las dos mujeres es clara: décadas de civilización. Civilización que implica leyes divinas y humanas, códigos de conducta, manuales de ética, tratados de moral: el pensamiento de siglos que nos ganó el apelativo de hombres y que mantiene una semblanza de orden en nuestras ciudades. Que dicta y reafirma, una y otra vez, que la vida es sagrada y que los hijos no son nuestros para sacrificar y lanzar hacia la muerte, sino para proteger y educar, en una misión de vida.

Ayer, me fue inevitable volver a este pensamiento, al ver a los rebeldes libios destrozar a Moamar Gadafi,su ex líder, a golpes. Recuerdo el linchamiento de los soldados israelíes quienes equivocaron la ruta y llegaron a Ramallah: cómo despedazaron sus cuerpos con marcos de ventana, cómo jugaron fútbol con sus cabezas. Cómo salió a la ventana un hombre, mostrando las manos ensangrentadas a una multitud que vitoreaba (por cierto, lo acaban de liberar, como parte del intercambio por Shalit).

Y cómo este mismo gesto está siendo repetido por pequeñuelos de jardín de infantes, como ejemplo a seguir, como pauta para el futuro.

Señor Abbas

No basta con ponerse un traje elegante, subir a la palestra de la ONU y decir un discurso conmovedor, para ser parte de la Comunidad de las Naciones. También hay que merecer dicho Estado: demostrar que el país que nacerá será un país civilizado, un país donde regirá el imperio de la ley. Que adoptará posturas éticas y morales. Que respetará las convenciones internacionales. Que educará con valores, no con odio.

Y quizás, ¿por qué no?, que elegirá la vida.