FERNANDOÁLVAREZ-BARÓN RODRÍGUEZ/DIARIO FINANCIERO.COM

El milagro económico israelí ha sido recogido en el libro, The Start Up Nation, que ha hecho furor en la literatura económico financiera desde su lanzamiento en 2008. Los datos que llevaron a los autores, Dan Senor y a Saul Singer a construir este relato, son bien conocidos en Wall Street; Israel es el tercer país con más empresas cotizadas en el Nasdaq, solo superado por EEUU y China. Este dato por si solo justifica el título del libro, si tenemos en cuenta que el NASDAQ es, de lejos, el mercado bursátil mundial que realiza mayor volumen de transacciones por hora, y en consecuencia la mayor fuente de financiación (y la más competitiva) para las empresas tecnológicas de todo el mundo.

Para explicar cómo un país más pequeño que tres provincias españolas (Madrid, Barcelona y Valencia por ejemplo), rodeado de enemigos, sin recursos naturales, y obligado a absorber enormes poblaciones de emigrantes, ha construido un segundo SiliconValley en la mitad de las tierras conquistadas por Josué, los autores acuden a varias explicaciones derivadas de la lucha contra la adversidad.

Tal vez, la razón más importante sea el impacto del ejército en la sociedad civil. Los tres años de servicio militar obligatorio se han convertido en una Universidad extraordinariamente efectiva para Israel, que ha producido una amplísima base de individuos disciplinados y entrenados para luchar contra la adversidad y asumir como natural, altas dosis de incertidumbre y de responsabilidad, con tan solo 20 años. Todos estos valores se pueden reconocer entre los emprendedores que trabajan en las más de 3,500 start up de tecnología que existen en Israel. Otro factor de éxito es la ausencia de un mercado de consumidores cercano para sus productos, debido a la hostilidad de sus vecinos (aprovecho para darle las gracias a Tayyip Erdogan por su contribución). Esto ha empujado a las start up hebreas hacia el mercado empresarial, que es un mercado más global y estable y que le va a permitir a Israel en los próximos años conquistar los mercados emergentes de China e India.

Pero no es la primera vez que el pueblo del libro ha vivido una proeza colectiva semejante.

En 1936 el 75% de los médicos y el 62% de los abogados de Viena eran judíos, frente a una población del 8% del total de la capital. Estos son solo algunas de las cifras que recoge el libro Los judíos en la modernidad europea, publicado en 1.999 por Víctor Karady. El autor relata la extraordinaria importancia que tuvieron los judíos emancipados en la modernización de Europa a partir del siglo XVIII a través del un doloroso y complejo proceso de asimilación, que permitió a los judíos, subidos al barco de las corrientes universalistas de la cultura europea, jugar un papel decisivo en la industrialización capitalista de Europa, así como en la creación de la banca y la prensa modernas.

La senda que llevó a los judíos de los guetos europeos a ponerse en la vanguardia de la modernización capitalista de Europa tiene muchos nombres individuales como; Einstein, Freud, Kafka, Durkheim, Carlos Marx, Wittgenstein o Walther Rathenau, pero según Karady las razones últimas de este fenómeno hay que buscarlas en el judaísmo normativo.

Los judíos, una vez liberados de las prohibiciones legales, y puestos en pie de igualdad jurídica con el resto de los europeos pudieron aprovechar su superior Capital Cultural y sus estructuras sociales protocapitalistas.

Para Victor Karady este Capital Cultural de la diáspora se acumuló a partir de dos características; el intelectualismo religioso del judaísmo y la situación ambivalente de los judíos asimilados. En primer lugar, la cultura religiosa judía ha desarrollado una gran disciplina física y talento organizativo producto de la estructuración temporal y espacial de la existencia judía (distribución ritual del tiempo y disciplina exigida por los ritos domésticos, muy superior a la exigida en el cristianismo en la vida cotidiana). Estos hábitos proto capitalistas han preparado a la diáspora para aquellas tareas que requerían capacidad de rendimiento y dotes de organización, de forma mucho más eficaz que las que tenían las sociedades de acogida.

La segunda razón del éxito de la Diáspora europea hay que buscarla en los“mecanismos compensatorios” que los judíos asimilados desarrollaron frente a un entorno hostil. Estos mecanismos van desde la consecución del éxito a cualquier precio (tan torticeramente empleado por Irene Nemirovsky) para resarcirse de la desgracia colectiva, o una gran disposición a la movilidad geográfica y social, o aptitudes para buscar la información relevante y desentrañar las relaciones de poder existentes, así como capacidad de reflexión sobre sí mismo y espíritu emprendedor para abrir nuevos mercados.

La carencia de petróleo y recursos naturales ha sido una bendición para el Estado de Israel, igual que para la Diáspora europea lo fue la prohibición de la posesión de la tierra y los inmuebles. Me cuesta creer que debajo de los argumentos que tratan de explicar el asombroso éxito de The Start Up Nation, no encontremos, aunque transformados, el intelectualismo religioso judío con su meticulosa ordenación del tiempo y las conductas compensatorias, que toda minoría amenazada pone en funcionamiento.

Para España,The Start Up Nation podría ser una fuente de conocimiento y experiencias compartidas que nos ayude a abandonar el puesto número 48 en el ranking mundial de productividad. Aunque para ello vamos a necesitar más del Ministerio de Educación que al de Industria, amén de los españoles que en 1492 no debimos de haber enviado al exilio.