WALTER LAQUEUR/LA VANGUARDIA.COM

¿Qué habría que hacer en lo concerniente a la cuestión de Irán? En Estados Unidos (y no sólo aquí) se han publicado estos días varios artículos titulados, por ejemplo, Cinco motivos para atacar y cinco motivos para no atacar. Las voces a favor razonan que Washington ha mantenido durante muchos años que un Irán nuclear es inaceptable a ojos de EE.UU. porque es agresivo, ha amenazado a varios de sus vecinos con atacarles o eliminarles e intentaría instaurar su dominio en Oriente Medio y Asia central; pero, sobre todo, la cuestión principal estriba en que no es un actor racional en la escena internacional.

Es posible que ciertas instancias extranjeras se hayan tomado demasiado en serio la palabrería iraní y lo cierto es que los líderes militares iraníes muestran también una gran inclinación a la jactancia y la grandilocuencia: a un chasquido de sus dedos, por lo visto, sus enemigos habrán desaparecido de la faz de la tierra y se los zamparán para desayunar… Pero aunque Irán se ha mostrado ducho y competente en operaciones de signo terrorista, su historial en operaciones bélicas propias de la guerra moderna (por ejemplo, contra Iraq) no ha sido impactante.

Aunque la política de contención pudo funcionar durante muchos años en el caso de Rusia porque los líderes soviéticos, pese a toda su ambición, no eran suicidas, no puede darse por descontado que los mulás y Ahmadineyad vayan a actuar de forma similar. Este no es un país normal; además, las armas nucleares no estarán siquiera en manos del ejército regular, sino de una milicia, los Guardianes de la Revolución, que no siempre se halla bajo el mando directo de los dirigentes del país (como pudo comprobarse con ocasión del reciente intento frustrado de asesinar al embajador saudí en Washington).

Sería mejor que pudieran aplicarse sanciones y estas fueran eficaces, pero ante la oposición china y rusa no cabe tal opción. La economía china depende en gran medida de un suministro ininterrumpido de petróleo y se muestran contrarios a cualquier elemento que pueda alterar el equilibrio actual. Las motivaciones rusas son más difíciles de adivinar, aparte tal vez del hecho de que Vladimir Putin quiere incordiar a Washington, considerado aún el principal enemigo de Rusia.

Quienes se oponen en Washington a una acción militar, como Leon Panetta, secretario de Defensa, invocan la ley de las consecuencias no deseadas; es decir, al iniciar una guerra uno no sabe nunca qué irá mal ni cómo acabará. No son los obstáculos técnicos los que disuaden al oponente: los expertos consideran que un ataque eficaz podría llevarse a cabo con diez aviones (tal vez incluso menos) e incluso repetirse en caso necesario. El verdadero problema radica en que, a menos que un ataque de esta naturaleza se lleve a cabo con armamento nuclear (cosa que en esta fase del asunto resulta impensable), todo lo que cabe lograr es inutilizar las instalaciones nucleares iraníes durante dos o tres años. Y ya se sabe, desde la época de Maquiavelo, que siempre se debería dudar sobre si ir a la guerra pero que, una vez adoptada la decisión, el resultado más peligroso es no derrotar al enemigo de forma contundente.

Cabe hacer otras consideraciones. Hace dos años, Ahmadineyad ganó las elecciones pero la situación actual no es la misma. Las aspiraciones de Irán son evidentes, la vieja discordia entre suníes y chiíes ha pasado nuevamente a primer plano e incluso los turcos recelan. Puede darse por descontado que, frente a un Irán nuclear, sus vecinos, incluyendo a Arabia Saudí, Turquía y tal vez otros se harán con tales armas y si no pueden fabricarlas las comprarán.

¿Podría acaso Irán recuperar su popularidad entre los árabes si ataca a Israel, directamente o a través de parte interpuesta como Hamas o Hizbulah? Tal aventura provocaría probablemente un contraataque devastador que daría fin durante mucho tiempo, tal vez para siempre, a las aspiraciones iraníes de ser la fuerza principal en Oriente Medio. Y, pese a que los iraníes abriguen aversión a Israel, considerarían que se trata de un precio demasiado elevado. En otras palabras, los iraníes obtendrán muy poco (a un gran coste) en caso de convertirse en potencia nuclear.

Todo ello debe saberse en Teherán, naturalmente, pero el deseo de poseer armamento nuclear es ahora tan poderoso que no parece dispuesto a abandonar la empresa. Hay que recordar que Ahmadineyad dijo que no tendría sentido que Irán, con un par de bombas nucleares, desafiara a enemigos poseedores de miles de tales armas. Se trata de una actitud eminentemente juiciosa, pero poseer armamento nuclear no sólo es una garantía contra un ataque, sino que permite a Irán perseguir su política con mucho mayor énfasis.

Estas son algunas de las consideraciones sometidas a debate estos días en Washington. Además, está la cuestión de la amenaza iraní de aniquilar a Israel. También se ha producido un debate interno en Israel sobre si atacar ahora a Irán. Tal vez los israelíes están excesivamente nerviosos y se toman al pie de la letra las habituales expresiones de jactancia y amenaza iraníes.

No obstante, nadie puede estar seguro de la situación. Si todo el mundo en Oriente Medio actúa de modo racional y adopta la mejor decisión en relación con lo que le conviene, no habrá una guerra en el 2012 ni el precio del petróleo se triplicará o quintuplicará. Pero, desafortunadamente, esto tampoco puede darse por descontado. Las posibilidades se sitúan al 50% lo que, trasladado a lenguaje corriente significa que no lo sabemos y que podría ocurrir cualquier cosa.