JENNY ASSE CHAYO / MUJER Y JUDAÍSMO

En su libro El canto del alma, Rabí Iejiel Bar Lev apunta:

“La explicación más simple del concepto de iluminación (heará) es el de una sensación interna de guía espiritual que proviene de una fuente superior. Los grandes sabios de la Cábala explican que la voluntad Divina llega a sus criaturas como destellos o rayos de luz. Los cabalistas utilizan términos como “luz” e “iluminación” para describir la voluntad del Creador que es enviada desde su propia fuente hacia sus criaturas.

La iluminación espiritual constituye la revelación de la voluntad divina y la emanación de la misma. En la iluminación se encuentra la acción del Creador ya que su voluntad es su misma acción.”

El propósito de la creación, después de la caída del paraíso Gan Eden es corregir al mundo a través del cumplimiento de la voluntad divina. Dicha corrección se hará a través del libre albedrío sirviendo a Dios. El Creador se revela a través de iluminaciones que envía a los hombres.

En ese sentido el hombre está recibiendo constantemente los efluvios de la Luz. Para los cabalistas la fuente de la percepción intelectual es el alma a la que consideran el asidero de la mente.

Evidentemente hay distintos métodos a través de los cuáles el hombre puede prepararse, para recibir más luz. Ampliar sus canales receptivos será una de las tareas primordiales del hombre que ha venido a esta tierra para conocer a Dios y a través de ese conocimiento perfeccionar la creación.

El judaísmo ha desarrollado a través de los sabios de todas las épocas distintos métodos a través de los cuales lograr el apego a Dios lo cual redunda en el conocimiento de su voluntad.

La iluminación recibida tiene varios grados que van desde la iluminación que recibe el hombre simple hasta el profeta.

Él máximo grado de iluminación que hay y habrá es el recibido por nuestro profeta Moisés. Moisés es el máximo ejemplo de apego a la voluntad divina y al que debemos aspirar aún sabiendo la imposibilidad de llegar a él. Estudiar e imitar las cualidades humanas de este personaje, tales como la humildad, el amor por la justicia y la libertad, y el compromiso con su misión, se convierten en un ejercicio constante para quienes anhelan alcanzar el estado de iluminación.

Para el judaísmo el trabajo que eleva al hombre hacia un estado de iluminación implica un ejercicio diario en el estudio, la plegaria, la meditación, la purificación de las cualidades internas, la acción en el mundo, la relación activa con el prójimo, y el amor y el temor a Dios.

Rabí Shneur Zalman de Liadí nos explica en su obra el Tanya que la Torá (Pentatuco) y las seiscientas trece Mitzvot (mandamientos) ya que fueron dados por revelación están totalmente ligados a Dios, por ello el judío está obligado a estudiar día y noche con el fin de entender la sabiduría y la Voluntad divina encarnada en la Letra. Es a través del estudio como la persona se liga con lo sagrado, con la divinidad de la cual emana el círculo de la verdad que ha bajado desde niveles espirituales superiores a nuestro mundo para que el hombre pueda aprehenderla.

“Dios imprimió su voluntad y su sabiduría en los 613 mandamientos de la Torá y en sus leyes para que cada alma en el cuerpo humano pueda aprehenderlos con su intelecto a fin de que pueda cumplirlos, tanto como pueda hacerlo, en la acción, el habla y el pensamiento.”

El hombre deberá acercarse a este estudio con un espíritu de pureza, y con la intención de cumplir las ordenanzas que están diseñadas para traer luz al individuo y a través del individuo a la creación completa.

La corrección del mundo de la que hablábamos anteriormente radica principalmente en el destierro del mal. Para ello el individuo deberá comenzar por desterrar el mal de sí mismo; las mitzvot(mandamientos)son, entre muchas otras cosas, un método a través del cual el hombre judío va logrando en su proceso de vida que esto ocurra, a través del autocontrol en el pensamiento la palabra y la acción, y de la transmisión de acciones, palabras y pensamientos positivos que generan luz, amor y paz en uno mismo y a su alrededor.

A través de la oración, la meditación, la observación y el estudio, el hombre va logrando el amor y el temor a Dios. Estas son dos cualidades o sentimientos indispensables que el alma debe desarrollar para alcanzar estados de iluminación que no son más que una relación de apego absoluto al Creador.

El Rabino y cabalista Alexandre Safrán, nos habla sobre el concepto de unión y apego al Creador, y su significado para el judaísmo:

“La debekut, la unión del alma con Dios, es una experiencia mística específicamente judía.

A través de la mitzva , el creyente llega a la debekut. La adhesión a Dios alcanza su más alto grado cuando el creyente penetra en el corazón de la mitzvah que cumple.

El judío de la debekut renuncia a su voluntad de desaparecer en Dios, para adherirse a la voluntad de Dios que le pide ser y obrar

Ir hacia Dios y volver hacia sí. Subir hacia Dios gracias a la Torah y descender a los hombres, para la Torah.”

Si bien es cierto que los cabalistas han desarrollado innumerables métodos para la unión mística con Dios es importante resaltar aquello que marca Alxandre Safrán con tanta vehemencia:

“Al hombre que corre para liberarse de sí mismo y entregarse a la divinidad, al hombre que corre y se apresta a romper su envoltura física para perderse en la Divinidad, al hombre que corre para salirse de sí y quedar fijo en el éxtasis uniendo así su espíritu al Espíritu, a ese hombre se le dice: párate, tu no puedes quedarte aquí, vuelve pues hacia ti, no tardes en descender a la tierra que Dios ha dado a los hombres y lleva contigo las luces que has recogido en ese instante en que unificado en tu ser y espiritualizado en tu cuerpo… has pensado ver a Aquél que afirma: “ningún hombre puede verme y vivir”.

A pesar de ello el hombre que alcanza un estado de apego e iluminación con todos los riesgos que la experiencia implica tiene a su “regreso” dos funciones: iluminar, purificar, e espiritualizar a los hombres, es decir, despertar a su alma divina, elevarla, llevarla a su raíz superior, según la pertenencia original de cada alma. Y la otra es trabajar sobre la tierra y preparar una morada para la Shejiná (la presencia divina); pues Dios desea habitar abajo, entre los hombres y establecer aquí su reino. De esta manera se cumple el anhelo de corrección del mundo a través del establecimiento de la luz que le es dado traer a cada hombre, a cada pueblo.

Por otro lado me parece importante señalar que los principales estados de iluminación fueron aquellos alcanzados por los profetas bíblicos.

El filósofo y rabino Moshé Jaim Luzatto (1707-1747) explica con claridad los distintos grados de iluminación que existen hasta llegar al de la profecía.

“Fue decretado por Dios que el hombre posea un nivel de comprensión aún superior al de la observación. Es el denominado entendimiento iluminado y es el que transmite al hombre una influencia divina, utilizando ciertos métodos destinados a tal efecto. Y al llegarle dicha influencia a su intelecto se fijará cierta información en él. El hombre percibirá dicha comprensión en forma clara, indudable e inequívoca, podrá comprender el concepto en su totalidad, desde las causas hasta los efectos, todo en su nivel. Esto se denomina inspiración Divina (Ruaj HaKodesh). De esta manera alcanzará conceptos que trascienden el alcance del intelecto humano, entre los cuales se hallan la premonición y los misterios de la existencia.

Por sobre la inspiración divina existe otro nivel: la Profecía. Este es un grado de inspiración en el que el individuo alcanza un nivel que lo liga a Dios Todopoderoso y lo apega literalmente a Él. La revelación de la Gloria Divina es el origen de toda transmisión profética. A partir de ahí se transmitirán al poder de imaginación del alma del profeta las formas e imágenes necesarias para la revelación. Todo esto permanecerá impreso en la mente del profeta y aún al regresar a su estado natural conservará dicha comprensión con absoluta claridad.

Este es el concepto general de la profecía pero posee numerosos niveles. Sobre todos estos grados de profecía se halla el nivel alcanzado por Moisés nuestro maestro de quien testimonia la Torah: “Y no apareció ningún otro profeta en Israel como Moisés a quien conoció Dios cara a cara” (Deuter. 34, 10)“

Alcanzar la profecía, nos dice el rabino Luzzato, es un proceso que requiere de un aprendizaje como en el caso de otras disciplinas o artes en los que la persona se supera paulatinamente hasta dominarlos en forma total.

Los discípulos de los profetas deben estudiar ciertas disciplinas específicas cuya finalidad es atraer sobre ellos la Influencia Divina y anular los efectos de la materia física. De esta manera se extiende la iluminación divina sobre ellos y logran el apego a Dios.

Entre estas disciplinas se incluyen distintas meditaciones, la pronunciación de nombres sagrados y alabanzas al Todopoderoso. Y en la medida en que estos discípulos vayan purificando sus acciones y continúen su proceso de purificación por medio de estas disciplinas, se acercarán a Dios y Su influencia comenzará a transmitirse a ellos haciendo que se superen paulatinamente hasta alcanzar la profecía.

El común denominador de los profetas de distintos niveles es el apego evidente a Dios y el alumbramiento que les llega de Él en forma indudable.

Es mi deseo que a través de este conocimiento espiritual podamos aprehender las chipas de luz que anhelan ser liberadas para que el entendimiento se amplíe, el alma se purifique y la experiencia de Dios guíe día a día nuestro camino, hacia la Iluminación total, la Era Mesiánica, donde el mal quedará absolutamente desterrado del Mundo, con la ayuda del Todopoderoso. Amèn