LEON OPALIN PARA ENLACE JUDÍO

Ubicación de los Escritos

El titulo intrascendente de estas notas deriva de su contenido, que en buena medida, se refiere a situaciones y vivencias personales, aunque también incluyen reflexiones sobre el desempeño humano. En el entorno de desapego social que vive la gente hoy día, es difícil que el número de lectores interesados en mis relatos pueda ser amplio, de manera que las Crónicas, más que una aportación de ideas, representa una especie de catarsis a fin de trascender en un mundo caracterizado por una insuficiente expresión vivencial y de comunicación entre la gente.

Dos hechos fundamentales han influido en mi manera de ser y actuar: mi ascendencia judía y el arraigo a auténticos valores de México, país en el que nací, crecí, y si Dios no dispone de otra cosa, moriré. A su vez, dos sucesos tuvieron gran influencia en la formación de mi personalidad: mi paso en la adolescencia por una organización juvenil judía que desembocó en una estancia de capacitación en Israel por más de un año y el desarrollo profesional, por un cuarto de siglo, como economista y funcionario en una de las principales instituciones bancarias del país.

A diferencia de otros dos libros que previamente escribí sobre el tema de la globalización, que tuvieron un enfoque técnico, en las Crónicas no establecí un guión temático ni una secuencia de hechos, solo he seguido mis impulsos y sentimientos que brotaron libremente. Durante la mitad de mi vida acaricié la idea de realizar un trabajo autobiográfico, empero, me contuve ante el temor de que a través de este revelara la parte más profunda de mi ser, por ello en las Crónicas busque no hacerlo abiertamente. No obstante, percibo que no siempre lo logré, de aquí que repetidamente disfrace hechos y personas para evitar la identificación. Creo que me asiste el derecho de mantener incólume mi intimidad y la de terceros.

¿Por dónde comenzar el relato de los hechos? Creo que por el principio: la niñez; esta etapa la puedo calificar en términos generales de feliz. Pienso que cualquier niño en el mundo que no sea golpeado por sus padres o por terceros, que haya recibido un poco de cariño y disponga de lo esencial para vivir, es feliz en su infancia.

Contemplo mi niñez con gratos recuerdos de la zona del Centro de la Ciudad de México, ahora denominado Centro Histórico, en donde viví con mi padres, al igual que miles de inmigrantes del Centro y Este de Europa que desde los años treinta del siglo pasado, tuvieron la oportunidad de salir de esas zonas donde se desarrollo la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto del pueblo judío.

Cuando nací al final de 1940, ya tenia dos hermanos, Pepe y Julieta; el primero nació en Polonia y fue traído a México cuando tenia 11 meses. Con mi nacimiento mi familia se mudó a uno de los edificios departamentales que empezaban a construirse en varias calles del Centro en sustitución de las vetustas vecindades existentes; tres años después nació mi hermana Java. La estancia con mi familia en ese edificio fue por poco más de una década.

Nací en la Ciudad de México en una pequeña clínica de la calle de Regina ubicada en el Centro Histórico, a unos cien metros de la iglesia colonial barroca, Regina Coeli; una de las más bellas de la ciudad, y a la cual asistía periódicamente con niños de mi barrio interesados por el reparto de dulces que realizaba el párroco después de la misa.

Mi hogar estaba próximo a la Escuela de las Vizcaínas. A cinco cuadras de mi domicilio, mi padre tenía una pequeña fábrica donde maquilaba abrigos y sacos de mujer. Mi madre trabajaba a la par de mi padre en ese establecimiento, era lo habitual entre la comunidad judía para que sus miembros salieran adelante.

En el barrio donde vivía también habitaban muchos inmigrantes españoles. La Ciudad de México era totalmente segura y la calle era el área natural de juego de los niños. Por mi origen y mi aspecto mis compañeros no judíos me decían “rusito”; me imaginó que no tenían la menor idea de que era un judío.

Frecuentemente se oían palabras xenofóbicas, básicamente, contra los españoles: gachupines, expresión que tenía su origen en tiempos lejanos.

Asistí a preescolar al Colegio Idishe Shul; lo que recuerdo de esta etapa, fue el primer día de clases que me llevó mi madre y me sentí abandonado, lloré todo el día. La primaria la realicé en la escuela Yavne, un establecimiento semireligioso, en el cual no estuve contento por varias razones: Primero, por que vivía en contradicción con lo que ahí enseñaban y mi hogar, donde no se seguía la tradición judía. Años más tarde le cuestione a mi padre por que me envió a la Yavne, y me contestó que para que recibiera la educación judía que no tenia en la casa. Su intención fue buena, sin embargo, no me sentí bien en el ambiente de esa escuela y de alguna forma fui marginado. El entorno de la Yavne era traumático para mí; una parte importante de los profesores judíos eran sobrevivientes de campos de concentración y su espíritu de enseñanza no era muy positivo; por lo demás, las lecciones se impartían de manera rígida y había que memorizar todo.

Cuando regresábamos a clase después de alguna festividad judía, los niños tenían que relatar sus experiencias sobre las mismas, como yo no las tenía, recurría a la fantasía para describir cómo las celebrábamos en mi hogar. Creo que este proceso me facilitó más adelante tener una capacidad para escribir y dar conferencias.

Continuará…