BECKY RUBINSTEIN F. PARA ENLACE JUDÍO

El Séder de Pésaj habla de un orden, de una cadena de pasos que cumplir y que relatar a las generaciones venideras. En Judaísmo de la A a la Z, de Jacob Newman y Gabriel Siván, se explica, paso a paso, dicho séder, dicha concatenación de ritos llevados a la práctica por chicos y grandes reunidos en familia. Leamos: “Durante ceremonia de la hagadá -narración- se observa un orden –séder- estricto a través de distintas etapas: el comer de la matzá (pan ázimo), del maror o hierbas amargas, el beber las cuatro copas de vino…” Y en la bandeja pascual: los símbolos que conmemoran el tránsito del pueblo judío de la esclavitud a la libertad. Y en los labios de los más pequeños las arvá kushiot, las cuatro preguntas que el más pequeño dirige a sus mayores, en espera de inmediata y satisfactoria respuesta.

Y, entre pregunta y pegunta, se le informa , quizá por primera ocasión, sobre los ritos que se repiten año tras año, vez con vez, con los que se identifican con sus antepasados bendecidos por milagros que aún sorprenden, como: las diez plagas que golpearon y doblegaron al faraón y a su gente, quien, finalmente, reconoció al Señor de los judíos, quien con mano fuerte, con brazo extendido, con gran revelación y con signos y milagros, liberó a los judíos de antiguas y crueles ataduras… Milagros, como la apertura de Mar Rojo y el paso de los yehudim, de los judíos, sanos y salvos, mientras los carros, caballos y caballerangos egipcios, eso narra la hagadá, morían atrapados por las convulsas aguas… Como el maná que, cual regalo celestial, caía -día don día- para saciar su hambre. O, como la columna de humo, o la columna de fuego, que mostraban, tanto de día, como de noche, la ruta a los caminantes… Y qué más milagro que participar de la misma historia, aderezada de recitaciones y canciones tradicionales, amén de la búsqueda del afikomán, y del premio para el más aguzado de los pequeños, que dio con él.

Y, entre el cuento y recuento de plagas -y entre sorbos del vino dulce salido de las garrafas de casa de mi abuela- aparecía, lo recuerdo bien, como plato especial o broche de oro, el canto del cabritillo que la familia de mi madre – los chicos bajo la guía de los adultos- leíamos de una pequeña hagadá ilustrada, en hebreo y traducida al inglés, historia concatenada, fácil de memorizar y de retener en la memoria.

Y, ahora que la leo, y releo y recuerdo los seidorim en casa de mi hacendosa y desprendida abuela, toda una tzadeikes, una mujer justa, como la ensalzada en El Cantar de los Cantares ,imagino a los niños judíos de otras épocas –y por qué no, de las nuestras- repite que repite con tintes , entre chuscos y dramáticos, el destino del desafortunado e inspirador cabritillo que compró un padre -padre de muchos padres , por tan sólo dos zuzim.

Primeramente, fue comido por un perro, perro que fue mordido por un gato, gato que fue tundido por un palo, palo que fue convertido en cenizas por el fuego, fuego que fue apagado por el agua… Y, como si faltara poco: luego vino el buey que bebió aquella agua y luego llegó el carnicero que mató, y luego Satán, ángel caído, y finalmente llegó Dios Santo, bendito sea, “que mató a Satanás, que mató al carnicero, que mató al buey que se bebió el agua que apagó el fuego que quemó al palo que golpeo al perro que mordió al gato que se comió al cabrito que compró mi padre por dos zuzim.” Aquel Dios Santo, bendito Sea, que liberó al pueblo judío y que le prometió una tierra donde permanecer, donde establecerse, una Tierra donde manan la leche y la miel tras recorrer cuarenta años por el desierto y habitar temporales y efímeras cabañuelas…

Así pues, un solo y único cabritillo dio origen al juguetón, ingenioso cuento, como ya se dijo, fácil de repetir y memorizar por los comensales, quienes, durante la tradicional fiesta pascual, recorren en una sola noche, y en un solo texto, páginas y páginas de su propia historia coronada por la Redención , justo pretexto para bendecir al “Dios Santo, Bendito sea”, el ineludible motor de incontables y miríficas proezas.