DRA MILLY COHEN

La resiliencia es el proceso por medio del cual nos superamos y fortalecemos a raíz de los retos. La persona resiliente es aquella que luego de una crisis (del tamaño que ésta sea) aprende nuevas cosas de sí misma y se construye con mucha mayor fuerza. Resiliencia es resistir y rehacerse. ¿Cuáles son estos retos o riesgos que amenazan nuestro entorno y nos desequilibran? La lista es enorme.

Pueden ser riesgos ambientales (como un terremoto, una guerra, la contaminación), riesgos comunitarios (como el narcotráfico, la pobreza, el desempleo), riegos familiares (un divorcio, un secuestro, un ambiente carente de afecto, alcoholismo) o riesgos personales (la muerte, la enfermedad, la baja autoestima). Puede ser un cáncer pero también puede ser un callo que no me deja caminar y sentirme a gusto.

Lo importante, para el enfoque de la resiliencia, es la manera en cómo se miran estos riesgos y lo que se hace con ellos. Cuando ellos se miran desde una perspectiva optimista, esperanzadora, entonces los riesgos se convierten en oportunidades de aprendizaje, de crecimiento, de reconstrucción. La resiliencia nos invita a poner nuestra atención a las historias de vida exitosas, a las personas que salen airosas de los retos, a los niños que a pesar de no recibir afecto, aprenden a darlo, a las parejas que luego de perder a un hijo, refuerzan su relación, a las familias que ante la enfermedad, reescriben una nueva historia de vida.

Esto nos permitirá, por un lado, conocer los recursos que las llevaron a triunfar, descubrir si fue la alegría, la fe, el amor, la creatividad, el diálogo, la moral, la iniciativa o las relaciones sociales las que les inyectaron la fuerza necesaria para sanarse y proyectarse a futuro, y por el otro, trabajar a favor de estos recursos, desarrollarlos en nosotros mismos, en nuestros hijos, en nuestros alumnos. Eso sería promover la resiliencia. Eso significaría movilizar el potencial de los demás y empoderarlos frente a la adversidad.

Los invito a dar el primer paso: dejemos de sorprendernos por la desgracia y cambiemos ese lente morboso con el que miramos el mundo por uno optimista que se regocije con los logros, que preste atención a lo que está bien y que nos permita maravillarnos de lo que es posible construir a partir del dolor. No creo que sea tan complicado. Sólo es cuestión de intentarlo.