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El Centro de la Mujer de Sigüenza continúa su labor de divulgación de vidas de mujeres ejemplares cuya trayectoria personal y profesional puede servir de referente en la sociedad local. En mayo, los focos alumbran a Irena Sendler. Unos estudiantes de un instituto de Kansas recuperaron la figura de esta mujer polaca que logró salvar la vida de 2.500 niños en Varsovia.

Tomemos como referencia La lista de Schindler, película en la que Steven Spielberg contó la vida de Oscar Schindler. El industrial alemán evitó la muerte de 1.000 judíos en los campos de concentración. El filme de Spielberg, aclamado por la crítica, consiguió siete Oscar en 1993.

Mientras la figura de Oscar Schindler era aclamada por medio mundo, El Ángel del Gueto de Varsovia, Irena Sendler, seguía siendo una heroína desconocida fuera de Polonia y apenas reconocida en su país por algunos historiadores, ya que, años de oscurantismo habían borrado su hazaña de las crónicas. Además, ella nunca contó a nadie nada de su vida durante la II Guerra Mundial, era muy discreta y se limitaba a hacer su trabajo y a ayudar a la gente.

Sin embargo, en 1999, su historia empezó a conocerse, curiosamente, gracias a un grupo de alumnos de un instituto americano de Pittsburg (Kansas) y a su trabajo de final de curso sobre héroes del Holocausto. En su investigación, dieron con algunas referencias sobre Irena Sendler en revistas especializadas y con un dato asombroso: había salvado la vida de 2.500 niños. “¿Cómo es posible que apenas haya información sobre una persona así?”, se preguntaron entonces los estudiantes, cuya curiosidad crecía según encontraban más datos y testimonios.

Pero la gran sorpresa llegó cuando, tras buscar el emplazamiento de la tumba de Irena, descubrieron que no existía porque ella aún vivía. En aquella época, Irena llevaba años en silla de ruedas, en parte debido a las lesiones que arrastraba tras las torturas a las que fue sometida por la Gestapo durante la guerra, cuando descubrieron que sacaba a escondidas, niños judíos del Gueto. Le rompieron los pies y las piernas, pero no lograron que les revelase el paradero de los niños que había escondido ni la identidad de sus colaboradores.

Irena Sendler, que nació en Varsovia, 15 de febrero de 1910, fue siempre una mujer de gran coraje, muy influida por su padre, un médico rural que murió cuando ella tenía sólo 7 años. De él siempre recordaría dos reglas que siguió a rajatabla a lo largo de toda su vida: que a la gente se la divide entre buenos y malos sólo por sus actos, no por sus posesiones materiales; y a ayudar siempre a quien lo necesitase.

Así la pequeña Irena se hizo mayor y comenzó a trabajar en los servicios sociales del Ayuntamiento de Varsovia, al tiempo que se unía al Partido Socialista Polaco. Corrían los años 30 y destacaba en los proyectos de ayuda a pobres, huérfanos y ancianos.

En 1939 Alemania invadió Polonia y el trabajo de Irena se hizo más necesario en los comedores sociales, donde también se entregaban ropas y dinero a las familias judías, inscribiéndolas con nombres católicos falsos para evitar las suspicacias de los soldados alemanes.

Pero todo cambió en 1942, cuando las deportaciones se hicieron más frecuentes y los nazis encerraron a todos los judíos de Varsovia, unos 400.000, en un área acotada de la ciudad y rodeada por un muro. El gueto fue la tumba para miles y miles de personas, que morían diariamente por inanición o enfermedades.

Irena estaba horrorizada y, como muchos polacos, decidió que había que actuar para evitar la barbarie que asolaba las calles de la capital. Consiguió un pase del departamento de Control Epidemiológico de Varsovia para poder acceder al gueto de forma legal. Allí entraba diariamente a llevar comida y medicinas, siempre portando un brazalete con una estrella de David como símbolo de solidaridad y para no llamar la atención de los nazis.

Una vez dentro, la joven trabajadora social entendió que el objetivo del gueto era la muerte de todos los judíos y que era urgente sacar al menos a los niños más pequeños para que tuviesen la oportunidad de sobrevivir. Fue así como comenzó a evacuarlos de todas las formas imaginables. Dentro de ataúdes, en cajas de herramientas, entre restos de basura, como enfermos de males muy contagiosos…, cualquier sistema era válido si conseguía sacar a los pequeños del infierno.

Otra manera era a través de una iglesia con dos accesos, uno al gueto y otro secreto al exterior. Los niños entraban como judíos y salían al otro lado bendecidos como nuevos católicos.

La actividad de Irena era frenética, igual que el riesgo diario a ser descubierta por los soldados alemanes. Una vez fuera del horror, era necesario elaborar documentos falsos para los niños, darles nombres católicos y trasladarlos a un lugar seguro, normalmente monasterios y conventos, donde los religiosos siempre tenían las puertas abiertas para los niños del Gueto.

Irena apuntaba entonces en pedazos de papel las verdaderas identidades de los pequeños y sus nuevas ubicaciones, y luego enterraba las notas dentro de botes y frascos de conserva bajo un gran manzano en el jardín de su vecino, frente a los barracones de los soldados alemanes. Allí aguardó, sin que nadie lo sospechase, el pasado de los 2.500 niños del Gueto hasta que los nazis se marcharon.

Ni siquiera las torturas de la Gestapo lograron que revelase jamás el lugar en el que estaban ocultos, ni las personas que colaboraban con ella. Tampoco los meses que pasó en la terrorífica prisión de Pawlak, bajo el atento cuidado de los carceleros alemanes, quebraron su silencio. No dijo ni una palabra cuando la condenaron a muerte, una sentencia que nunca se cumplió porque, camino del lugar de ejecución, un soldado la dejó escapar.

La resistencia le había sobornado. No podían permitir que Irena muriese con el secreto de la ubicación de los niños. Así fue como pasó a la clandestinidad y, aunque oficialmente figuraba como ejecutada, en realidad permaneció escondida hasta el final de la guerra participando activamente en la resistencia.

Al finalizar la guerra, Irena misma desenterró los tarros de cristal y le entregó las notas al doctor Adolfo Berman, el primer presidente del Comité de salvamento de los judíos sobrevivientes. Lamentablemente, la mayor parte de las familias de los niños había muerto en los campos de concentración nazis. En un principio, los chicos que no tenían familia adoptiva fueron cuidados en diferentes orfanatos y poco a poco se los envió a Palestina.

Tras los nazis, llegó el comunismo y la aventura de Irena quedó olvidada. Ella, que ya tenía dos hijos, volvió a ser trabajadora social y a su vida tranquila, sólo truncada por las pintadas, en la puerta de su apartamento, en las que le acusaban con necedad de ser “amiga de los judíos” o la llamaban “madre de judíos”. Ella callaba y nunca contaba nada de su pasado por una mezcla de modestia y de temor a que le pudiera acarrear algún problema, manteniendo secretos y viviendo casi hasta el final de sus días como si estuviese en medio de una oscura conspiración.

En 1999, lo descubren unos estudiantes norteamericanos

Cuando en 1999 los estudiantes de Kansas se toparon con su historia, se quedaron estupefactos. Estaban frente a una auténtica heroína prácticamente desconocida, así que decidieron escribir una obra de teatro sobre ella. Se escenificó en iglesias y salones sociales de la comarca, asombrando y emocionando a todos los que tuvieron la oportunidad de verla.

Uno de estos asistentes fue un profesor judío quien, impresionado, ayudó a los escolares a cumplir su deseo: ir a verla a Varsovia y agradecerle lo que había hecho por la Humanidad. Les dio un cheque de 7.000 dólares y les hizo una petición: “Contadme todo con pelos y señales a vuestra vuelta”.

A partir de ese momento las visitas fueron aumentando considerablemente. La llegada de periodistas extranjeros, los cumplidos oficiales, agradecimientos de todo el mundo, visitas desde Hollywood y, por último, la nominación para el premio Nobel, propuesta por el presidente polaco Lech Kaczynski con el apoyo de la Organización de Supervivientes del Holocausto, nombramiento que, finalmente no se le concedió, se lo llevó Al Gore.

Mientras, todos se preguntan cómo es posible que esta historia haya permanecido tantos años en el olvido y oculta, pese a las veces que se ha tratado el tema del Holocausto y de las personas que lo protagonizaron. Incluso sus amigas le recriminaban que nunca les contara nada sobre su heroísmo y sus hazañas de juventud.

Porque Irena Sendler no es una heroína, sólo se limitó a cumplir con su deber, como ella decía. Esta extraordinaria mujer murió en Varsovia el 12 de mayo de 2008, prácticamente igual que vivió, sin hacer ruido, como tantas y tantas otras mujeres sorprendentes y desconocidas.